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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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había vencido su resistencia y <strong>de</strong>sgarrado triunfalmente el velo que ocultaba la existencia<br />

<strong>de</strong>l Nuevo Mundo.<br />

Invirtiéronse casi dos meses en este viaje <strong>de</strong> Santo Domingo a San Lúcar, adon<strong>de</strong> llegaron<br />

los buques, <strong>de</strong>smantelados y amenazando hundirse, el 7 <strong>de</strong> noviembre. Colón fue<br />

conducido a la ciudad <strong>de</strong> Sevilla, que miraba como su puerto <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso, y los últimos días<br />

<strong>de</strong> su cansada existencia los pasó dirigiendo a la Corona sentidas representaciones en favor<br />

<strong>de</strong> los indios, cuya <strong>de</strong>sgraciada suerte pintaba con los más vivos colores, y reclamando sus<br />

<strong>de</strong>rechos y prerrogativas para su hijo Don Diego, paje <strong>de</strong> los soberanos. Todo su empeño<br />

por que se le hiciera justicia resultó inútil. Postrada su protectora, la magnánima Isabel, en<br />

el lecho <strong>de</strong> muerte. Colón se vio ingratamente <strong>de</strong>satendido por Fernando el Católico, que<br />

a fuer <strong>de</strong> político calculador y egoísta, interesado a<strong>de</strong>más por sistema en la extensión <strong>de</strong>l<br />

po<strong>de</strong>r real, veía con celos el engran<strong>de</strong>cimiento <strong>de</strong> la familia <strong>de</strong>l Descubridor, y se entregaba<br />

a las rastreras inspiraciones <strong>de</strong> sus émulos.<br />

Murió Isabel en el mismo mes <strong>de</strong> noviembre <strong>de</strong>l año 1504, y las últimas recomendaciones<br />

que hizo a su real esposo fueron en favor <strong>de</strong> la raza india, pidiendo perentoriamente el relevo<br />

y castigo <strong>de</strong> Ovando, por sus hechos atroces y sanguinarios. Estas generosas volunta<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

la noble reina por <strong>de</strong> pronto quedaron sin cumplimiento; pero no <strong>de</strong>ja <strong>de</strong> ser castigo terrible<br />

para un malvado ver sobre su nombre el perdurable anatema <strong>de</strong> sus crímenes, legado a la<br />

posteridad en los postreros instantes <strong>de</strong> una soberana gran<strong>de</strong> y célebre en la Historia.<br />

Colón no tardó mucho tiempo en seguir al sepulcro a su augusta protectora. La lucha<br />

moral a que su noble espíritu estaba entregado, viendo sometidas a discusión y a evasivas<br />

pérfidas sus más legítimas reclamaciones; recogiendo por todo premio <strong>de</strong> sus gloriosos afanes<br />

la ingratitud <strong>de</strong> un monarca infiel, envuelta, como por sarcasmo, en vacías <strong>de</strong>mostraciones<br />

<strong>de</strong> aprecio y cortesía, que, según escribió <strong>de</strong>spués Las Casas, nunca le fueron escaseadas por<br />

el rey Fernando; tantos disgustos y <strong>de</strong>sengaños aceleraron el fin <strong>de</strong> sus días; y trasladado a<br />

Valladolid últimamente, el 20 <strong>de</strong> mayo <strong>de</strong> 1506 se extinguió aquella ilustre y fecunda existencia.<br />

Tuvo el consuelo <strong>de</strong> morir ro<strong>de</strong>ado <strong>de</strong> sus hijos Diego y Fernando; y <strong>de</strong> varios amigos<br />

leales, entre los que se distinguían el fiel y valeroso Mén<strong>de</strong>z, y su compañero en la heroica<br />

travesía <strong>de</strong> jamaica a la Española, bartolomé Fiesco.<br />

XXI. El convento<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

Tres años habían transcurrido <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la muerte <strong>de</strong> Colón. Durante ese trienio, ningún suceso<br />

público que interese a nuestra narración hallamos en las crónicas e historias <strong>de</strong> aquel tiempo.<br />

Ovando continuó gobernando a la isla Española, y dando diversión a sus remordimientos –si<br />

algunos experimentaba por la ferocidad <strong>de</strong> sus pasados actos hacia los pobres indios–, en el<br />

ensanche y embellecimiento <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Santo Domingo; en la construcción <strong>de</strong> templos<br />

y edificios piadosos, y en la fundación <strong>de</strong> diversas poblaciones, <strong>de</strong> las que algunas subsisten<br />

todavía, como son Puerto Plata y Monte Cristo, y otras han <strong>de</strong>saparecido sin <strong>de</strong>jar el menor<br />

rastro o vestigio <strong>de</strong> su existencia: esta última suerte cupo a Santa María <strong>de</strong> la Vera Paz.<br />

Allí prosperaba, más que ningún otro instituto <strong>de</strong> religión y utilidad pública, el convento<br />

<strong>de</strong> padres franciscanos que tenían a su cargo la educación <strong>de</strong> los caciques <strong>de</strong>l antiguo reino<br />

<strong>de</strong> jaragua; y entre ellos, mimado y atendido más que ninguno, el niño Enrique.<br />

Varias causas concurrían a la predilección <strong>de</strong> los reverendos frailes hacia el infantil cacique:<br />

en primer lugar, la gracia física y la feliz disposición intelectual <strong>de</strong>l niño, que aprendía<br />

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