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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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—¿Qué has hecho <strong>de</strong> Enriquillo? –le preguntó su esposo riendo–. ¿Sin que te lo haya yo<br />

dado en encomienda, tratas <strong>de</strong> quedarte con él?<br />

—Por hoy, seguramente, con permiso <strong>de</strong> estos señores –contestó en igual tono la Virreina–.<br />

Él y Mencía han manifestado tanto placer al encontrarse, que sería inhumano privarlos<br />

<strong>de</strong> estar juntos siquiera medio día;<br />

—¿Y por qué no más tiempo? –insistió Don Diego Colón–. Si eso consuela a las dos pobres<br />

criaturas ¿por qué separarlos? bien pue<strong>de</strong> Enriquillo quedarse como paje en nuestra casa.<br />

—Algo así le propuse; pero tanto cuanto fue su regocijo al <strong>de</strong>cirle que iba a permanecer<br />

hoy con Mencía, así fue el disgusto que expresó ante la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> vivir en la Fortaleza. Prefiere<br />

el convento, porque dice que no quiere <strong>de</strong>jar al señor Las Casas, a quien tiene mucho<br />

amor; como al señor Diego Velázquez y ya no recuerdo a quién más. Revela esa criatura un<br />

corazón bellísimo.<br />

—De mí puedo asegurar, señora –dijo con aire sentimental Velázquez–, que lo amo como<br />

si fuera hijo mío.<br />

—Nada hay que extrañar en que Enrique –agregó a su vez Las Casas, <strong>de</strong>seoso <strong>de</strong> recomendar<br />

más y más su protegido a los Virreyes–, prefiera la monotonía <strong>de</strong>l convento a esta<br />

suntuosa morada. De muy niño le he visto melancólico por natural carácter; y luego, el hábito<br />

<strong>de</strong> sus estudios ha <strong>de</strong>sarrollado en él tal aplicación, que sólo se halla bien escuchando las<br />

disputas filosóficas y teológicas que a la sombra <strong>de</strong> los árboles son nuestro único entretenimiento<br />

en las horas francas <strong>de</strong>l monasterio.<br />

—Convengamos, pues –dijo Doña María–, en un arreglo que a todos <strong>de</strong>jará satisfechos.<br />

Siga Enrique al cuidado inmediato <strong>de</strong>l señor licenciado en San Francisco, y véngase a pasar<br />

los días <strong>de</strong> fiesta en esta casa al lado <strong>de</strong> su novia.<br />

—¡De su novia! ¿Quién es su novia? –preguntó el Almirante.<br />

—¿Quién ha <strong>de</strong> ser? Su prima Mencía, nuestra hija <strong>de</strong> adopción. Este es asunto consagrado<br />

y sellado por la muerte. –Y la Virreina refirió lo que Enrique le había comunicado en el jardín.<br />

Las Casas, como testigo principal <strong>de</strong> lo ocurrido al morir Doña Ana <strong>de</strong> Guevara, confirmó<br />

en todas sus partes el relato <strong>de</strong>l joven cacique, y formuló su in<strong>de</strong>clinable propósito <strong>de</strong> tomar<br />

a su cargo el estricto cumplimiento <strong>de</strong> las últimas volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la difunta.<br />

Todos hicieron coro al buen Licenciado en su generosa resolución, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel día<br />

pareció que la dicha y el porvenir <strong>de</strong> los dos nobles huérfanos estaba asegurado. No se justificaron<br />

<strong>de</strong>spués, en el curso fatal <strong>de</strong> los acontecimientos, esas halagüeñas cuanto caritativas<br />

ilusiones; que los empeños <strong>de</strong> la voluntad humana encuentran siempre llano y fácil el camino<br />

<strong>de</strong> la maldad; mas, cuando se dirigen al bien y los inspira la virtud, es seguro que han <strong>de</strong><br />

obstruirles el paso obstáculos numerosos, sin que para vencerlos valga muchas veces ni la<br />

fe en la santidad <strong>de</strong>l objeto, ni la más enérgica perseverancia en la lucha.<br />

IV. El billete<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

Eran las tres <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> cuando Las Casas y Velázquez se retiraron <strong>de</strong> la Fortaleza. Doña<br />

María <strong>de</strong> Toledo regresó a sus aposentos <strong>de</strong>spidiéndose <strong>de</strong> su esposo hasta la hora <strong>de</strong> comer,<br />

y poco <strong>de</strong>spués ocurrió la escena que hemos narrado con la joven María <strong>de</strong> Cuéllar, <strong>de</strong>jándola<br />

en el punto en que la Virreina hizo llamar a su presencia a Enriquillo.<br />

No tardó el joven cacique en presentarse a las dos damas. Miró con curiosidad a la doncella;<br />

saludó, y esperó en actitud tranquila a que se le dijera el objeto <strong>de</strong> su llamamiento.<br />

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