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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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TULIO M. CESTERO | LA SANGRE. UNA <strong>VI</strong>DA bAjO LA TIRANíA<br />

en la diestra un revólver y en la siniestra una daga. Mon es alto, hercúleo, buen tirador y<br />

gran jinete. Lilís se irguió. El primer tiro, dicen que se lo dio por la espalda jacobito <strong>de</strong> Lara<br />

que salió por la puerta <strong>de</strong>l patio. Mon estuvo siempre frente a frente a Lilís, quien tomó<br />

el revólver que llevaba en bolsillo trasero <strong>de</strong>l pantalón con la izquierda, y pasándolo a la<br />

manca hizo un disparo. Avanzaba increpándole, y con el panamá le hacía visajes <strong>de</strong> brujo,<br />

retrocediendo cuando Mon le amagaba con el puñal. El último disparo fue a quemarropa,<br />

apoyado el cañón en la boca, así se ve en la fotografía <strong>de</strong>l cadáver, el bembe chamuscado y<br />

tumefacto. Otros dispararon; pero la verdad es que cuando el lance se trabó, se quedaron<br />

sólo Lilís y Mon, como dos gallos. Dicen unos que Lilís mató a un viejo limosnero al cual<br />

rato antes le había regalado una papeleta <strong>de</strong> cinco pesos; otros que fue Pablito Arnaud que<br />

hacía fuego <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la esquina. Mon, cuando al fin cayó Lilís, cargó <strong>de</strong> nuevo el revólver, le<br />

examinó para cerciorarse <strong>de</strong> que estaba bien muerto. ¡Le parecía mentira! Y saltó sobre el<br />

caballo y escapó con Pablito a grupas. Al aplicar la espuela con fuerza la enterró en el hijar,<br />

y como se <strong>de</strong>sangraba tuvo que abandonarlo en Estancia Nueva.<br />

El cadáver quedó tendido en la calle, sin que nadie se acercara. El oficial que le acompañaba<br />

acudió a los tiros; pero le cerró el paso Manuel, un hermano <strong>de</strong> Cáceres, y se batieron.<br />

Aún caído, Lilís infundía pavor, y a Mon mismo <strong>de</strong>bió <strong>de</strong> asombrarle aquel hombre que<br />

acometía impávido a pesar <strong>de</strong>l plomo que le <strong>de</strong>strozaba el pecho. ¡Qué toro!<br />

—Era valiente; pero tenía que ser: entre él y la sociedad había pactado un duelo a<br />

muerte.<br />

—Óyeme. Ahora todos encuentran la hazaña fácil, y <strong>de</strong>spí<strong>de</strong>te <strong>de</strong> los que la pensaron,<br />

y más aún, le esperaron más <strong>de</strong> una vez, escapándosele <strong>de</strong> milagro.<br />

—¡Ah! eso ya lo supongo; pero ese Mon es un héroe epónimo, y qué ganas tengo <strong>de</strong><br />

darle un abrazo.<br />

—Sí; también su responsabilidad es grave, y hasta ahora la carga es para él, pues los<br />

otros se sacu<strong>de</strong>n.<br />

—Mejor, la gloria será toda suya.<br />

—Sí, aunque lo malo es que en este caso la gloria cae <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong>l Código.<br />

—Es verdad, dura lex sed lex. Sin embargo, el matador <strong>de</strong> Lilís es un libertador, ha hecho<br />

servicio eminente al país...<br />

A Arturo le mandan las comidas <strong>de</strong>l Hotel, un azafate bien surtido dos veces al día, y<br />

un <strong>de</strong>sayuno suculento. El aburrimiento <strong>de</strong> Antonio se disipa; ya pue<strong>de</strong> seguir el curso <strong>de</strong><br />

los acontecimientos; comentan y discuten; las noticias <strong>de</strong> los éxitos <strong>de</strong> la revolución o la<br />

varadura <strong>de</strong>l crucero Restauración en las patas <strong>de</strong> ñame, <strong>de</strong>l puerto <strong>de</strong> San Pedro <strong>de</strong> Macorís,<br />

ponen entre ambos barricadas. Antonio estalla:<br />

—¡Hay que acabar con el lilisismo! Es obra gigantesca, lo comprendo, pero sólo así se<br />

salvará el país.<br />

—Pero chico –replica Arturo–, y ¿quiénes son los aptos para esa empresa? ¿Quiénes los<br />

puros? Si el que más o el que menos tuvo que hacer con él: unos directamente, otros por<br />

trasmano; lo que importa es restablecer el or<strong>de</strong>n y administrar.<br />

—¿Cómo? ¡Ah! <strong>de</strong> modo que vamos a seguir por el mismo camino, a olvidar culpas; no,<br />

no aflijas. Hay que sanear por el hierro y por el fuego. Al que no quiera lo haremos digno<br />

y libre a la trágala.<br />

—Oye, Antonio, así pensaba yo, no lo ignoras, hasta que los tropezones me hicieron<br />

levantar los pies y mirar hacia el suelo. Los intereses creados son mayores <strong>de</strong> lo que te<br />

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