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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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F. GARCíA GODOY | GUANUMA<br />

<strong>de</strong> sus pestañas dos ojos negros <strong>de</strong>spedían torrentes <strong>de</strong> viva claridad. Dos hileras <strong>de</strong> dientes<br />

<strong>de</strong> nítida blancura se <strong>de</strong>scubrían cuando la risa retozaba en sus labios húmedos y rojos. Poseía<br />

gracia y seducción irresistibles; atesoraba, en fin, todos los encantos que necesita una mujer para<br />

ser amada hasta el <strong>de</strong>lirio. Parecía algo frívola y ligera; pero todo eso era pura apariencia. En<br />

su carácter, formando curioso contraste con su madre y hermanas, había un fondo permanente<br />

<strong>de</strong> rectitud, <strong>de</strong> amor a lo que suponía verda<strong>de</strong>ro y justo, <strong>de</strong> tal modo arraigado en ella que, a<br />

menudo, sus opiniones altivamente sostenidas chocaban por completo, promoviendo continuas<br />

disputas, con el modo <strong>de</strong> pensar <strong>de</strong> la familia. Creeríase que en ella solamente se había<br />

refugiado todo el caudal <strong>de</strong> acrisolada probidad que distinguía a su padre... ¡Qué cosas, qué<br />

cosas tan extrañas tiene esta Rosario!, <strong>de</strong>cía con frecuencia doña Luisa… Esta muchacha se va<br />

a quedar para vestir santos. Es incorregible. Cree que ella sola tiene razón. Como si seis ojos no<br />

viesen más que dos agregaba su madre, siempre dispuesta a emperifollarse y a dar muestras<br />

<strong>de</strong> no haber aún sentado por completo la cabeza. En medio <strong>de</strong>l creciente <strong>de</strong>samor <strong>de</strong> su mujer<br />

y <strong>de</strong>l poco apego <strong>de</strong> sus dos hijas mayores, sólo encontraba don Matías afección honda y verda<strong>de</strong>ra<br />

en Rosario. En sus horas <strong>de</strong> <strong>de</strong>saliento y <strong>de</strong> tristezas, brillaba solamente en sus ojos un<br />

relámpago <strong>de</strong> dicha y en sus labios como el resplandor <strong>de</strong> una sonrisa cuando le hablaba o le<br />

acariciaba Rosario, única nota <strong>de</strong> amor que vibraba melodiosa en sus oídos, único rayo <strong>de</strong> sol<br />

que bajaba hasta el fondo <strong>de</strong> aquella alma apacentada en un ímprobo trabajo cotidiano y que<br />

en el seno <strong>de</strong> su propia familia se sentía como <strong>de</strong>sconocido o menospreciado.<br />

De la educación <strong>de</strong> los tres pimpollos se cuidaron poquísimo sus padres. Don Matías,<br />

engolfado en su comercio, sabía con perfección cuanto con su tienda se relacionaba y cuanto<br />

se refería al juego <strong>de</strong>l dominó; pero en otras materias no conocía ni lo más rudimentario. En su<br />

establecimiento casi no se llevaban libros, pues no pue<strong>de</strong> darse tal nombre a algunas libretas<br />

grasientas cuajadas <strong>de</strong> apuntes. Su único procedimiento comercial, excelente por <strong>de</strong>más, era<br />

comprar y ven<strong>de</strong>r al contado. Fiar, así fuera un centavo, le parecía impru<strong>de</strong>ncia imperdonable.<br />

doña Luisa hubiera podido remediar el mal, pero era esta mujer que sólo se cuidaba <strong>de</strong> peinados<br />

y <strong>de</strong> cintas, <strong>de</strong> seguir en todo las exigencias <strong>de</strong> la moda, <strong>de</strong> agradar, <strong>de</strong> pasar la vida lo<br />

más alegremente posible. Tenía la creencia <strong>de</strong> que con leer medianamente, escribir tal cual, y<br />

dar algunas puntadas, estaba agotado el programa <strong>de</strong> enseñanza <strong>de</strong> las mujeres. julia y Toña<br />

pensaban exactamente lo mismo. Rosario por fortuna era bastante <strong>de</strong>spierta, <strong>de</strong> manera que<br />

aprendió con relativa perfección algo <strong>de</strong> lo poco que se enseñaba entonces. De la escuelita en<br />

que estuvo salió leyendo con alguna soltura, escribiendo no <strong>de</strong>l todo mal y rumiando nociones<br />

muy vagas <strong>de</strong> gramática y geografía. En labores era muy diestra. Devota sin afectación procuraba<br />

cumplir lo que llamaba sus <strong>de</strong>beres religiosos, esto es, asistir a misa todos los domingos y<br />

a novenas y procesiones. Mujercita ya, leyó algunas novelas que le prestó una amiga, y <strong>de</strong> tal<br />

manera le gustaron que no hay para qué <strong>de</strong>cir que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces la lectura <strong>de</strong> ellas constituyó<br />

su distracción más preferida. Impresionáronla extremadamente los hechos <strong>de</strong> subido color<br />

dramático narrados en ciertos novelones por aquel entonces muy en boga y su imaginación<br />

sobreexcitada llegó a consi<strong>de</strong>rarlos como si al pie <strong>de</strong> la letra hubieran acaecido. Deleitóse en<br />

forjar seres i<strong>de</strong>ales en cuya posibilidad <strong>de</strong> existencia creía ella a pie juntillas, y los cuales, sin<br />

embargo, andaban a millones <strong>de</strong> leguas <strong>de</strong> la fría realidad.<br />

En ese momento psicológico <strong>de</strong> su existencia empezó Fonso Ortiz a frecuentar la casa<br />

y a dispararle encendidos piropos. Ambos se sintieron como mutuamente atraídos. Ambos<br />

se habían encontrado casualmente muchas veces, pero sin que ninguno <strong>de</strong> los dos, como<br />

suce<strong>de</strong> en tantas ocasiones, se hubiera sentido irresistiblemente atraído por el otro. Fonso, que<br />

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