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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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lluvioso y frío. Casi no se peleaba. En breve llegaría el general Luperón con sus muchachos.<br />

Para entonces habría gresca y fuerte. En esos días experimentó Fonso el contratiempo <strong>de</strong><br />

habérsele inflamado un pie a consecuencia <strong>de</strong> un golpe con un tocón. Tenía que permanecer<br />

sentado, pues cada vez que intentaba caminar sentía en el pie lesionado horribles retortijones.<br />

¡Qué fastidio! Y aquellos días, fríos, sin sol, sucediéndose tristes y monótonos, esparciendo<br />

sobre su espíritu sombras <strong>de</strong> tedio y <strong>de</strong> disgusto!…<br />

Tenía en su po<strong>de</strong>r varias cartas <strong>de</strong> Rosario. Las leía y releía con avi<strong>de</strong>z. Fonso seguía amándola<br />

con el ardor <strong>de</strong> los primeros días y la novia le pagaba con la misma moneda. Enredos<br />

momentáneos con mujeres fáciles y vulgares no habían disminuido en lo más mínimo su pasión<br />

por Rosario. Cuando pensaba en la novia ausente sentía como que su vida se iluminaba, que<br />

en ella penetraba como un rayo <strong>de</strong> sol que ponía ante su vista floridos cármenes <strong>de</strong> ensueño.<br />

En los primeros días <strong>de</strong> enero recibió una carta <strong>de</strong> Rosario en que le <strong>de</strong>jaba traslucir que un<br />

gran disgusto embargaba su ánimo con motivo <strong>de</strong> algo grave ocurrido en la familia…<br />

El combate<br />

F. GARCíA GODOY | GUANUMA<br />

Uno <strong>de</strong> los espías encargados <strong>de</strong> vigilar los movimientos <strong>de</strong>l enemigo acaba <strong>de</strong> llegar<br />

al cantón con la noticia <strong>de</strong> que una formidable columna española <strong>de</strong> las tres armas avanza con<br />

el ostensible propósito <strong>de</strong> dar un ataque <strong>de</strong>cisivo al campamento revolucionario. Durante las<br />

primeras horas <strong>de</strong> la mañana continuaron recibiéndose informes idénticos. Reunidos en la vivienda<br />

<strong>de</strong>l general Salcedo los jefes principales, predomina en los primeros momentos la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong><br />

retirarse sin combatir a bermejo para hacerse allí más fuertes por ser la porción más estratégica<br />

y aguardar las municiones que se esperan <strong>de</strong> Santiago, pues juzgan los más precavidos <strong>de</strong> los<br />

generales en consejo que la cantidad <strong>de</strong> pertrechos existente en el cantón no es ni con mucho<br />

suficiente para sostener durante largo tiempo un recio combate. Al fin son <strong>de</strong>sechadas tales<br />

pru<strong>de</strong>ntes indicaciones. Luperón impone su criterio <strong>de</strong> batirse a todo trance. Impetuoso, como<br />

siempre su entusiasmo contagia a casi todos. ¡Retroce<strong>de</strong>r! ¡Ni por un pienso! ¡Creerían que huimos!<br />

¡Qué vergüenza! Para cuando se acaben los cartuchos ahí están los machetes, grita con voz<br />

<strong>de</strong> trueno… En vano Salcedo <strong>de</strong>ja oír pru<strong>de</strong>ntes advertencias. La opinión <strong>de</strong>l general Luperón<br />

triunfa en toda la línea… Fonso Ortiz, sereno y reflexivo, compren<strong>de</strong> que se va a cometer una<br />

gran tontería, pero no dice ni jota viendo que en aquella gente inflamable la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> dar la batalla<br />

gana terreno consi<strong>de</strong>rablemente. No quiere aventurar una opinión contraria porque la suya<br />

nada significaría comparada con la <strong>de</strong> tantos guapetones y porque tal vez parecería como hija<br />

<strong>de</strong> la pusilanimidad o <strong>de</strong>l miedo. Aunque en varias andanzas bélicas ha <strong>de</strong>mostrado serenidad<br />

y sangre fría, en realidad él no es lo que se llama un hombre <strong>de</strong> guerra ni quiere ni preten<strong>de</strong><br />

serlo. Cojeando, casi arrastrándose, pues aún tiene la pierna inflamada, ha ensillado su mula.<br />

Los jefes principales van a ocupar sus respectivos puestos. El presi<strong>de</strong>nte Salcedo ha confiado la<br />

dirección <strong>de</strong>l combate a la voluntad imperiosa <strong>de</strong>l general Luperón. Este, oprimiendo los lomos<br />

<strong>de</strong> un fogoso corcel, sube y baja los cerros dando disposiciones para la inminente refriega. bajo el<br />

sombrero <strong>de</strong> anchas alas, su rostro expresivo revela entusiasmo, confianza en el éxito. Incansable,<br />

vigilándolo todo, va <strong>de</strong> un lado a otro, entusiasmando a los que ve como flojos o reacios…<br />

Las guerrillas se <strong>de</strong>spliegan <strong>de</strong>s<strong>de</strong> arriba hasta el firme <strong>de</strong> las peladas la<strong>de</strong>ras. Algunos<br />

tiradores se emboscan <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> gruesos troncos <strong>de</strong> árboles. Se improvisa apresuradamente<br />

algo parecido a una trinchera. Dos cañones servidos por artilleros inexpertos enfilan el centro<br />

<strong>de</strong> la llanura. De los soldados, aquí y allá, parten voces, frases rápidas y aisladas…<br />

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