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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Le <strong>de</strong>jó unas monedas al hombre y montó. En el paso <strong>de</strong>l primer arroyo había unos<br />

hombres regados. Las carabinas mohosas apuntando al cielo; los ojos enrojecidos por el<br />

trasnoche y el alcohol; la voz arrugada con que dieron el alto: todo indicaba que allí estaba<br />

el primer cantón <strong>de</strong> Monsito Peña.<br />

Los revolucionarios alborotaron algo al verle llegar; él les gritó que <strong>de</strong>jaran seguir los<br />

animales, y en el tono que usó <strong>de</strong>jaba entrever a la vez una amenaza si no lo hacían y un<br />

premio si le obe<strong>de</strong>cían. Los alzados le vieron meter la mano en el bolsillo y le oyeron <strong>de</strong>spués<br />

preguntar por Monsito. Los mulos pateaban el sucio camino arreados por Mero. Papá tiró<br />

unas cuantas monedas, y un hombre joven, que le salió al encuentro le <strong>de</strong>jó pasar mientras<br />

le cantaba al oído la voz <strong>de</strong> padre:<br />

—¡Compren aguardiente!<br />

Y nada más. Pero cuando hubo caminado apenas doscientas varas, se le quebró encima<br />

la mañana con los ruidos retumbantes <strong>de</strong> cinco <strong>de</strong>scargas. Unos cuantos rezagados encontró<br />

padre; estaban armados y reían bajo el sol. A voces sueltas supo que Monsito Peña acababa<br />

<strong>de</strong> fusilar cinco enemigos.<br />

Cerca ya <strong>de</strong>l poblado empezó a topar palizadas caídas, ranchos que humeaban todavía,<br />

restos <strong>de</strong> animales muertos para alimentar la tropa a la carrera. Des<strong>de</strong> los montes iba ascendiendo<br />

un apelotonamiento <strong>de</strong> nubes negras. Apretó el paso y llegó, con las primeras gotas,<br />

a una casa. El dueño le contó que los alzados habían asaltado el Cotuí.<br />

En todo lo que anduvo no había visto un hombre ocupado en trabajo. Solos y silenciosos,<br />

los potreros se doblaban bajo el viento <strong>de</strong> lluvia que subía <strong>de</strong>l río.<br />

Había empezado la revuelta. ¡Revolución! Por todos los confines <strong>de</strong>l Cibao rodaba un<br />

sangriento fantasma y la misma tierra olía a pólvora. Los hombres iban abandonando los<br />

bohíos a mujeres e hijos y se marchaban con la noche, o bajo la madrugada, apretando febrilmente<br />

el arma recién conseguida. Parecían ir a fiestas lejanas, a remotos convites. Respiraban<br />

una alegría feroz. Y los firmes <strong>de</strong> las lomas se iban poblando <strong>de</strong> tiros y <strong>de</strong> “quemas” en las<br />

primas noches.<br />

Uno hubiera podido verlos pasar, fila tras fila, enfriándose en los barrancos <strong>de</strong> los ríos,<br />

quemándose en los caminos pelados, bajo el sol inclemente.<br />

¡Revolución! ¡Revolución! bien sabía padre cómo cada enemigo cobraba, al amparo <strong>de</strong> la<br />

revuelta; bien sabía padre que no quedaban hombres para torcer andullos; bien sabía padre<br />

que las llamas no tardarían en chamuscar los conucos, en marear las hojas <strong>de</strong> los plátanos;<br />

que pronto ar<strong>de</strong>ría el maíz, cuando las bandas entraran <strong>de</strong> noche a asolarlo todo. Y bien sabía<br />

que todo dueño <strong>de</strong> reses encontraría, una mañana cualquiera, los huesos <strong>de</strong> sus mejores<br />

novillos sacrificados en la madrugada.<br />

Cruzó el pueblo al trote. Más alante, en una parada, supo que el general Fello Macario<br />

estaba acantonado a todo lo largo <strong>de</strong>l río jima. Des<strong>de</strong> Piedra blanca hasta Rincón, el prestigio<br />

<strong>de</strong>l general Macario era indiscutible. Padre se contaba entre sus amigos y <strong>de</strong>cidió pasar.<br />

Aún no teniendo su amistad, lo hubiera hecho: a dos horas escasas estaban los potreros, el<br />

hogar, la mujer y los hijos.<br />

Tenía ya buen rato orillando el jima; había que cruzarlo bien abajo, porque tenía un<br />

repecho alto y duro, <strong>de</strong> brava roca, el mismo que le impedía <strong>de</strong>sbocarse sobre los campos<br />

cuando crecía.<br />

Mero fué quien le llamó la atención: había oído voces, pero tan lejanas que se confundían<br />

con el canto <strong>de</strong> la corriente. El río rebullía a sus pies. Es todavía una vena <strong>de</strong> agua rauda y<br />

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