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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

—Toma estos dineros –dijo entonces Enrique–, para que ni tú ni la bestia paséis hambre<br />

en el camino. De estas dos cartas, una es para el padre bartolomé <strong>de</strong> las Casas, en el convento<br />

<strong>de</strong> los padres dominicos: la otra es para la señora Virreina… Nadie en la Maguana ha <strong>de</strong><br />

saber tu viaje, ni al ir ni al regresar. Hoy es lunes; te espero el domingo a esta hora, con las<br />

respuestas, aquí mismo. ¿Has entendido bien?<br />

—Sí, cacique.<br />

—Anda con Dios, muchacho.<br />

—Adiós, cacique. Adiós maese Tamayo.<br />

Con esta simple <strong>de</strong>spedida salió Galindo por don<strong>de</strong> había entrado; montó a caballo, y<br />

partió a paso vivo en medio <strong>de</strong> las tinieblas que ya envolvían la llanura.<br />

Media hora más tar<strong>de</strong> Anica servía la cena, como <strong>de</strong> costumbre, a Mencía, Doña Leonor y<br />

Enrique. Los tres estaban preocupados y tristes: las damas habían guardado una penosa impresión<br />

<strong>de</strong>l inci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> la siesta, y tenían como un presentimiento <strong>de</strong> que Valenzuela no se daría por<br />

vencido, ni <strong>de</strong>jaría <strong>de</strong> empren<strong>de</strong>r alguna nueva maldad contra Mencía; ésta <strong>de</strong>seaba encontrar<br />

un medio discreto <strong>de</strong> hacer enten<strong>de</strong>r a Enrique la conveniencia <strong>de</strong> mudar prontamente <strong>de</strong> casa,<br />

sin <strong>de</strong>spertar en su ánimo el menor recelo sobre lo acontecido. Doña Leonor había aconsejado<br />

a la joven que <strong>de</strong>jara pasar aquella noche, y forjara la fábula <strong>de</strong> un sueño pavoroso, en el cual<br />

la aparición <strong>de</strong> algún horrible espectro viniera a advertirle que <strong>de</strong>bían abandonar cuanto antes<br />

aquella morada. Mencía <strong>de</strong>testaba la mentira, y por lo mismo <strong>de</strong>sechó aquel expediente, sin acertar<br />

a fijarse en ningún otro. Así se explica la silenciosa distracción en que permanecieron las dos<br />

amigas mientras estuvieron a la mesa. Las <strong>de</strong>claraciones proce<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> Enriquillo en su diálogo<br />

con Tamayo no permiten dudar <strong>de</strong> la causa que obraba en su ánimo para el mismo efecto.<br />

—No parece sino que estamos en misa –dijo al fin Doña Leonor–. Cuéntanos algo<br />

agradable, Enrique, según acostumbras.<br />

—Ciertamente, señora, que no he cumplido con vosotras esta noche como <strong>de</strong>bo<br />

–respondió Enrique–; pero no me culpéis por este <strong>de</strong>scuido; más bien tenedme lástima.<br />

—No veo la causa, Enrique, y Dios te libre <strong>de</strong> mal –replicó la buena señora.<br />

—Si estuviésemos en la villa, acaso la echaríais <strong>de</strong> ver –volvió a <strong>de</strong>cir Enrique–. De pocos<br />

días a esta parte no sé qué hechizo obra en contra mía; pero hoy he acabado <strong>de</strong> convencerme<br />

<strong>de</strong> que he perdido la estimación <strong>de</strong> aquellos que más me favorecían con su amistad.<br />

Y continuó el cacique refiriendo el <strong>de</strong>svío y la mala voluntad que había observado en<br />

los principales colonos <strong>de</strong> la Maguana, y especialmente en Alonso <strong>de</strong> Sotomayor, que era<br />

<strong>de</strong> quien más lo sentía.<br />

—Eso no es natural, Enrique –dijo la discreta dama al acabar el cacique su confi<strong>de</strong>ncia–.<br />

Algo extraño ocurre, y te aconsejo que procures aclarar ese enigma. Vamos mañana a la villa.<br />

Al formular esta proposición, tocó a Mencía con el pie disimuladamente.<br />

La joven comprendió la señal en seguida.<br />

—Sí, Enrique –dijo a su vez–; vamos a la villa mañana: tal vez esas personas que antes<br />

eran amigas tuyas te miren mal por no haber yo correspondido todavía a las visitas que<br />

recibí <strong>de</strong> las principales señoras.<br />

—Pue<strong>de</strong> ser así –añadió Doña Leonor–; pero sea como fuere, Enrique, convendrá que sin<br />

<strong>de</strong>mora volvamos para San juan. Me comprometo a poner en claro la causa <strong>de</strong> ese cambio<br />

inexplicable que te tiene con razón apesadumbrado.<br />

—Me place, Doña Leonor –contestó Enriquillo–; pero recordad que nuestra casa está en<br />

la actualidad ocupada por el señor Andrés.<br />

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