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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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V. En campaña<br />

COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Tamayo los aguardaba a la puerta, con aire <strong>de</strong> impaciencia. No bien los divisó, fue a<br />

recibirlos a unos veinte pasos en la calle, y les dijo sin preámbulos:<br />

—¿Sabéis a quién he visto? A ese pájaro <strong>de</strong> mal agüero, como le llaman usarcés, a Don<br />

Pedro <strong>de</strong> Mojica.<br />

Don Francisco y Enriquillo hicieron un movimiento <strong>de</strong> sorpresa, y el primero contestó<br />

a Tamayo:<br />

—Te equivocas sin duda, muchacho: el señor Mojica está en la Vera Paz... A lo menos, la<br />

última vez que lo vi, pasando por San juan, hace veinte días, se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong> mí diciéndome<br />

que se volvía para sus tierras <strong>de</strong> la Yaguana.<br />

—Pues yo le juro a vuestra merced por esta santísima cruz –insistió con calor Tamayo–,<br />

que ha pasado por esta calle hace dos horas en compañía <strong>de</strong> otro caballero. No me vio según<br />

creo; o si me vio no me reconoció; porque él nunca <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ponerme algún apodo y <strong>de</strong>cirme<br />

gracias que me saben a rejalgar… Y me alegré <strong>de</strong> que no me hubiera visto, porque quería<br />

que usarcés estuvieran avisados. No sé por qué me parece que ese hombre tiene malas intenciones,<br />

cuando se ha venido para acá sin que nadie lo supiera en la Maguana.<br />

—Quizá no te falte razón, muchacho –dijo Valenzuela–. ¿Qué piensas <strong>de</strong> eso, Enriquillo?<br />

—Ya sabéis, señor –contestó el joven–, que yo jamás espero nada bueno <strong>de</strong> ese hombre.<br />

Hace tiempo que me atormenta la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que por él me han <strong>de</strong> sobrevenir <strong>de</strong>sgracias, y<br />

en mi ánimo ha echado tan hondas raíces ese pensamiento, que cada vez que lo veo me<br />

estremezco, y siento la impresión <strong>de</strong> que <strong>de</strong> súbito veo una culebra...<br />

El señor Valenzuela se rió, y por un buen rato prosiguieron él y Enrique preocupados<br />

en un sinnúmero <strong>de</strong> conjeturas, y buscando una explicación cualquiera a la presencia <strong>de</strong><br />

Mojica en la capital <strong>de</strong> la colonia.<br />

Acabaron, sin embargo, por convencerse recíprocamente <strong>de</strong> que el viaje <strong>de</strong>l fatídico hidalgo<br />

en nada podía afectar los intereses que a ellos concernían, y se fueron a dormir cada<br />

cual a su aposento.<br />

A dormir, en rigor <strong>de</strong> verdad, el buen anciano Valenzuela; como duermen aquellos<br />

que, llegados a la madurez <strong>de</strong> la vida con limpia conciencia, y complaciéndose en <strong>de</strong>dicar<br />

el resto <strong>de</strong> su actividad y <strong>de</strong> sus fuerzas a la práctica eficaz <strong>de</strong>l bien, llevan en el corazón<br />

la serenidad y la alegría, y hallan en un sueño reparador y profundo el primer galardón <strong>de</strong><br />

sus buenas obras, y en las imágenes gratas y risueñas que en tal estado les ofrece su jubilosa<br />

fantasía, como una anticipación <strong>de</strong> la beatitud celeste reservada a los justos. Mas, con respecto<br />

al joven cacique, el acto <strong>de</strong> acostarse no podía excluir la vigilia. El sueño huía <strong>de</strong> sus<br />

párpados: mil i<strong>de</strong>as se aglomeraban y bullían sin cesar en su ardoroso cerebro; y en su alma<br />

impresionable batallaban en <strong>de</strong>sor<strong>de</strong>nada lucha diversidad <strong>de</strong> afectos y <strong>de</strong> pensamientos<br />

incompatibles con el reposo. Comprendiendo que se hallaba en uno <strong>de</strong> esos momentos<br />

críticos que <strong>de</strong>ci<strong>de</strong>n <strong>de</strong> toda una existencia, Enriquillo examinaba a fondo una por una las<br />

fases <strong>de</strong> su situación: se veía a punto <strong>de</strong> llamar suya a aquella doncella <strong>de</strong> incomparable<br />

hermosura, ante la cual permaneció arrobado y estático, teniéndose por indigno <strong>de</strong> tocar<br />

a la orla <strong>de</strong> sus vestidos; él, que aunque estimado y protegido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la infancia, no <strong>de</strong>jaba<br />

<strong>de</strong> ser un pobre cacique, perteneciente a la raza infortunada que entre los conquistadores<br />

era tratada <strong>de</strong> un modo peor que los más viles animales: se veía en vísperas <strong>de</strong> entrar en<br />

la posesión y la administración directa <strong>de</strong> los bienes <strong>de</strong> su novia, él, que aunque <strong>de</strong> nada<br />

carecía, era al fin y al cabo un miserable huérfano sin patrimonio; porque faltándole en<br />

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