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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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jUAN bOSCH | LA MAÑOSA<br />

limpia; salta los escalones <strong>de</strong> piedras y se cubre <strong>de</strong> blancas espumas. Un poco antes <strong>de</strong> que<br />

tomaran la bajada para cruzarle, un hombre oscuro, <strong>de</strong> expresión aturdida, atajó a mi padre<br />

para <strong>de</strong>cirle que no pasara. Papá comprendió que tenía miedo y le invitó a seguir con él. El<br />

hombre no supo cómo darle las gracias. Montó <strong>de</strong> un salto sobre el mulo y papá le recomendó<br />

que <strong>de</strong>bía apearse <strong>de</strong>l otro lado, porque los animales estaban cansados. Tampoco contestó:<br />

la alegría le había roto la lengua, igual que si hubiera sido <strong>de</strong> vidrio.<br />

Atravesaron el jima. Entre las piedras altas y peladas que lo encajonaban, disimulada por los<br />

pedruscos y las sinuosida<strong>de</strong>s, estaba la vanguardia, a la que el general había confiado su primer<br />

cantón. Papá fingió no haberla visto, y Mero trató <strong>de</strong> pasar como si no hubiera habido gente.<br />

Uno, dos, tres, hasta doce revolucionarios saltaron, en alto las carabinas, gritando frases<br />

sucias. Padre tiró <strong>de</strong> las riendas. En un instante se percató <strong>de</strong> que las eminencias estaban<br />

coronadas <strong>de</strong> armas.<br />

—¡No hay paso! –gritó alguien.<br />

Papá simuló un asombro que no sentía; medio sonrió; sintió la sangre zumbándole en<br />

la cara; pero no dudó <strong>de</strong> que el momento se hacía duro. A pocos pasos estaba Mero, pálido<br />

<strong>de</strong> ira, ro<strong>de</strong>ado por figuras estrafalarias y agresivas. Algunos animales se entretenían en<br />

mordisquear la grama que asomaba entre las piedras.<br />

Padre tiraba el ojo en redondo, buscando un amigo, un conocido siquiera; mientras tanto<br />

hablaba tonterías, procurando hacerse grato. Alguien se le acercó lentamente; al principio se<br />

veía como una masa negra y amenazante; <strong>de</strong>spués, al estar cerca, estalló en risas y dijo:<br />

—¡Pero si es don Pepe, caramba…!<br />

Y esa exclamación, que se le cayera <strong>de</strong>l pecho a un hombre <strong>de</strong>l montón, <strong>de</strong> dudosa estampa,<br />

<strong>de</strong>cidió el asunto. Pero antes <strong>de</strong> seguir tuvo padre que tirarse <strong>de</strong> la Mañosa para beber a pico<br />

<strong>de</strong> botella un trago por el triunfo <strong>de</strong> la causa. Y que <strong>de</strong>jar también en el cantón <strong>de</strong>l jima algunas<br />

monedas para que aquellos infelices soportaran el frío cortante que se alzaba <strong>de</strong>l río.<br />

Una vez <strong>de</strong>jado a espaldas aquel trozo hostil <strong>de</strong>l camino, los animales fueron amasando<br />

lodo <strong>de</strong>nso hasta bien entrada la noche. El nuevo compañero se tiró <strong>de</strong> su montura tan pronto<br />

<strong>de</strong>jó <strong>de</strong> oírse el griterío <strong>de</strong> los acantonados. Iba con los pantalones remangados y alzando<br />

la voz a cada dos pasos para arrear la recua y ahuyentar su miedo.<br />

En jumunucú se <strong>de</strong>tuvo papá en una pulpería. A la escasa luz <strong>de</strong> la jumiadora había<br />

un grupo <strong>de</strong> campesinos bebidos y discutidores; hedían a tabaco y ron malo. Preguntaron<br />

algunas cosas; quisieron saber dón<strong>de</strong> estaba la revolución. Algunos cabeceaban pegados al<br />

mostrador y el pulpero se movía <strong>de</strong> un lado a otro sin <strong>de</strong>cir palabra. En la frente se le leía<br />

este pensamiento. “No pagarán”. Padre pidió dulces para nosotros; el grupo le invitaba a<br />

beber y no sin trabajo pudo escapar. Ya sobre su mula, comprendió que aquellos <strong>de</strong>sgraciados<br />

<strong>de</strong>spedían la vida corriente: esa noche, o al amanecer, tomarían caminos extraviados<br />

para unirse a los alzados.<br />

El paso <strong>de</strong> jagüey quedaba cerca. Antes <strong>de</strong> llegar había que cruzar sobre una ceiba gigantesca<br />

que estaba atravesada en la ruta. Papá iba observando cómo una hilacha <strong>de</strong> luna<br />

forcejeaba con las nubes; Mero venía tras él y cerraba la recua el <strong>de</strong>sconocido que se les unió<br />

antes <strong>de</strong> cruzar el jima.<br />

Metiendo estaba la Mañosa sus primeras pezuñas en el agua cuando, inesperadamente,<br />

surgieron cuatro o cinco sombras <strong>de</strong>l recodo. No se les distinguía; tan sólo eran sombras a<br />

la escasa luz <strong>de</strong> aquel pedacito <strong>de</strong> luna. Papá tuvo tiempo <strong>de</strong> ver que alzaban armas que<br />

los <strong>de</strong>sconocidos agitaban a la vez que gritaban atronadores altos. Padre sintió que se le<br />

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