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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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MARCIO VELOz MAGGIOLO | jUDAS<br />

—El maestro no ha dormido en toda la noche <strong>de</strong> ayer… Deben uste<strong>de</strong>s volver.<br />

Ezequiel consi<strong>de</strong>ró que <strong>de</strong>bíamos retirarnos y regresar luego, cuando el maestro estuviera<br />

dispuesto a recibir los enfermos y seguidores. Yo pensé que no <strong>de</strong>bía interesarle mucho la<br />

gente que allí estaba, pero también llegué a la conclusión <strong>de</strong> que jesús <strong>de</strong>bía estar horriblemente<br />

cansado <strong>de</strong> tantos inútiles y enfermos a su alre<strong>de</strong>dor.<br />

La multitud comenzó a dispersarse y uno que otro enfermo rogó a Andrés que le <strong>de</strong>jara<br />

pasar a ver “el Señor”, pero Andrés impertérrito, se negó a toda petición.<br />

Era un hombre <strong>de</strong> unos cuarenta y cinco años, más bien bajo y robusto. Usaba un turbante<br />

como los que usan los árabes <strong>de</strong>l <strong>de</strong>sierto. Su vestimenta <strong>de</strong>sgarrada en algunos sitios,<br />

mostraba el peso <strong>de</strong> las caminatas y las luchas.<br />

Ezequiel y yo esperamos que todos partieran y nos dirigimos al hombre que se llamaba<br />

Andrés. Estaba parado, como un perro fiel en el umbral <strong>de</strong> la puerta principal <strong>de</strong> la casa.<br />

—Queríamos ver a jesús –dijo Ezequiel.<br />

Andrés contestó secamente.<br />

—¿No ha oído usted que “el maestro” está agotado?… En este momento duerme. Ha<br />

caminado mucho y tiene que <strong>de</strong>scansar para cuando vayamos a otros pueblos.<br />

No me gustó el tono con que el hombre se había dirigido a mi amigo, y dije con violencia:<br />

—¿Es acaso algún emperador, que hay que alabarle tanto, y pedirle tantos favores<br />

para verlo?<br />

La pregunta turbó a Andrés, y Ezequiel se quedó estupefacto. No esperaba que me<br />

portase <strong>de</strong> ese modo. Iba yo a seguir hablando, pero alguien me dijo, saliendo por una <strong>de</strong><br />

las puertas laterales:<br />

—Parece que todavía no te has curado <strong>de</strong> tu soberbia, Moabad.<br />

La voz era inconfundible. Me parecía difícil que lo que imaginaba fuese verdad. Volví<br />

el rostro y me encontré con la cara reseca y colmada <strong>de</strong> gestos <strong>de</strong> mi hermano judas. Mi<br />

primera intención fue salir huyendo. No sé por qué quise cubrirme el rostro con el manto y<br />

traté <strong>de</strong> correr hacia el camino que circundaba el lugar, pero los nervios me paralizaron.<br />

judas se acercó y al notar mi actitud dijo:<br />

—No tienes por qué huir, te he perdonado… ¿Y mi hijo?<br />

Me dio cierto resquemor en el alma volver a conversar con judas. Mi traición casi no me<br />

<strong>de</strong>jaba articular palabras. Al insistir acerca <strong>de</strong> lo <strong>de</strong> su hijo, le conté toda la historia. La <strong>de</strong><br />

los amantes <strong>de</strong> Olfa; mi fracaso y su huida con el niño que ni siquiera era hijo <strong>de</strong> él.<br />

Mi hermano judas tragó en seco. Un color amarillento cubrió su tez y vi cómo el cerco<br />

<strong>de</strong> sus ojos se tornaba ver<strong>de</strong>, y el sudor chorreaba por su frente como <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una cascada. Se<br />

había apoyado en la pared al recibir el impacto. A pesar <strong>de</strong> sus palabras anteriores, yo me<br />

mantenía esquivo. Pensaba que en cualquier momento judas podía sacar su daga y vengarse.<br />

Es verdad que luego, cuando supe que ya se había convertido a las i<strong>de</strong>as que predicaba<br />

su maestro jesús, aparté mis temores. No podía conciliar la i<strong>de</strong>a que aquel hombre fuese el<br />

mismo que hacía años, al salir, <strong>de</strong> nuestros predios, nos había asaltado a mi y a ti, querido<br />

Simón, hundiendo en nuestros caballos su filosa daga.<br />

Recuerdo que la sangre caliente formó un pequeño charco junto a mí y que cuando abrí<br />

los ojos, atontado por los golpes, judas iba lejos, huía con sus ahorros y parte <strong>de</strong> tu dinero.<br />

Ahora lo veía distinto. Poco a poco fui teniendo confianza con él. Ezequiel, que en un primer<br />

momento había visto con cierto asombro aquella conversación, comenzaba a compren<strong>de</strong>r que<br />

aquel era mi hermano y que <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> largos años nos encontrábamos nuevamente.<br />

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