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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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<strong>VI</strong>. El viaje<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

Seguido Guaroa <strong>de</strong> sus dos fieles compañeros, que alternativamente llevaban, ora <strong>de</strong><br />

la mano, ora en brazos, al pequeño Guarocuya, según los acci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong>l terreno, se internó<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> el principio <strong>de</strong> su marcha en dirección a la empinada cordillera, por la parte don<strong>de</strong><br />

más próximamente presentaba la sierra sus erguidas y onduladas vertientes.<br />

Caminaban aquellos indios en medio <strong>de</strong> las tinieblas y entre un intrincado laberinto <strong>de</strong><br />

árboles, con la misma agilidad y <strong>de</strong>sembarazo que si fueran por mitad <strong>de</strong> una llanura alumbrada<br />

por los rayos <strong>de</strong>l sol. Silenciosos como sombras, quien así los hubiese visto alejarse <strong>de</strong>l<br />

camino cautelosamente, no hubiera participado <strong>de</strong> los recelos que tuvo Higuemota <strong>de</strong> que<br />

pudieran haberles dado alcance los imaginarios jinetes que salieran en su persecución.<br />

Hacia las doce <strong>de</strong> la noche la luna vino en auxilio <strong>de</strong> aquella marcha furtiva; y el niño<br />

Guarocuya, cediendo al influjo <strong>de</strong>l embalsamado ambiente <strong>de</strong> los bosques, se durmió en<br />

los robustos brazos <strong>de</strong> sus conductores. Estos redoblaban sus cuidados y paciente esmero,<br />

para no <strong>de</strong>spertarlo.<br />

Así caminaron el resto <strong>de</strong> la noche, en dirección al Su<strong>de</strong>ste; y al <strong>de</strong>spuntar la claridad<br />

<strong>de</strong>l nuevo día llegaron a un caserío <strong>de</strong> indios, encerrado en un estrecho vallecito al pie <strong>de</strong><br />

dos escarpados montes. Todas las chozas estaban aún cerradas, lo que podía atribuirse<br />

al sueño <strong>de</strong> sus moradores, atendido a que un resto <strong>de</strong> las sombras nocturnas, acosadas<br />

<strong>de</strong> las cumbres por la rosada aurora, parecía buscar refugio en aquella hondonada. Sin<br />

embargo, se vio que la gente estaba <strong>de</strong>spierta y vigilante, saliendo en tropel <strong>de</strong> sus madrigueras<br />

tan pronto como Guaroa llevó la mano a los labios produciendo un chasquido<br />

<strong>de</strong>sapacible y agudo.<br />

Su regreso era esperado por aquellos indios; él les refirió brevemente las peripecias <strong>de</strong><br />

su excursión, y les mostró al niño Guarocuya, que había <strong>de</strong>spertado al rumor que se suscitó<br />

en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong> los recién llegados. Los indios manifestaron una extremada alegría a la vista<br />

<strong>de</strong>l tierno infante, que todos a porfía querían tomar en sus brazos, tributándole salutaciones<br />

y homenajes afectuosos, como al here<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> su malogrado cacique y señor natural. Guaroa<br />

observaba estas <strong>de</strong>mostraciones con visible satisfacción.<br />

Allí <strong>de</strong>scansaron los viajeros toda la mañana, restaurando sus fuerzas con los abundantes<br />

aunque toscos alimentos <strong>de</strong> aquellos montañeses. Consistían éstos principalmente en el pan<br />

<strong>de</strong> yuca o casabe, maíz, batatas y otras raíces; bundá, plátanos, huevos <strong>de</strong> aves silvestres,<br />

que comían sin sal, crudos o cocidos indistintamente y carne <strong>de</strong> hutía.<br />

Después <strong>de</strong> dar algunas horas al sueño, Guaroa convocó a su presencia a los principales<br />

indios, que todos le reconocían por su jefe. Les dijo que la situación <strong>de</strong> los <strong>de</strong> su raza, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

el día <strong>de</strong> la sangre –que así llamaba a la jornada funesta <strong>de</strong> jaragua–, había ido empeorando<br />

cada día más; que no había que esperar piedad <strong>de</strong> los extranjeros, ni alivio en su miserable<br />

condición; y que para salvarse <strong>de</strong> la muerte, o <strong>de</strong> la esclavitud que era aún peor, no había otro<br />

medio que ponerse fuera <strong>de</strong>l alcance <strong>de</strong> los conquistadores, y <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>rse con <strong>de</strong>sesperación<br />

si llegaban a ser <strong>de</strong>scubiertos o atacados. Les recomendó la obediencia, diciéndoles que él,<br />

Guaroa, los gobernaría mientras Guarocuya, su sobrino, llegara a la edad <strong>de</strong> hombre; pero<br />

que <strong>de</strong>bían mientras tanto reverenciar a éste como a su único y verda<strong>de</strong>ro cacique; y por conclusión,<br />

para reforzar con el ejemplo su discurso, hizo sentar al niño al pie <strong>de</strong> un gigantesco<br />

y corpudo roble; le puso en la cabeza su propio birrete, que a prevención había <strong>de</strong>corado con<br />

cinco o seis vistosas plumas <strong>de</strong> flamenco, y le besó respetuosamente ambos pies; ceremonia<br />

que todos los circunstantes repitieron uno a uno con la mayor gravedad y circunspección.<br />

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