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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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No fue, por consiguiente, pequeña la alegría que experimentó al ver el ceremonioso<br />

cumplimiento con que el hidalgo llegó a saludar a Mencía, y la indiferencia con que pareció<br />

mirar su esplendorosa hermosura; ni fue menor la satisfacción <strong>de</strong>l cacique cuando muy en<br />

breve se persuadió <strong>de</strong> que Andrés <strong>de</strong> Valenzuela estaba enamorado <strong>de</strong> Elvira Pimentel.<br />

Esa persuasión quedó <strong>de</strong>l todo ratificada en un expansivo diálogo que trabaron los dos compañeros<br />

<strong>de</strong> viaje, al volver a encontrarse solos en la posada don<strong>de</strong> los había instalado Las Casas.<br />

—Hermosa es tu novia, Enrique –dijo con aire distraído y frío, como por <strong>de</strong>cir algo,<br />

Valenzuela.<br />

—Hay entre aquellas damas muchas tan hermosas como ella –contestó Enrique.<br />

—Sí, a fe mía –insistió con calor el hidalgo–; aquella Doña Elvira me ha parecido un<br />

querubín bajado <strong>de</strong>l cielo.<br />

—Es muy graciosa efectivamente, Don Andrés –dijo el cacique.<br />

—Me casaré con ella, si mi padre me da licencia –agregó el hidalgo.<br />

Pero la alegría y satisfacción <strong>de</strong> Enriquillo se habrían trocado en espanto, si dos horas<br />

más tar<strong>de</strong> hubiera podido asistir a este coloquio que el mismo Valenzuela, saliendo bajo<br />

pretexto <strong>de</strong> ir a tomar el fresco, entabló con un individuo que, embazado hasta las cejas, lo<br />

aguardaba en la esquina próxima a la posada.<br />

—¿La habéis visto? –preguntó el embozado.<br />

—Sí, y es bella como el Sol. Si lográis <strong>de</strong>sbaratar la boda <strong>de</strong> Enrique, tomaré al punto el<br />

lugar <strong>de</strong> éste –contestó Andrés.<br />

—Estoy trabajando y tengo buenas esperanzas –repuso el embozado–. Vos tenéis la culpa<br />

<strong>de</strong> que el tiempo me haya faltado: yo contaba con que interceptaríais la carta <strong>de</strong>l endiablado<br />

clérigo como las otras, y la <strong>de</strong>jasteis pasar.<br />

—Fue muy <strong>de</strong> mañana, y yo dormía –dijo con humildad Valenzuela.<br />

—Cuando se quiere conseguir la doncella más linda y acaudalada <strong>de</strong> la Española, no se<br />

duerme, señor Andrés –volvió a <strong>de</strong>cir con ironía el embozado.<br />

—Yo la conseguiré, ¡voto al diablo! –replicó Valenzuela con ímpetu–; aunque tenga que<br />

matar a disgustos a Enriquillo.<br />

—A tar<strong>de</strong> lo aplazáis, Don Andrés.<br />

—No quiero dar motivo a mi padre para <strong>de</strong>sheredarme –contestó el mozo–, como me<br />

ha dicho que lo hará, legando sus bienes a los frailes, si vuelvo a incurrir en su <strong>de</strong>sagrado;<br />

y sobre todo, me amenaza con su enojo si ofendo en algo al cacique.<br />

—¿Tanto ama a Enriquillo? –preguntó con interés el recatado interlocutor.<br />

—Más que a mí, que soy su hijo –respondió Andrés–. Pero cuando él muera, que será<br />

pronto, lo arreglaremos todo vos y yo, si no po<strong>de</strong>mos arreglarlo ahora.<br />

—No olvidéis vuestro papel <strong>de</strong> enamorado <strong>de</strong> otra; conviene para todo evento este<br />

disimulo –agregó el <strong>de</strong>sconocido.<br />

Y el hijo infame se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong>l infame Pedro <strong>de</strong> Mojica, que no era otro el misterioso<br />

consejero <strong>de</strong> Andrés <strong>de</strong> Valenzuela.<br />

X<strong>VI</strong>I. Improvisación<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

La Virreina y Las Casas habían convenido en que el matrimonio <strong>de</strong> Enrique y Mencía se<br />

efectuara tres días <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> la referida visita que los dos viajeros <strong>de</strong> la Maguana hicieron<br />

con el sacerdote a la casa <strong>de</strong> Colón. Este concierto no había recibido la menor objeción <strong>de</strong><br />

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