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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

con el favor <strong>de</strong> los humil<strong>de</strong>s, y aunque no sabía realizarlas, las hacía triunfar en el campo<br />

<strong>de</strong> las armas.<br />

Padre oía al hombre hablar y le apuntaba cierta insana satisfacción en los ojos. El estimaba<br />

y admiraba al general Macario; en cambio…<br />

—Lo que no se va en lágrimas se va en suspiros, amigo. Ahí tiene usté a Monsito<br />

Peña.<br />

—Sí, Monsito Peña.<br />

El otro movía <strong>de</strong> arriba abajo la cabeza. “Monsito Peña”, habían dicho ambos. Era el<br />

reverso.<br />

—La última que hizo, ahora, en estos días, fué cortarles las orejas a cinco soldados.<br />

—¿Cortarles las orejas?<br />

—Sí. Y lo peor fué que se las hizo comer cocinadas.<br />

—¿Cómo?<br />

Padre, involuntariamente, se puso en pie. Su ceño cortaba, y cortaban ciertas palabras que yo<br />

oía asombrado. Rápidamente paseó <strong>de</strong> un lado a otro. El hombre le veía sin comentar nada.<br />

—¿Cómo?<br />

Había tornado a su asiento y clavaba la mirada en el visitante.<br />

—Como lo oye –confirmaba él.<br />

—¡Oh! ¡Oh!<br />

Claramente se le notaba el asco a papá. Arrugaba toda la cara y tragaba saliva.<br />

—Pero tampoco es culpa <strong>de</strong> él, amigo –explicaba el señor–; tampoco es culpa <strong>de</strong> él, sino<br />

<strong>de</strong> la maldad que hay aquí.<br />

—¿Maldad? ¡No! ¡Qué maldad ni maldad! ¡Eso es el colmo <strong>de</strong> la crueldad, señor<br />

mío!<br />

bajo el bigote caído le apuntaba una sonrisa amarga al hombre.<br />

—Crueldad… ja, ja. Crueldad… Monsito Peña ha hecho cosas que no pue<strong>de</strong>n <strong>de</strong>cirse,<br />

cosas que nadie creería.<br />

—¿Y no ha encontrado quién le cobre alguna?<br />

—Es hombre muy esquivo, amigo; y tiene su gente también, no lo du<strong>de</strong>.<br />

—bandoleros, serán.<br />

—Sí, eso, bandoleros. Hasta los criminales tienen sus simpatías.<br />

Padre silenció un rato. De seguro pensaba en la tremenda verdad que acababa <strong>de</strong> soltar<br />

el otro.<br />

—Hasta los criminales… –corroboró al rato.<br />

Ambos callaron, y así estaban, meditando, cuando llegaron las mujeres a llamarles.<br />

d<br />

Estaban las visitas terminando su refrigerio y yo absorto en la conversación graciosa <strong>de</strong><br />

la pequeña, cuando llegó a la puerta un muchachón.<br />

—Dice Carmita que si usté pue<strong>de</strong> ir allá, que Momón ta muy malo –dijo dirigiéndose<br />

a mamá.<br />

—¿Qué tiene? –inquirió ella sin levantarse.<br />

El muchacho le dio vueltas al sombrero, y al cabo <strong>de</strong> rato sopló:<br />

—Dizque ta agonizando…<br />

—¿Agonizando?<br />

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