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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

rumor <strong>de</strong> los vientos murmuradores <strong>de</strong> la llanura, o al susurro misterioso <strong>de</strong> las aguas<br />

quebrándose entre las guijas <strong>de</strong>l manso arroyo, la imaginación <strong>de</strong>l cacique se complacía <strong>de</strong><br />

continuo en fingirse a la joven Mencía con el mismo aspecto y las mismas formas en que la<br />

había contemplado la última vez, cuando apenas tenía doce años, y sus facciones, aunque<br />

lindas y agraciadas, llevando todavía el sello in<strong>de</strong>finido <strong>de</strong> la infancia, no habían alcanzado<br />

aún la pureza <strong>de</strong> lineamientos, ni su talle la morbi<strong>de</strong>z que parecían copiar los mo<strong>de</strong>los <strong>de</strong><br />

la estatuaria griega; ni sus cabellos habían pasado <strong>de</strong> un rubio claro al castaño oscuro; ni<br />

su frente había adquirido la tersura y la serenidad augusta <strong>de</strong>l mármol, ni sus gran<strong>de</strong>s ojos<br />

pardos y su pequeña boca <strong>de</strong> carmín, la expresión inteligente, magnética, irresistible, que<br />

es como una irradiación <strong>de</strong> la hermosura, ufana <strong>de</strong> sí misma, cuando en pugna con la no<br />

fingida mo<strong>de</strong>stia, se ostenta y brilla más entre los arreboles <strong>de</strong>l candor y la timi<strong>de</strong>z propia<br />

<strong>de</strong> los quince años. Tal era Mencía <strong>de</strong> Guevara; tal cambio, notaba en ella Enriquillo, poseído<br />

<strong>de</strong> admiración, y sin acabar <strong>de</strong> persuadirse <strong>de</strong> que aquella criatura, tan maravillosamente<br />

bella le estaba <strong>de</strong>stinada por esposa.<br />

Ella, a su vez, miraba a Enrique con curiosidad, pero sin extrañeza ni encogimiento:<br />

mostraba esa familiaridad risueña y afable con que se recibe a un pariente, o a un amigo.<br />

Efecto sin duda <strong>de</strong> que el espíritu <strong>de</strong> la mujer, si más <strong>de</strong>licado, más flexible también que<br />

el <strong>de</strong>l hombre, se acaba <strong>de</strong> formar más temprano, dándose cuenta instintivamente <strong>de</strong> sus<br />

verda<strong>de</strong>ras relaciones con el mundo exterior; favorecida acaso en Mencía esta disposición<br />

natural con el hábito <strong>de</strong> las costumbres cortesanas, en medio <strong>de</strong> las que la suerte caprichosa<br />

la había hecho crecer y formarse; es lo cierto que la hermosa joven permanecía tan <strong>de</strong>spejada<br />

y tan dueña <strong>de</strong> sí misma al entrar en conversación con su primo y <strong>de</strong>signado novio, cuando<br />

éste se mostraba <strong>de</strong>sconcertado y encogido en presencia <strong>de</strong> su prometida.<br />

Enrique rayaba en los veinte años: <strong>de</strong> estatura alta y bien proporcionada, su actitud y sus<br />

movimientos habituales, nunca exentos <strong>de</strong> compostura, <strong>de</strong>notaban a un tiempo mo<strong>de</strong>stia y<br />

dignidad: su faz presentaba esa armonía <strong>de</strong>l conjunto que, más aún que la misma hermosura,<br />

agrada y predispone favorablemente a primera vista. Alta la frente, correcto el óvalo <strong>de</strong> su<br />

rostro, la blanda y pacífica expresión <strong>de</strong> sus ojos negros sólo <strong>de</strong>jaba traslucir la bondad y la<br />

franqueza <strong>de</strong> su carácter, como una luz al través <strong>de</strong> transparente cristal. Viéndosele en su estado<br />

ordinario <strong>de</strong> serena mansedumbre, la inspección superficial o somera acaso le juzgara incapaz<br />

<strong>de</strong> valor y <strong>de</strong> energía; error <strong>de</strong> concepto que acaso entró por mucho en las peripecias <strong>de</strong> su vida.<br />

Vestía con gracia y sencillez el traje castellano <strong>de</strong> la época, en el que ya comenzaba a introducir<br />

algunas noveda<strong>de</strong>s la moda italiana, sin quitarle la severidad original, que a expensas <strong>de</strong>l<br />

gusto artístico volvió a dominar exclusivamente algunos años más tar<strong>de</strong>. En suma, la manera<br />

<strong>de</strong> vestir, el <strong>de</strong>spejo <strong>de</strong> su porte y sus modales, como la regularidad <strong>de</strong> las facciones <strong>de</strong>l joven<br />

cacique, le daban el aspecto <strong>de</strong> uno <strong>de</strong> tantos hijos <strong>de</strong> colonos españoles ricos y po<strong>de</strong>rosos en<br />

la isla; aunque la ausencia <strong>de</strong> vello en rostro, la tez ligeramente bronceada, y lo sedoso y lacio<br />

<strong>de</strong> sus cortos cabellos, acusaban los más señalados atributos <strong>de</strong> la raza antillana. De aquí nacía<br />

cierto contraste que tenía el privilegio <strong>de</strong> atraer la atención general, y que hacía distinguir a<br />

Enriquillo entre todos los caciques cristianos <strong>de</strong> la Española.<br />

El atento examen que Mencía hizo <strong>de</strong> su prometido la impresionó, al parecer, favorablemente,<br />

pues con plácida sonrisa, que <strong>de</strong>jó ver las perlas <strong>de</strong> su agraciada boca, dijo al cacique:<br />

—¿No me dices nada, Enrique, ni me das la mano siquiera? Pareces un extraño.<br />

—Señora… Mencía... yo... En verdad, me ha costado algún trabajo reconoceros –respondió<br />

balbuciente Enriquillo.<br />

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