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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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jUAN bOSCH | LA MAÑOSA<br />

El viejo Morillo no acabó <strong>de</strong> asegurar sus palabras: veloz como un ventarrón, el alcal<strong>de</strong><br />

se metió en la casa y dijo:<br />

—Una tropa en Pedregal.<br />

Y <strong>de</strong>spués, Dimas y Mero; y más tar<strong>de</strong> otro; y otro. Innumerable gente corrió a casa,<br />

masticando lamentaciones y lloros. Padre les atendía, les calmaba. Pero <strong>de</strong>spués, a la anochecida,<br />

empezaron a llevar peores noticias: la revolución venía ya a toda prisa; iban a chocar<br />

en Pedregal, iban a tropezar con aquella tropa ignorada, iban…<br />

Papá escuchó, impávido, y pensó. Después, impaciente e inseguro como la brizna que el<br />

viento agita, empezó a recoger opiniones y nuevas con todos los que llegaban. Al fin, medio<br />

oscuro ya, se fué a un rincón con Mero.<br />

—Hay que ver al general –dijo.<br />

Mero huyó la cara.<br />

—Hay que ver al general –repitió papá.<br />

—¿Y cómo? –preguntó el otro.<br />

—¿Cómo? Yendo adon<strong>de</strong> él esté.<br />

—Anjá.<br />

Mero se cogió ambas manos tras la espalda. Padre se rascó la cabeza.<br />

—… Si la Mañosa estuviera sana… –lamentó.<br />

Encendió un cigarro y se acercó a otra gente que llegaba, otra gente igual a la anterior, a<br />

toda la que había estado entrando en casa aquella tar<strong>de</strong>, con idéntico miedo, con el mismo<br />

ánimo abatido.<br />

Habla y habla, papá se fué comiendo una hora, dos horas. Cerrada la noche, al amparo <strong>de</strong><br />

la luz que nuestra lámpara regaba en el camino, vimos pasar un hombre que tambaleaba.<br />

—Véalo –<strong>de</strong>spreció Dimas–. borracho…<br />

El borracho se acercaba. Se le movía la cabeza como un péndulo, babeaba y tenía sucios los ojos.<br />

Padre le preguntó <strong>de</strong> dón<strong>de</strong> venía. Con una risita imbécil él indicó que <strong>de</strong> arriba, <strong>de</strong> jumunucú.<br />

—Ahora –explicó– voy a juntarme con mi gente.<br />

Era un borracho manso, hasta cortés, si se quiere. Reía y reía; eso era todo. Dimas quería<br />

fulminarlo con su rencor.<br />

—¿Con la que está en Pedregal? –preguntó padre.<br />

El beodo afirmó con la cabeza. Casi se caía y persistía en sonreír.<br />

Papá dio unos pasos por el almacén.<br />

—Hay que avisarle; hay que avisarle –<strong>de</strong>cía.<br />

De pronto alzó la cabeza y clavó los ojos en Simeón.<br />

—¿Usté se atreve, compadre?<br />

—Ello… –el alcal<strong>de</strong> rehuía.<br />

Padre le cogió por los hombros.<br />

—Oiga, Simeón, si se pren<strong>de</strong>n aquí, vamos todos a correr peligro. Yo no quiero aguantar<br />

un tiroteo con mi mujer y mis muchachos en este caserón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />

Con las inquietas manos indicaba la poca seguridad <strong>de</strong>l sitio, señalaba las pare<strong>de</strong>s, el<br />

zinc. El alcal<strong>de</strong> se puso en pie <strong>de</strong> un salto.<br />

—No hay que <strong>de</strong>cir más, compadre.<br />

Iba a tirarse al camino ya. Padre le llamó y estuvo recomendándole algo en el comedor.<br />

Mamá, mientras tanto, trataba <strong>de</strong> levantar el espíritu <strong>de</strong> unas mujeres asustadas, a las que<br />

Pepito y yo, ignorantes, veíamos con pena y con cierto <strong>de</strong>sdén.<br />

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