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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Es <strong>de</strong> advertir que para prolongar aquel día su estancia en el hato, Valenzuela había<br />

recurrido al ardid <strong>de</strong> clavar una espina disimulada a su caballo en un menudillo, <strong>de</strong> manera<br />

que efectivamente el pobre animal estaba cojo.<br />

—¡Válgame Dios, señor Andrés! –exclamó el cacique–. ¿Y esa pequeña dificultad os pudo<br />

embarazar? ¿No estaba en la cuadra mi yegua rucia? ¿No lo sabíais?…<br />

—Sí, Enriquillo –contestó con blandura Valenzuela– y tratándose <strong>de</strong> servirme <strong>de</strong> cualquier<br />

otro animal tuyo no hubiera vacilado en hacerlo; pero la rucia, ya es distinto. Siempre recuerdo<br />

aquella reprensión <strong>de</strong> mi padre…, cuando quisiste ce<strong>de</strong>rme esa bestia; ¿te acuerdas?<br />

—Sí me acuerdo, señor Andrés –contestó Enrique–, pero eso no quita que podáis usar<br />

<strong>de</strong> ella como cosa vuestra, cada vez que la necesitéis.<br />

—Tú pensarás, como yo –repuso con estudio Valenzuela–, que aquello no fue sino un<br />

escrúpulo <strong>de</strong> monja; cosas <strong>de</strong> viejo…<br />

—Perdonad, señor Andrés –interrumpió Enrique–, para mí cualquier amonestación <strong>de</strong><br />

mi señor Don Francisco, que esté en el cielo, es punto menos que un evangelio.<br />

—bien, Enriquillo, no disputemos más –dijo con visible disgusto el voluntarioso hidalgo–.<br />

Haz que me alisten la bestia, y que me lleven el caballo a la villa, <strong>de</strong>l diestro y con cuidado,<br />

para que el herrador lo cure.<br />

—Seréis servido, señor –respondió Enrique retirándose; y cinco minutos <strong>de</strong>spués Valenzuela,<br />

montado en la linda yegua rucia <strong>de</strong>l cacique, atravesaba la llanura con la velocidad <strong>de</strong>l huracán,<br />

mientras que el dueño <strong>de</strong> la fogosa bestia, siguiéndola con la mirada, <strong>de</strong>cía a Tamayo:<br />

—¿Ves esa yegua tan hermosa, y <strong>de</strong> tantas condiciones excelentes? Pues créeme, Tamayo,<br />

siento que no pueda <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> ser mía. Quisiera regalársela al señor Andrés.<br />

—No tengáis cuidado –respondió sarcásticamente el astuto indio–, ya encontrará el señor<br />

Andrés medio <strong>de</strong> quedarse con ella.<br />

—Ese mal pensamiento tuyo, Tamayo –repuso Enrique–, no se realizará. bien sabes que<br />

el señor Valenzuela está obligado a respetar la voluntad expresa <strong>de</strong> su buen padre.<br />

—bien sé, Enriquillo –replicó Tamayo–, que tú no quieres ver nada malo en ese mozo,<br />

que es capaz <strong>de</strong> meterte un puñal acariciándote: yo te lo digo.<br />

—–Tamayo, te complaces en atormentarme, y tus palabras son mortal veneno para<br />

mi alma –dijo con tristeza Enrique–. Hace días que no veo adon<strong>de</strong> quiera que miro sino<br />

semblantes airados y sañudos, gente que me mira <strong>de</strong> reojo; los mismos que antes me solicitaban<br />

y me hacían <strong>de</strong>mostraciones <strong>de</strong> cariño, ahora esquivan mi presencia y mi trato.<br />

El señor Sotomayor, tan bondadoso conmigo siempre que he ido a su casa, ya viste hace<br />

poco rato con cuanta frialdad me <strong>de</strong>volvió el saludo, cuando le encontramos en el camino,<br />

como si yo fuera un extraño para él. Sólo me muestra faz amiga el hijo <strong>de</strong> mi bienhechor,<br />

que ha heredado el afecto que me tenía su padre, ¿y quieres tú que yo le corresponda con<br />

aborrecimiento?…<br />

—No, Enrique –dijo gravemente el inflexible Tamayo–, esa no es mi intención. ¿Quién<br />

consigue <strong>de</strong> ti que aborrezcas a nadie?… Quiero que no te <strong>de</strong>jes engañar; que no te fíes <strong>de</strong><br />

las apariencias; porque si el señor Valenzuela es tu amigo, también lo será el señor Mojica,<br />

que es como la sombra <strong>de</strong> su cuerpo.<br />

—Eso consiste, como me lo ha dicho el señor Andrés –replicó Enrique– en que el tal<br />

Mojica es entendido en materia <strong>de</strong> leyes, y lo ayuda mucho en el arreglo <strong>de</strong> la herencia. No<br />

po<strong>de</strong>mos dudarlo, pues todos los días pasan los dos largas horas en casa <strong>de</strong>l alcal<strong>de</strong> mayor,<br />

señor badillo, y comen a su mesa muchas veces.<br />

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