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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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jUAN bOSCH | LA MAÑOSA<br />

hubo en tal lugar. Cada día aparecían noticias nuevas que nadie sabía <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> procedían,<br />

puesto que ninguno <strong>de</strong> los contertulios salía <strong>de</strong>l Pino. Se <strong>de</strong>cía que las tropas pasaban <strong>de</strong><br />

noche, y alguien aseguraba que sentía los pasos <strong>de</strong> las monturas.<br />

Papá era o muy crédulo o muy incrédulo. Sus simpatías estaban con los alzados, quizá<br />

porque era amigo <strong>de</strong>l general Fello Macario, quizá porque el gobierno había reclutado a los<br />

hijos <strong>de</strong> Dimas, cuyo dolor, manifiesto perennemente, aunque lo disimulara, indignaba a<br />

quienes le querían.<br />

La amenaza <strong>de</strong> la revolución paralizaba las vidas. A cada momento se la creía ver aparecer<br />

por el recodo <strong>de</strong> la Encrucijada, arrasándolo todo.<br />

Sin embargo, la tal amenaza no podía matar el <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> diversiones. A pesar <strong>de</strong> que a<br />

cada amanecer faltaba alguna cabeza <strong>de</strong> hombre en algún bohío, porque en la noche tomó<br />

el camino <strong>de</strong> los cantones; a pesar <strong>de</strong> que nadie sabía qué cosa <strong>de</strong>sagradable le guardaba la<br />

revuelta; a pesar <strong>de</strong> que nadie sabía cuándo podía aparecer, la gente se preparaba a bailar.<br />

Des<strong>de</strong> muchas noches antes a la <strong>de</strong>l sábado se oía retumbar la tambora por los lados <strong>de</strong><br />

jagüey A<strong>de</strong>ntro. Eran ruidos sordos, epilépticos, con ritmo <strong>de</strong> tiroteo lejano. Los hombres<br />

ensayaban merengues; y cuando la brisa venía <strong>de</strong>l este, llegaba hasta nosotros la voz <strong>de</strong>sgarrada<br />

<strong>de</strong>l acor<strong>de</strong>ón.<br />

El entusiasmo iba cundiendo en los campos vecinos. Des<strong>de</strong> la tambora parecía irse <strong>de</strong>sprendiendo<br />

un calor que emborrachaba. En la noche trepidaban las sombras bajo el convite<br />

apremiante <strong>de</strong> aquella tambora.<br />

Simeón habló con Papá para que pusiera cantina en jagüey A<strong>de</strong>ntro; pero padre le<br />

contestó que él no contribuía para esas cosas, cuyo final era siempre sangriento. El sabía<br />

bien cómo va levantando el ánimo la copa apurada sin medida, cómo enar<strong>de</strong>ce la música<br />

tosca <strong>de</strong>l acor<strong>de</strong>ón. En toda fiesta flota un vaho viril y cruel, un olor confuso <strong>de</strong> sudor<br />

y <strong>de</strong> mulo caminado, una pestilencia <strong>de</strong> pólvora, que acaba poseyendo a los hombres y<br />

termina en chorros <strong>de</strong> sangre.<br />

El baile <strong>de</strong>bía ser el sábado en la noche; sin embargo, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> antes <strong>de</strong>l atar<strong>de</strong>cer empezaron<br />

a cruzar por el camino incontadas mujeres. No se sabía <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> salían tantas.<br />

Unas tenían color <strong>de</strong> cacao seco; otras eran blancas, con la sangre apretada en las mejillas;<br />

otras parecían negras <strong>de</strong> tan oscuras. Todas llevaban trajes anchos, <strong>de</strong> colores chillones;<br />

todas movían las ca<strong>de</strong>ras con vaivenes <strong>de</strong> hamacas y todas tenían ojos encendidos, como<br />

fogones en las medias noches. En los moños altos y copiosos lucían su gracia los claveles<br />

reventones y las tímidas rosas.<br />

Pasaban también hombres, agrupados, en caballos, a pie, bien trajeados, <strong>de</strong>scalzos;<br />

gentes <strong>de</strong> todas las razas y <strong>de</strong> todas composturas. Venían vociferando; reían, charlaban y<br />

bebían a pico <strong>de</strong> botella.<br />

Papá y yo estábamos en el camino real, junto al portón. Veíamos aquel <strong>de</strong>sfile abigarrado<br />

que padre comentaba con palabras <strong>de</strong>spectivas. La tar<strong>de</strong> se arrimaba también hacia allá,<br />

hacia jagüey A<strong>de</strong>ntro; parecía ir cruzando el cielo en amplios trazos <strong>de</strong> luz morada. Oíamos<br />

claramente la tambora con su ruido esquivo, veloz, <strong>de</strong>sesperante. Por el camino, con la cabeza<br />

gacha, venía Dimas. En eso oímos tiros. Sí; eran tiros. Seis, siete. Sonaron claramente,<br />

por encima <strong>de</strong>l sordo rugido <strong>de</strong> la tambora.<br />

Dimas se <strong>de</strong>tuvo. Nos miró con ojos <strong>de</strong>solados y absurdos. Estaba ya cerca <strong>de</strong> casa<br />

y corrió.<br />

—¡La revolución, la revolución!… –roncaba.<br />

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