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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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FRANCISCO GREGORIO bILLINI | bANí O ENGRACIA Y ANTOÑITA<br />

Don Postumio, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el umbral <strong>de</strong> la puerta saludó a la discípula, no con la <strong>de</strong>senvoltura<br />

<strong>de</strong> costumbre: se hallaba un poco impresionado. Al tomar asiento le pareció bien acercar<br />

la silla hacia ella. Se frotó dos o tres veces las manos, medio encogido <strong>de</strong> hombros, según<br />

hacía siempre que iba a expresar sus i<strong>de</strong>as, y buscando la manera <strong>de</strong> abordar el asunto lo<br />

encontró difícil, sin que antes precediera algún ro<strong>de</strong>o.<br />

—Antoñita, ¿sabes que tú eres una mujer que a pesar <strong>de</strong> tu talento, no penetras los corazones?<br />

–dijo por último con la voz un poco emocionada.<br />

—¿Yo, don Postumio? ¿Y por qué?<br />

—Porque mirando claras las cosas no las quieres compren<strong>de</strong>r. O tal vez, tal vez las<br />

comprendas, y te hagas la ciega.<br />

—¿Cómo así? Explíquese –contestó la discípula sin atinar por dón<strong>de</strong> venía su maestro.<br />

—Digo es –replicó él, queriendo penetrar más en su son<strong>de</strong>o–, porque siempre he visto<br />

tu indiferencia para conmigo…<br />

—¿Indiferencia? ¿yo? ¿para con usted? ¿cuándo? y ¿dón<strong>de</strong>?, preguntó la joven con<br />

extrañeza.<br />

—Tú <strong>de</strong>bes <strong>de</strong> haber visto en mí el cariño que siempre te he profesado, <strong>de</strong>bes estar convencida<br />

<strong>de</strong> que a ninguna mujer, como a ti, he amado tanto, y sin embargo…<br />

—¡Oh! sí; yo no tengo absolutamente quejas <strong>de</strong> su buena amistad –interrumpió Antoñita,<br />

<strong>de</strong>sviando con finura en otro sentido la manifestación <strong>de</strong> don Postumio–. Convencida estoy<br />

<strong>de</strong>l cariño <strong>de</strong> usted; muchas veces me he complacido en alar<strong>de</strong>ar <strong>de</strong> él con Engracia y las otras<br />

amigas. Siempre he dicho que usted me quiere y me ha querido con el afecto <strong>de</strong> un padre, y<br />

usted pue<strong>de</strong> estar seguro <strong>de</strong> que yo le correspondo ese afecto como si fuera su hija.<br />

A esta salida inesperada <strong>de</strong> la joven, se quedó frío don Postumio. A él no le había pasado por la<br />

i<strong>de</strong>a la diferencia <strong>de</strong> eda<strong>de</strong>s, ni hallaba que ésta fuese tan <strong>de</strong>sproporcionada hasta ese extremo.<br />

—¿Con que es <strong>de</strong>cir que yo soy un viejo, que no te inspira otra especie <strong>de</strong> cariño sino<br />

el <strong>de</strong> padre? –replicó el maestro, recalcando mucho las palabras, y ya sin ro<strong>de</strong>os, al sentirse<br />

lastimado en su amor propio.<br />

—¿Y qué otro pue<strong>de</strong> haber más sincero y más puro que ese?, interrogó la discípula sin<br />

darse por entendida; y, aparentando la más espontánea sencillez, añadió:<br />

—Pues tanto es así que siempre he pensado que será usted, el día en que me case, el<br />

padrino <strong>de</strong> mi matrimonio.<br />

Cayósele el alma a don Postumio, y hallándose en tan falsa posición, no sabía cómo salir<br />

<strong>de</strong>l paso, cuando a este tiempo entraron a la sala Aurelia y Alicia, quienes con su presencia,<br />

vinieron a sacarlo <strong>de</strong>l conflicto. Él, aprovechándose luego <strong>de</strong>l momento en que las llamaban<br />

a cenar, tomó su sombrero y se <strong>de</strong>spidió. Cuando se vio en la calle, al pensar en el ridículo,<br />

apretó los labios, hizo una mueca y con un movimiento afirmativo <strong>de</strong> cabeza, se dijo:<br />

—¡He dado un tropezón!…<br />

Capítulo <strong>VI</strong><br />

REALIDADES QUE PARECEN INVEROSíMILES<br />

I<br />

Era el nueve <strong>de</strong> marzo <strong>de</strong>l siguiente año, y baní pasaba por una <strong>de</strong> esas sequías que<br />

calcinan el pasto <strong>de</strong> sus campos y agotan las aguas <strong>de</strong> su río. Ese viento recio que baja <strong>de</strong> las<br />

montañas arrasando muchas veces el fruto en flor, y que en el poblado nos importuna en el día<br />

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