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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

quemaba el corazón. Tiró <strong>de</strong>l revólver, con ánimos malsanos, precisamente al tiempo en que<br />

una <strong>de</strong> las sombras se agarraba a la rienda.<br />

—¡bandidos! –tronó padre.<br />

Entonces uno <strong>de</strong>l grupo gritó:<br />

—¡Ah! ¡Es Pepe, es Pepe!<br />

Papá sentía que se ahogaba, que se asfixiaba.<br />

—¿Eres tú, Cun? –preguntó fuera <strong>de</strong> sí.<br />

La voz respondió que sí. Le ro<strong>de</strong>aron. Eran amigos <strong>de</strong> la ciudad, gente honesta y <strong>de</strong><br />

trabajo a quienes el alzamiento había sorprendido en el campo. Todavía recuerdo algunos<br />

nombres: Mente, Cun, Ramón.<br />

Ya fuera <strong>de</strong>l río, y mientras lamentaban el error, aquellos amigos pidieron noticias casi<br />

implorándolas. Temían a la revuelta; buscaban caminos extraviados, lo mismo que los que<br />

tomaban el monte; sólo que ellos lo hacían para huir.<br />

Papá les explicó dón<strong>de</strong> estaban los cantones y les dijo, a<strong>de</strong>más, que era preferible caer<br />

en las manos <strong>de</strong>l general Macario. Pero ellos no estaban dispuestos a tal cosa; sabían que era<br />

caudillo generoso y valiente; comprendían que no podían escapar a los revolucionarios si<br />

tomaban la ruta <strong>de</strong>l bonao; pero preferían correr el riesgo <strong>de</strong> encontrar a la gente <strong>de</strong> Monsito<br />

Peña, cabecilla sanguinario y sordo al perdón, porque los cantones <strong>de</strong> éste dominaban<br />

menores distancias.<br />

Padre comprendió que nada los <strong>de</strong>tendría; entonces pensó que el compañero que traía<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> jima podría serles útil.<br />

—Váyanse con este hombre –dijo–. El les llevará por las lomas <strong>de</strong> Sierra Prieta; si logran<br />

atravesarlas, corten <strong>de</strong>recho y tomen el rumbo <strong>de</strong> Maimón. Es el único camino. Pudiera<br />

también suce<strong>de</strong>r que ya Macario tenga gente más arriba; pero no importa. De todos modos,<br />

insisto en brindarles mi casa…<br />

Pero los amigos no quisieron. Abrazaron a padre y se fueron. El guía se hubiera negado<br />

a acompañarles si aquellos hombres no hubieran tenido armas.<br />

Se fueron. Papá los vio cruzar los escasos hilos <strong>de</strong>l jagüey y per<strong>de</strong>rse en la curva. Iban<br />

como prófugos, <strong>de</strong>jando atrás sus hogares, caminando por veredas escondidas, con el corazón<br />

pendiente <strong>de</strong> cualquier ruido. Eran honrados y trabajadores. El sangriento fantasma<br />

que enloquecía al Cibao les hacía semejantes a bandoleros.<br />

Con el dolor <strong>de</strong> aquella <strong>de</strong>spedida llegó padre a casa. Y todavía ese dolor le hacía sorda<br />

la voz, mientras contaba al viejo Dimas su acci<strong>de</strong>ntado viaje.<br />

<strong>VI</strong>I<br />

Aunque el día amaneció nublado, con las nubes espesas y oscuras rozando las copas <strong>de</strong><br />

los árboles y los techos <strong>de</strong> los bohíos, mucha gente conocida y <strong>de</strong>sconocida estuvo visitándonos<br />

<strong>de</strong>s<strong>de</strong> que las gallinas <strong>de</strong>jaron los palos.<br />

Mero llegó temprano, tomó una botella <strong>de</strong> creolina en el comedor, buscó un poco <strong>de</strong> cal<br />

en el almacén, y se fué a los potreros a curar dos mulos que se estropearon en el viaje.<br />

Mero vivía en Pino Arriba y a lo que parece no tenía padre ni madre, porque nunca le<br />

oí hablar <strong>de</strong> ellos. Se había echado novia, y las primas noches le encontraban sentado en el<br />

bohío <strong>de</strong> la muchacha, silencioso, mirándola con actitud tímida.<br />

El era persona moza, <strong>de</strong> pocas líneas y carne in<strong>de</strong>cisa. Parecía que todas las palabras<br />

habían muerto sobre sus labios y que todas las luces nacían en sus ojos. Mulato, alto <strong>de</strong><br />

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