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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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FRANCISCO GREGORIO bILLINI | bANí O ENGRACIA Y ANTOÑITA<br />

“Te llamo, porque quiero <strong>de</strong>scargar mi conciencia; tengo un secreto que a la hora <strong>de</strong> su<br />

muerte me comunicó tu pariente y amigo don Antonio: urge que lo sepas. Si no vienes… tú<br />

serás el responsable <strong>de</strong> lo que suceda”.<br />

II<br />

Sin hacerse esperar mucho tiempo, llegó a las manos <strong>de</strong> Engracia la contestación <strong>de</strong> esa<br />

carta. Enrique le escribió, en esta vez, <strong>de</strong> una manera satisfactoria y muy cariñosa, terminando<br />

por ofrecerle que no tardaría tres días en verse con ella.<br />

Las nubes que entoldaban el cielo <strong>de</strong> nuestra heroína volvieron a <strong>de</strong>svanecerse. La alegría<br />

reanimó su corazón, y daba gusto cómo se hacían los nuevos arreglos en su casita blanca,<br />

y las veces que se movían y se limpiaban, sin necesidad, los pocos muebles que había en<br />

ella, y cómo se cambiaban las cortinas <strong>de</strong> las puertas <strong>de</strong> su graciosa salita, adornándolas<br />

con otros caprichosos lazos <strong>de</strong> cinta y flores <strong>de</strong> don<strong>de</strong> pendían los pájaros disecados por ella<br />

misma. No se escapó tampoco <strong>de</strong> esta revista el viejo sino <strong>de</strong>l agua, y la enreda<strong>de</strong>ra que lo<br />

cubría. El patio, la huerta, las flores, todo se removió, con la cooperación <strong>de</strong> las hermanas,<br />

mereciendo preferentísimo lugar el tarro <strong>de</strong>l heliotropo. A la madre le tocó confeccionar el<br />

dulce <strong>de</strong> leche y el sabroso cefolé con que fue obsequiado el recién venido.<br />

En aquella humil<strong>de</strong> morada todo parecía estar <strong>de</strong> fiesta. El sol <strong>de</strong> ese día, con sus franjas<br />

<strong>de</strong> luz, penetró por todos los rincones, porque se abrieron <strong>de</strong> par en par las puertas y las<br />

ventanas. La tímida doncella, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tanto tiempo en que su abatido espíritu, entregado<br />

a la tristeza, no le daba tregua a calorear las esperanzas <strong>de</strong> su amor, respiraba el contento<br />

<strong>de</strong> la dicha, y en <strong>de</strong>rredor suyo, como si se trasmitiera este contento, se sentía el animado<br />

reflejo <strong>de</strong> su alma.<br />

Con el estreno <strong>de</strong>l lindísimo traje blanco, que ella misma había bordado, hacía meses,<br />

para esperar a Enrique, y que sentaba con tanta elegancia a su airoso cuerpo, lo recibió en<br />

aquella tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> su llegada.<br />

No son para <strong>de</strong>scribirse la terneza y esmerada solicitud que <strong>de</strong> parte <strong>de</strong> la joven siguieron<br />

a ese recibimiento. ¡Cuántas <strong>de</strong>licadas manifestaciones <strong>de</strong> cariño! ¡Cuántas pruebas no vio<br />

al dichoso amante <strong>de</strong> que no había sido olvidado un solo día! Ora le sorprendía el bordado<br />

pañuelo; luego el precioso montón <strong>de</strong> hojas disecadas en que primorosamente aparecían<br />

dibujadas a la aguja estas palabras: “Recuerdo a mi inolvidable Enrique”, otras veces la cigarrera<br />

<strong>de</strong> finísima celda en <strong>de</strong>licadas mostacillas tejida, por ella misma, y siempre el ramito <strong>de</strong><br />

heliotropo, <strong>de</strong> alguna manera conservado entre las cartas y <strong>de</strong>más objetos <strong>de</strong> sus amores.<br />

III<br />

Cuando Enrique salió <strong>de</strong> la Capital, lo atormentaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> <strong>de</strong>jar por espalda un negocio<br />

que no había podido realizar por falta <strong>de</strong> dinero. De ese negocio, según él, <strong>de</strong>pendía su porvenir.<br />

“¡Ah! ¡si encontrara quién me facilitase esa suma, se la <strong>de</strong>volvería en poco tiempo con pingües<br />

intereses!”. Dominado por ese pensamiento se encontraba precisamente dos días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

su llegada a baní, en la mañana en que Engracia le comunicó el secreto <strong>de</strong> don Antonio.<br />

—Esos talegos se hallan enterrados en La Costa –le dijo ella, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> haberle referido<br />

la historia <strong>de</strong> la noche <strong>de</strong> La Montería–, esperándote a ti no he ido a sacarlos; dame, pues, tu<br />

consejo; dime qué <strong>de</strong>bo yo hacer para cumplir con la última voluntad <strong>de</strong>l amigo.<br />

Enrique vio por un momento la realización <strong>de</strong>l <strong>de</strong>seo que por tanto tiempo venía acariciando,<br />

y sintió en su interior el choque <strong>de</strong> una alegría inesperada.<br />

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