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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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TULIO M. CESTERO | LA SANGRE. UNA <strong>VI</strong>DA bAjO LA TIRANíA<br />

Antonio los compara con los actores <strong>de</strong> la noche hermosa y trágica: son los mismos seres<br />

los que ahora huyen por los caminos hacia sus campos lejanos. Al anochecer, <strong>de</strong>smarrido,<br />

contempló durante largo espacio aquellos hombres antes tan fieros, ahora pánidos, precipitarse,<br />

entrechocar las monturas, forcejear por entrar en la barca que cruza el Isabela en<br />

Santa Cruz. Un disparo, un grito les pondría en fuga. ¿A qué seguirlos?; por don<strong>de</strong> pasen<br />

sembrarán el espanto, <strong>de</strong>shaciendo la autoridad opresora que conscientes o ignaros crearon<br />

con sus brazos armados... Y <strong>de</strong>cepcionado, vuelve grupas. Las sombras inva<strong>de</strong>n la ruta.<br />

Llueve con furia, como si el agua quisiera borrar <strong>de</strong> la tierra las manchas <strong>de</strong> la sangre, tan<br />

imbécilmente vertida. El viento sacu<strong>de</strong> colérico los ramajes, y por entre el monte suena el<br />

rugiente rumor <strong>de</strong>l río. Los hombres huyen.<br />

Antonio, las riendas en el cuello <strong>de</strong> la bestia, recalado, anduvo, anduvo, y, como un<br />

espectro, entró en la ciudad silenciosa.<br />

xIx<br />

De la última andanza, Antonio Portocarrero hubo <strong>de</strong> volver maganto, y atormentado<br />

el espíritu por impías dudas. La realidad, brutal, habíale quebrado las alas a su fantasía. A<br />

cada instante las visiones impresas en sus pupilas violan su fe. ¿Sería verdad? El tan doloroso<br />

empeño <strong>de</strong> su vida, ¿habría sido estéril, e infecundo todo grano sembrado en ese barro?<br />

Separado <strong>de</strong> los suyos por los mismos prolongados sufrimientos que les ha impuesto, ¿no<br />

alcanzará éxito, siquiera sea el efímero <strong>de</strong> la posición política, que el azar dispensa? ¿Lo que<br />

es tan fácil a los <strong>de</strong>más, será eterno espejismo para él, no estampará jamás su nombre al pie<br />

<strong>de</strong> un Decreto o <strong>de</strong> una Ley, y sus i<strong>de</strong>as habrán <strong>de</strong> secarse sin el goce <strong>de</strong>l alumbramiento?<br />

La reclusión en la casa, cada vez más <strong>de</strong>sgraciada, le acongoja. La abuela, <strong>de</strong>crépita,<br />

sucia, hurta los relieves <strong>de</strong> la mesa, se cisca y juega con zulla, vaga por las estancias, profiriendo<br />

palabras obscenas e impregnándolas <strong>de</strong> su locura. Ella, y el hijo temblequeante, que<br />

expresa con monosílabos las ansias <strong>de</strong>l adolescente, le dan un aspecto <strong>de</strong> hechizamiento, y<br />

el recuerdo <strong>de</strong> ambos, trepánale días y noches, como un íncubo. En las tertulias <strong>de</strong> los parques<br />

se perpetúan las mismas cábalas y malsinerías en <strong>de</strong>rredor <strong>de</strong>l presupuesto. Se acoge,<br />

pues, a los paseos solitarios por los barrios populares, en los cuales, por lo menos, siente<br />

vivir a los humil<strong>de</strong>s.<br />

Por la tar<strong>de</strong> contempla el mar. Una vela que lo surca o la estela <strong>de</strong> un vapor, son amables<br />

invitaciones a divagar, a soñar. Sobre las rompientes, hierba cuyas hojas aterciopeladas<br />

amortigua la dureza <strong>de</strong> las rocas, brinda asiento a los que entretienen el ocio con el tráfico<br />

<strong>de</strong>l camino líquido. Los pescadores tien<strong>de</strong>n el aparejo a la voracidad <strong>de</strong> los escualos.<br />

El Caribe, si en calma, tien<strong>de</strong> <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el horizonte paño <strong>de</strong> ormesí esmaltado <strong>de</strong> lentejuelas<br />

áureas; si lo encrespa la brisa, estréllase contra el acantilado rociando la calle y atavía <strong>de</strong><br />

espumas hervorosas la roca plana <strong>de</strong>l tripero, e introdúcese por la sopeña para surtir en<br />

chorro esbelto. Aquí, medio siglo ha, triscaban sirenas entre las algas: las abuelas que se<br />

bañaban en camisa y los muchachos, veían los cuernos al Diablo en la grieta <strong>de</strong>nominada<br />

Boca <strong>de</strong>l Infierno. Cuantas veces se <strong>de</strong>tiene en este paraje <strong>de</strong> la costa, Antonio recuerda una<br />

escena <strong>de</strong> espanto, acaecida años atrás: un viejo pescador, aletargado por el bochorno <strong>de</strong>l<br />

mediodía, que fumaba su pipa con el cor<strong>de</strong>l entre los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong>l pie, esperando que los jureles<br />

picaran, cayó al agua. Al instante, las fieras le atacan, arrancándole vientre y tórax; el cadáver<br />

flota con el vaivén <strong>de</strong> la ola, esquivando las fauces terribles. En las rocas, la familia grita,<br />

plañe, ro<strong>de</strong>ada <strong>de</strong> gente. Un negro, que es el terror <strong>de</strong> los gallineros, mediante la promesa <strong>de</strong><br />

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