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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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TULIO M. CESTERO | LA SANGRE. UNA <strong>VI</strong>DA bAjO LA TIRANíA<br />

en la plazuela <strong>de</strong> la Merced, el domingo <strong>de</strong> Resurrección: “ahora hasta Corpus”, y el amante,<br />

<strong>de</strong> facción en la esquina, por las tar<strong>de</strong>s y primasnoches, empezó a contar los días. Una vez<br />

el balcón permaneció cerrado. El hermanito no le pidió motas. En la noche, igual mutismo,<br />

y asimismo al día siguiente. Acudió a la amiga confi<strong>de</strong>nte. Ésta lo recibió con las manos en<br />

la cabeza.<br />

—¿Pero <strong>de</strong> verdad que no sabes nada?<br />

—Absolutamente.<br />

—Pues figúrate que le han puesto un anónimo a la familia, por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la puerta, y<br />

como la madre es la primera que se levanta, a coger la leche, lo leyó y... la gran trifulca. No<br />

te cuento más.<br />

—Sí, quiero saberlo todo.<br />

—bueno; pero no me vayas a meter en líos. La vieja empezó por aconsejarla que peleara,<br />

porque tú no eres más que un candidato perpetuo a la cárcel, que la harás <strong>de</strong>sgraciada con<br />

la política; que si tu familia esto y lo otro, bueno, y que patatín y patatán; pero Luisa dijo<br />

que nones, y entonces fue lo gordo, la madre se enfureció y le cayó a moquetazos, no digo<br />

más, la galleta hereje. El padre intervino, pero todos están contra ti, no te pue<strong>de</strong>n ver ni en<br />

pintura; sólo la hermanita, Herminia, te apoya. ¡Qué te parece!<br />

—Son unos infames.<br />

—Oye: dice Luisa, que en estos días no pases por la calle ni le escribas; que tengas<br />

paciencia y consi<strong>de</strong>res lo que sufre, la pobre... Ya pue<strong>de</strong>s estar satisfecho, chico, porque te<br />

quiere con toda el alma.<br />

Antonio rondó por la casa a todas horas: el balcón siempre hermético. Transcurrió una<br />

semana. Al fin, <strong>de</strong>scubrió, ¡qué gozo!, dos brasas que brillaban <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> la celosías; sí, los<br />

ojos <strong>de</strong> ella, y cuando el diálogo mudo se iniciaba, se le acercó un oficial diciéndole:<br />

—El gobernador quiere verlo. Venga conmigo.<br />

Él sabía bien lo que tal invitación significaba: el Homenaje. Des<strong>de</strong> por la mañana le avisaron<br />

que por el Cibao había movimiento, que no se <strong>de</strong>jara ver; pero propio era ese momento<br />

para escon<strong>de</strong>rse, y ahora... ¡Nunca le pareció Lilís más abominable!<br />

El carcelazo duró seis meses. El día en que lo pusieron en libertad, corrió a casa <strong>de</strong> la<br />

confi<strong>de</strong>nte.<br />

—¡Qué gusto, chico, y qué alegría para la pobre Luisa cuando te vea!<br />

—¿Y cómo está?, dame noticias.<br />

—buena, ¡y qué bien se ha portado! No, si tú no te la mereces; sólo a misa, a rezar por<br />

ti, ha ido en todo este tiempo. La familia se ha mudado.<br />

—¿Adón<strong>de</strong>?<br />

—Al papá le han quitado el empleo y están malpasando; figúrate, sin criada; la mamá<br />

cocina y plancha, y las muchachas cosen para fuera, y hasta lavan.<br />

—¿Pero dón<strong>de</strong> viven?<br />

—Ya te lo diré. En la calle <strong>de</strong> La Merced, cerca <strong>de</strong> la iglesia, una casa <strong>de</strong> portón gran<strong>de</strong>,<br />

con dos ventanas, pintada <strong>de</strong> azul, ¿la recuerdas?<br />

—No, ¿<strong>de</strong> quién es?<br />

—De quién va a ser: <strong>de</strong> Alardo. Pero si no tienes pérdida; enfrentico <strong>de</strong> la pulpería <strong>de</strong><br />

seña Catalina.<br />

—¿Medio-Tocino?<br />

—angelina... esa misma.<br />

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