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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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RAMÓN MARRERO ARISTY | OVER<br />

El que me había hablado, se excusaba y marchaba a toda prisa, asombrado. Yo me sentía<br />

hueco. Sentía como que iba a caer, y sacudía la cabeza para no oír algo que me <strong>de</strong>cía: “¡Imbécil!<br />

¿Por qué mientes? ¿Acaso vas bien?<br />

Y volvía al ron…<br />

d<br />

Fue ayer cuando no quise beber más. Más que nunca me sentía avergonzado ante mí<br />

mismo. No quise ver a mi amante la prostituta, y anoche me eché en un vagón.<br />

Sobre mí estaba el cielo azul regado <strong>de</strong> estrellas. La Luna, rota, era una loca. En vez <strong>de</strong><br />

dormir, yo dormitaba. Comenzó a hablarme una voz:<br />

“¡Eh! ¿Qué piensas? El monstruo todos los días engulle más hombres. (La factoría estaba<br />

ahí con sus mil ojos apagados). La historia <strong>de</strong> tu pueblo, la <strong>de</strong> tu región, es la <strong>de</strong> la caña. Tus<br />

hermanos entran en el molino, el molino los tritura, su sangre corre por canales: es oro, es<br />

ganancia, ¡es over!, ¡se va!… ¡Y <strong>de</strong> los hombres, aquí en tu tierra, sólo queda bagazo!”.<br />

“A ti también te molieron, pero algo quedó <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ti que no fue triturado por el engranaje.<br />

Creyeron que ya no tenías savia –tú mismo lo has creído–, y te arrojaron. Pero, ¿no<br />

queda la duda en ti? ¿No temes confesarte que vas mal, que hay otro camino?… ¿A dón<strong>de</strong><br />

vas? Y el horizonte, ¿no has visto el horizonte?”.<br />

Mi cuerpo, <strong>de</strong>bilitado por el hambre <strong>de</strong>l día, comenzó a temblar. Del pecho me subía<br />

una oleada <strong>de</strong> emoción incontenible. La voz seguía:<br />

“No te apegues a esto que ya no es tuyo. ¡Tú mismo ya no eres <strong>de</strong> aquí! Ya diste tu over,<br />

¿qué esperas? Creo que sólo te retiene la obsesión <strong>de</strong> que ya no eres nada. ¡Has visto tantos<br />

hombres gastados, <strong>de</strong>struidos! ¡Has visto tanto bagazo!… Que ya no te explicas –no quieres<br />

aceptar–, que tú no estés igual. Pero, ¿no ves el camino? ¡Acecha el sueño <strong>de</strong>l monstruo que<br />

ahora duerme, y marcha antes <strong>de</strong> que comience la nueva molienda! ¡Vete, hermano!”.<br />

Lo último lo oí en pie. La sensación <strong>de</strong> que era perseguido me impelió a caminar. Eché<br />

el cuerpo hacia a<strong>de</strong>lante, y a pasos largos, inclinado, fugitivo, crucé el pueblo.<br />

d<br />

La noche se fue. Abriendo un boquete en el cielo, asoma su gran cara el Sol. ¡Se me<br />

<strong>de</strong>shizo aquella oleada <strong>de</strong> emoción!<br />

Si digo que me arrastra una aspiración, una esperanza <strong>de</strong> volver a ser… ¡miento! Porque<br />

sé que la dicha –la alegría <strong>de</strong> la vida– se perdió, se quedó atrás.<br />

Voy, quizás obe<strong>de</strong>ciendo a un primitivo instinto <strong>de</strong> conservación, ¡quizás huyendo <strong>de</strong><br />

mí!<br />

Voy, porque siento que algo maléfico me persigue, y eso me arrastra –en un supremo<br />

esfuerzo– por el camino que se abre ante mí.<br />

La brisa pobre, se enreda en la melena <strong>de</strong>l último cañaveral.<br />

Camino…<br />

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