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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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—De todo punto innecesario, señor: si tratarais <strong>de</strong> negaros a la amable invitación <strong>de</strong><br />

vuestra dama, estaría en su lugar ese aviso; mas no así cuando ella <strong>de</strong>be aguardaros en el<br />

lugar señalado, y en ello no hay incomodidad <strong>de</strong> su parte: ¡oh!, estad seguro <strong>de</strong> que no faltará<br />

la tortolilla a ese <strong>de</strong>ber. En estas materias, la mujer más tonta sabe más que Séneca.<br />

El dócil Don Diego se dio por satisfecho con las lúcidas explicaciones <strong>de</strong> su confi<strong>de</strong>nte,<br />

que ya había conseguido apo<strong>de</strong>rarse <strong>de</strong> su ánimo y conducirlo como a un cor<strong>de</strong>rillo.<br />

—Ahora –agregó Mojica– me voy a tomar un bocado, y a aguardar a Grijalva para entretenerlo<br />

hasta la noche; no sea que Satanás, que no duerme, vaya a hacer una trastada. Es<br />

preciso evitar que el doncel y vuestra prometida se entiendan antes que se verifique vuestra<br />

conferencia con ella. Estad listo a las ocho y media, que os pondréis en marcha: os repito que<br />

vayáis bien armado, por lo que pueda acontecer. Grijalva ha <strong>de</strong> tener noticia <strong>de</strong> vuestra buena<br />

fortuna; esto entra en el plan; y no sabemos si sus extremos <strong>de</strong> celoso pue<strong>de</strong>n conducirlo<br />

hasta a algún <strong>de</strong>safuero… Para tal caso, todo lo tendré apercibido. Adiós… ¡Ah!, me olvidaba<br />

<strong>de</strong> algo importante para mí. Ese <strong>de</strong>monio <strong>de</strong>l licenciado Las Casas está siempre enredando<br />

con la sucesión <strong>de</strong> Doña Ana <strong>de</strong> Guevara. Preten<strong>de</strong> que me quiten la administración <strong>de</strong> los<br />

bienes, y esto no lo <strong>de</strong>béis consentir, porque sería un vejamen injusto a este vuestro leal<br />

amigo y servidor. Confío en que sabréis <strong>de</strong>fen<strong>de</strong>r mi buen nombre llegado el caso.<br />

—Descuidad, Mojica, vuestra causa es la mía –respondió Velázquez–. Yo hablaré al Licenciado<br />

para que no os moleste, y haré cuanto pueda porque no se os cause pesadumbre<br />

por ese lado.<br />

—¡Guár<strong>de</strong>os mil años el cielo, señor! –dijo el codicioso intrigante con no disimulada<br />

alegría–, y disponed <strong>de</strong> mí como <strong>de</strong> un fiel esclavo. ¡Hasta la vista!<br />

<strong>VI</strong>. alarma<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

Como lo había dicho Mojica a Velázquez, andaban <strong>de</strong> paseo por el campo Cortés y Grijalva,<br />

ya íntimos amigos. Su excursión a la granja o huerta <strong>de</strong>l ex gobernador Ovando fue<br />

más penosa que entretenida: <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> recorrer dos leguas <strong>de</strong> un camino lleno <strong>de</strong> lodazales,<br />

nada llegaron a ver <strong>de</strong> provecho. La tal huerta estaba a punto menos que abandonada hacía<br />

algún tiempo: un esclavo africano y tres indios apenas se cuidaban <strong>de</strong> <strong>de</strong>shierbarla a trozos.<br />

Cuatro jumentos flacos, dos yeguas héticas y algunas gallinas fue cuanto vieron en aquel<br />

sitio los futuros adali<strong>de</strong>s <strong>de</strong> la conquista <strong>de</strong> Méjico. Grijalva se echó a reír, sobrellevando el<br />

chasco sin impaciencia: su carácter mo<strong>de</strong>sto y sufrido no podía alterarse por causas fútiles.<br />

Cortés no lo tomó con tanta frescura, y al ver la hilaridad <strong>de</strong> su compañero, exclamó:<br />

—Admiro vuestra flema, señor Juan <strong>de</strong> Grijalva. ¡Por la Virgen! Ese tuno <strong>de</strong> Mojica, ese<br />

contrahecho mentiroso se ha querido burlar <strong>de</strong> nosotros.<br />

—Necia burla sería ésta, señor Cortés. Prefiero creer que Mojica no habrá visto esta heredad,<br />

sino hace algunos años; cuando el Comendador la miraba con algún cuidado: como<br />

en los últimos tiempos no le agradaba sino residir en bonao, o en Santiago…<br />

—¿Y por qué asegurar ese galápago lo que no le constaba con seguridad? Como si ayer<br />

mismo hubiera estado en este breñal, arqueó aquellas cejas tenebrosas, y me dijo: “Sabed,<br />

señor Cortés, ya que <strong>de</strong>seáis <strong>de</strong>jar a Azua y venir a fijaros aquí cerca, que nada pue<strong>de</strong> conveniros<br />

tanto como la hermosa granja <strong>de</strong>l Comendador… Id a verla, y estoy cierto <strong>de</strong> que<br />

quedaréis encantado”. –¡Vaya un encanto! Ganas me dan <strong>de</strong> cortar al embustero aquellas<br />

<strong>de</strong>scomunales orejas…<br />

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