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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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mismo día las ór<strong>de</strong>nes necesarias para que saliera una nave bien equipada y provista <strong>de</strong><br />

toda clase <strong>de</strong> auxilios en busca <strong>de</strong> los náufragos.<br />

Al mismo tiempo hizo Ovando facilitar a Diego Mén<strong>de</strong>z las cantida<strong>de</strong>s que había recaudadas<br />

<strong>de</strong> las rentas <strong>de</strong>l Almirante creyendo que el fiel emisario las llevaría consigo a España<br />

antes <strong>de</strong>l arribo <strong>de</strong> aquel a la colonia; pues sabía que el mayor <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> Mén<strong>de</strong>z era cumplir<br />

en todas sus partes las instrucciones <strong>de</strong> Don Cristóbal, pasando a la corte a ventilar sus asuntos<br />

con los soberanos; y no le pesaba al maligno Gobernador que Colón hallándose sin aquellos<br />

recursos a su llegada a Santo Domingo, acelerase el término <strong>de</strong> su resi<strong>de</strong>ncia en la colonia, que<br />

era lo que más convenía a la ambición <strong>de</strong> Ovando, siempre alarmado con los legítimos <strong>de</strong>rechos<br />

<strong>de</strong>l Almirante al gobierno <strong>de</strong> que él estaba en posesión, por efecto <strong>de</strong>l injusto <strong>de</strong>spojo ejercido<br />

contra aquel gran<strong>de</strong> hombre por los celos políticos <strong>de</strong> Fernando el Católico. Diego Mén<strong>de</strong>z usó<br />

mejor <strong>de</strong> aquel dinero: con la menor parte <strong>de</strong> él compró una carabela <strong>de</strong> buena marcha, que<br />

cargada <strong>de</strong> provisiones y cuanto podía necesitar Colón, fue <strong>de</strong>spachada en horas con rumbo<br />

a jamaica, <strong>de</strong>sluciendo así el tardío socorro enviado por Ovando; y el resto lo entregó a fray<br />

Antonio para que lo pusiera en manos <strong>de</strong>l Almirante a su arribo a las playas <strong>de</strong> Santo Domingo.<br />

Sólo entonces emprendió el valeroso y leal amigo <strong>de</strong> Colón su viaje a España.<br />

X<strong>VI</strong>I. La promesa<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

Las Casas, por su parte, no estando ya retenido en la capital por el noble interés <strong>de</strong> ayudar<br />

a Mén<strong>de</strong>z en su ardua empresa <strong>de</strong> hacer entrar en razón al Comendador, pidió a éste<br />

licencia para ir a Higüey a compartir los trabajos <strong>de</strong> la expedición contra los indios sublevados.<br />

bien recordó Ovando la solicitud idéntica que le hizo el Licenciado en jaragua, cuando<br />

quiso asistir a la guerra <strong>de</strong>l bahoruco; pero esta vez estaba completamente seguro <strong>de</strong> que<br />

los esfuerzos caritativos <strong>de</strong> Las Casas serían estériles, y que sus sanguinarias instrucciones<br />

a Esquivel tendrían puntual ejecución al pie <strong>de</strong> la letra. Por consiguiente, concedió <strong>de</strong> buen<br />

grado y con sarcástica sonrisa la licencia que se le pedía, contento en su interior <strong>de</strong> los trabajos<br />

que el generoso joven iba a arrostrar en Higüey, para recoger el amargo <strong>de</strong>sengaño <strong>de</strong> que<br />

nadie le hiciera caso. Efectivamente, Las Casas no hizo en aquella guerra <strong>de</strong> <strong>de</strong>vastación y<br />

exterminio sino el papel, nada grato para su compasivo corazón, <strong>de</strong> espectador y testigo <strong>de</strong><br />

las más sangrientas escenas <strong>de</strong> crueldad, contra las que en vano levantaba su elocuente voz<br />

para evitarlas o atemperar el furor implacable <strong>de</strong> Esquivel y sus soldados. Todo se llevó a<br />

sangre y fuego: la espada y la horca exterminaron a porfía millares y millares <strong>de</strong> indios <strong>de</strong><br />

todas clases y sexos. Inútilmente se ilustró aquella raza infeliz con actos <strong>de</strong> sublime abnegación<br />

inspirados por el valor y el patriotismo. 25 El caudillo español, con sus cuatrocientos<br />

hombres cubiertos <strong>de</strong> acero, y algunas milicias <strong>de</strong> indios escogidos en la sumisa e inmediata<br />

provincia <strong>de</strong> Icayagua, no menos valerosos y aguerridos que los higüeyanos, todo lo arrolló<br />

y <strong>de</strong>vastó en aquel territorio, que ofrecía a<strong>de</strong>más pocas escarpaduras inaccesibles y lugares<br />

<strong>de</strong>fendidos. El jefe rebel<strong>de</strong> Cotubanamá, cuya intrepi<strong>de</strong>z heroica asombraba a los españoles,<br />

reducido al último extremo, habiendo visto caer a su lado a casi todos sus guerreros, se<br />

refugió en la isla Saona, contigua a la costa <strong>de</strong> Higüey; permaneció allí oculto algunos días,<br />

y al cabo fue sorprendido y preso por los soldados <strong>de</strong> Esquivel, a pesar <strong>de</strong> la <strong>de</strong>sesperada<br />

25 En esa guerra cruel en vano quisieron los conquistadores servirse <strong>de</strong> guías indios para sus operaciones. Los<br />

higüeyanos, con espartana abnegación, se precipitaban por los <strong>de</strong>rriscos y morían voluntariamente, antes que prestarse<br />

a ayudar al exterminio <strong>de</strong> sus hermanos. Abundan los testimonios históricos <strong>de</strong> esos hechos <strong>de</strong> alta virtud.<br />

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