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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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TULIO M. CESTERO | LA SANGRE. UNA <strong>VI</strong>DA bAjO LA TIRANíA<br />

se mofa <strong>de</strong> la calva <strong>de</strong> Romeo; Hamlet murmura <strong>de</strong> Ofelia, y Desdémona cuenta cómo los<br />

rugidos <strong>de</strong> Otelo estuvieron a punto <strong>de</strong> hacerla romper en carcajadas al estrangularla. A<br />

su vez, don juan censura la frialdad marmórea <strong>de</strong> doña Inés, y los <strong>de</strong>más se maltratan con<br />

furor infatigable. Es mentira lo que cada uno cuenta, según la opinión <strong>de</strong> otro: ni virtu<strong>de</strong>s<br />

ni éxitos; los bombos <strong>de</strong> que se ufanan han sido pagados con monedas o caricias; para esta<br />

gente, que cada noche <strong>de</strong>clama pasiones y dolores extraños, la escena es un taller don<strong>de</strong><br />

amasan el pan, y, sin embargo, el menor reproche impreso le irrita, mendiga los aplausos,<br />

y por un parrafito, cuántas intrigas y pen<strong>de</strong>ncias, en las cuales las miserias <strong>de</strong> la vida se<br />

exponen a la luz <strong>de</strong> los candiles, en los pasillos o estallan vociferantes en aquella atmósfera<br />

inficionada por las emanaciones <strong>de</strong> la letrina, el olor <strong>de</strong> las aguas sucias, los cosméticos, el<br />

polvo y los trastos viejos.<br />

De raro en raro, pasa un mozo <strong>de</strong> cantina con una botella <strong>de</strong> champaña, obsequio <strong>de</strong><br />

algún conquistador. En los entreactos, los pollitos inva<strong>de</strong>n el escenario, boquiabiertos, miran<br />

arriba y abajo, impi<strong>de</strong>n los movimientos a los tramoyistas, quienes suelen apelar a la policía<br />

para que los <strong>de</strong>saloje, si le hacen caso, y enracimándose frente a los cuartuchos cerrados,<br />

acechan a fin <strong>de</strong> entrever pecho, brazo o pantorrilla <strong>de</strong>snudos.<br />

Amojamada, felina, pálida, la cabellera negra formándole casco <strong>de</strong> azules <strong>de</strong>stellos,<br />

los ojos gran<strong>de</strong>s y febriles. Ella es la única que nada le ha pedido. Los <strong>de</strong>más le reprochan<br />

<strong>de</strong>samor <strong>de</strong> artista y livianda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> mujer. El director se <strong>de</strong>sespera en los ensayos sin lograr<br />

una vibración <strong>de</strong> su cuerpo a líneas <strong>de</strong> arpa. Poco a poco, Antonio va interesándose<br />

por ella, dándole relieve en sus crónicas. Es la querida <strong>de</strong>l consueta, el hombre <strong>de</strong>saseado<br />

que suda y grita <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> la concha. No es bonita; sin embargo, las miradas <strong>de</strong> los machos<br />

la acarician <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la sala. Las frases rimbombantes <strong>de</strong> las crónicas le son casi indiferentes,<br />

apenas si lee el ejemplar <strong>de</strong>l periódico que él le ofrece. Los amigos enterados <strong>de</strong>l embullo<br />

creciente, bromean: “Pero si es una gata tísica”. “No digas, a ti siempre te han gustado las<br />

feas”. El director le previene: “no vale nada, va con cualquiera que la pague, y la carne <strong>de</strong><br />

teatro, ya lo sabes, cara y mala”. No obstante, se siente atraído. Entre dos escenas, ella le ha<br />

referido una historia vulgar y triste: tiene, un padre anciano y un hijo paralítico, en su tierra.<br />

Las <strong>de</strong>más son injustas con ella, porque las <strong>de</strong>sprecia; no nació para esta vida <strong>de</strong> bohemia;<br />

pero <strong>de</strong>sgracias <strong>de</strong> familia, la muerte <strong>de</strong>l esposo... Y tales <strong>de</strong>sventuras le conmueven. En el<br />

fondo <strong>de</strong> las pupilas, negras y hermosas, brilla, cuando se encuentran al azar <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> los<br />

bastidores, una llamita turbadora, y Antonio le oprime las húmedas manos, <strong>de</strong>scarnadas.<br />

A medida que la temporada avanza, la admiración <strong>de</strong>l público se divi<strong>de</strong>, formándose<br />

bandos rivales, que rebaten con tempesta<strong>de</strong>s <strong>de</strong> aplausos y a golpe <strong>de</strong> ramilletes <strong>de</strong> flores,<br />

ofrendados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los palcos más próximos a las actrices. Las mujeres son partidarias <strong>de</strong> la<br />

primera dama, que es toda una señora, afirman, y cada noche se acrece el homenaje floreal.<br />

Los hombres se divi<strong>de</strong>n en dos o tres campos. Antonio, que capitanea uno, al servicio <strong>de</strong> su<br />

dama pone su pluma, y en las crónicas baraja las cualida<strong>de</strong>s que le inventa con las penas<br />

que ella le relata, granjeándole simpatías. Las noches <strong>de</strong> los beneficios, los partidarios se<br />

manifiestan con esplendi<strong>de</strong>z en canastillos floridos y regalos. Los poetas entusiastas <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

la escena recitan poesías en honor <strong>de</strong> la agraciada. La ciudad se regocija y amortigua las<br />

pasiones políticas con las aventuras <strong>de</strong> las comediantes.<br />

Por las noches, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la función, Antonio y Roncoroni, bajo los laureles <strong>de</strong>l parque,<br />

discurren acerca <strong>de</strong> las piezas, los sucesos <strong>de</strong> entre bastidores y la política. El empresario<br />

está satisfecho <strong>de</strong> la temporada: los sábados y domingos se llena el teatro, y el público acu<strong>de</strong><br />

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