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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

IV<br />

Cuando quedó solo don Postumio en su calabozo se entregó a las meditaciones más<br />

tristes. ¡Qué <strong>de</strong>cepción tan gran<strong>de</strong> había recibido!<br />

—Sin embargo –se <strong>de</strong>cía él–, estoy seguro que el Presi<strong>de</strong>nte ignora todo esto, y tal vez<br />

los otros Ministros lo ignoran también; porque no es posible, no lo creo, no me da la gana<br />

<strong>de</strong> creer que a mí me crean traidor… y por sólo la <strong>de</strong>nuncia <strong>de</strong> Can<strong>de</strong>laria Ozán. ¡Ah! ¡esto<br />

es horrible!… ¡Qué cosas las <strong>de</strong> este país!<br />

Sería ya la media noche, cuando abrió la puerta el carcelero.<br />

—Que salga el preso –dijo con sequedad.<br />

Don Postumio salió casi sin po<strong>de</strong>r dar paso; pues a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> que los grillos le quedaban<br />

muy apretados, sentía el cansancio <strong>de</strong>l viaje. Del Cuarto <strong>de</strong>l Indio lo llevaron al Mulato,<br />

ayudándole a cargar su capote y las valijas que acababan <strong>de</strong> traerle. Al entrar a su nueva<br />

habitación se encontró allí con tres criminales que arrastraban ca<strong>de</strong>nas. Su primera i<strong>de</strong>a fue<br />

la <strong>de</strong> protestar y volverse a salir; pero vio que eso era inútil, y se conformó con ten<strong>de</strong>r en un<br />

rincón el capote y poner <strong>de</strong> almohada las valijas. Así pasó el resto <strong>de</strong> la noche, mortificado<br />

con el hedor <strong>de</strong> aquellos individuos y casi sin po<strong>de</strong>r dormir. En la mañana <strong>de</strong>l siguiente día<br />

lo trasladaron a El salón. Todos los presos políticos que allí estaban, tan luego el carcelero<br />

echó el cerrojo a la puerta, fueron saludarlo.<br />

—Toque esos cinco –dijo uno.<br />

—Deme un abrazo –añadió otro.<br />

—Así era que yo lo quería ver a usted, unido a nosotros –repuso un tercero; y <strong>de</strong> ese<br />

modo ro<strong>de</strong>ando a nuestro protagonista, lo colmaron <strong>de</strong> parabienes asediándolo a preguntas,<br />

hasta que él, perdiendo los estribos, lleno <strong>de</strong> indignación y con acento <strong>de</strong> verda<strong>de</strong>ra energía,<br />

se expresó así:<br />

—¿Qué se han figurado uste<strong>de</strong>s? ¿Creen que yo sea un infame que haya traicionado mi<br />

partido. Pues sepan que yo soy siempre el mismo; el hombre <strong>de</strong> principios que no abandona<br />

sus filas, ni cambia su ban<strong>de</strong>ra: soy el enemigo acérrimo <strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s, y <strong>de</strong>l tirano personalismo<br />

<strong>de</strong> uste<strong>de</strong>s.<br />

Todos al oír la interpelación <strong>de</strong> don Postumio se apartaron <strong>de</strong> él, algunos en silencio,<br />

lanzándole miradas <strong>de</strong> odio, y otros con dichos irrespetuosos y burlescos.<br />

Nada <strong>de</strong> lo que había pasado le causó tan honda impresión, como aquella escena. ¡Creer<br />

los mismos contrarios que él había cambiado chaqueta! ¡Ah! ¡eso fue un golpe terrible! En<br />

aquel instante renegó, maldijo y estuvo a punto <strong>de</strong> llorar…<br />

Entre los que estaban en El salón no faltó alguna que otra persona seria y bien educada<br />

que tratara <strong>de</strong> calmar el rebozo <strong>de</strong> indignación que acometió a don Postumio, y que,<br />

reconociendo su honra<strong>de</strong>z, le pidiera excusas y le diera satisfacciones en nombre <strong>de</strong> los<br />

<strong>de</strong>más. Esto vino a calmarlo un tanto, aunque se pasó todo ese día reconcentrado y sin<br />

comer.<br />

Capítulo IX<br />

ANTOÑITA SALVA AL GRAL. EN jEFE<br />

I<br />

Antes <strong>de</strong> oscurecer le entregaron una ban<strong>de</strong>ja con comida, un catre, sábanas, almohadas,<br />

taza, toalla y otros útiles que le enviaba el padre <strong>de</strong> Enrique Gómez, enviándole también<br />

satisfactorias explicaciones <strong>de</strong>l porqué no había cumplido con ese <strong>de</strong>ber <strong>de</strong> amistad <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

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