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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Llegué al fin a la casa <strong>de</strong> una tía <strong>de</strong> mi novia, don<strong>de</strong> me esperaban. Mi amor vestía <strong>de</strong><br />

un color que según las mujeres simboliza esperanza. El padre era un estertor <strong>de</strong> alegría. La<br />

madre, con el ceño adusto, los ojos ligeramente velados, brindaba sonrisas fabricadas en las<br />

comisuras <strong>de</strong> sus labios con bastante perfección. Se aglomeraba un gentío compuesto por<br />

vecinos que comían dulces y bebían cerveza. Las muchachas casa<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l barrio me miraban<br />

con ternura. Llegó un señor, todo vestido <strong>de</strong> negro, con un gran libro <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong>l brazo<br />

y unos espejuelos cabalgando en el lomo <strong>de</strong> su nariz ganchuda. Se comenzó el acto…<br />

De lo que dijo el hombre no recuerdo nada. Sólo tengo memoria que nos hizo la misma<br />

pregunta a los dos, y que respondimos “sí”. Tan pronto como sucedió eso, una muchacha<br />

<strong>de</strong>l grupo, saltó sobre mí, me besó en una mejilla y escapó entre el gentío. Después supe<br />

que se quería casar.<br />

Comenzaron a arrancarle azahares a la novia; se armó una algazara <strong>de</strong> felicitaciones y<br />

<strong>de</strong> aparente alegría. Poco <strong>de</strong>spués, el mismo automóvil negro que me llevó, nos traía a la<br />

bo<strong>de</strong>ga, hurgando en la noche con sus ojos <strong>de</strong> luz.<br />

Llegamos. Mi mujer pareció per<strong>de</strong>r la última esperanza cuando el vehículo se alejó.<br />

En la casita blanca, alumbrada por una melancólica lámpara <strong>de</strong> petróleo, se me volvió un<br />

temblor <strong>de</strong> tórtola asustada…<br />

Después <strong>de</strong> unos días, me dijo sonriendo: “Tuve miedo <strong>de</strong> quedarme con un hombre”.<br />

Y yo, que nunca he temido quedarme con mujeres pensaba: “¿Por qué aquella noche<br />

estaba encogido?”.<br />

IV<br />

No me explico qué luz emana <strong>de</strong> sí la mujer en la casa. Varias veces he tratado <strong>de</strong> saber<br />

por qué los dos cuartitos que forman nuestro hogar, ahora se ven tan amplios. Y por qué,<br />

objetos que antes escapaban a mi vista, ahora parecen animados. Ya no siento ese silencio<br />

oscuro que salía <strong>de</strong> la casita como <strong>de</strong> una cueva. Es raro que <strong>de</strong>je <strong>de</strong> oírse la charla entre mi<br />

mujer y la vieja Mercé. ¡A veces oigo hasta un canto! Siento olor <strong>de</strong> guisos, venido <strong>de</strong> ahí<br />

mismo; rascar <strong>de</strong> escobas que buscan telarañas; mi nombre, que no parece mío al salir <strong>de</strong><br />

su boca, ¡mil <strong>de</strong>talles ínfimos que le han inyectado vida al ambiente!<br />

Y sin embargo, en mis ratos <strong>de</strong> conversación interior, siento temor <strong>de</strong> confesarme que no<br />

estoy alegre. Hasta ahora todo marcha bien, porque con lo que gano po<strong>de</strong>mos vivir mientras<br />

las cosas sigan así, pero si algo altera el curso <strong>de</strong> nuestra vida, ¿qué suce<strong>de</strong>rá…?<br />

Sí, ¿qué suce<strong>de</strong>rá? Esta pregunta me persigue, me asedia. Y es que, una vez dueño <strong>de</strong> la<br />

mujer, rota la soledad, ido el acicate <strong>de</strong> las noches <strong>de</strong> ron; en fin, una vez hombre satisfecho,<br />

fácil a la doblez, frente a la verdad que está al alcance <strong>de</strong> la mano, me he confesado mientras<br />

ella duerme reposadamente a mi lado: “Esto no es la vida”. ¡No es la vida! Porque está bien<br />

que el hombre se conforme con tener casa, comida y mujer, para llenar su existencia; pero<br />

mujer, comida y casa propias, sujeta a su voluntad. Y yo, ¿qué tengo? ¿Mujer?… Ella duerme<br />

a mi lado y yo pienso que esta criaturilla es como un niño que no piensa en la vida, porque<br />

nunca ha tenido necesidad <strong>de</strong> darle rumbo a su nave. Sus años apenas llegan a veinte. Ayer<br />

vivió <strong>de</strong> los padres, que la cuidaban como se cuida a un pajarillo que no sabe trabajar. Hoy<br />

navega en mi barca… ¡en mi barca que se acoge a puerto prestado, sin saber qué noche <strong>de</strong><br />

tempestad le cortarán las amarras!<br />

¿Casa? ¿La tiene acaso el mercenario, el paria?<br />

Y comida, ¿es mía la que arranco a zarpazos <strong>de</strong> esas manos sucias que ya casi son tierra?<br />

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