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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Simeón estaba con el frente hacia el poniente. De pronto sujetó a Dimas por un hombro,<br />

le hizo virarse y señaló. El viejo se quedó perplejo y dijo:<br />

—Cualquiera cree que es mi muchacho.<br />

Simeón le miró y pareció sonreír.<br />

—Ese mismo es, compadre.<br />

Dimas tornó a ver. Allá, en el recodo distante, se veía una mancha movida, que<br />

caminaba tambaleándose, se <strong>de</strong>tenía, alzaba los brazos y lanzaba gritos que oíamos<br />

vagamente.<br />

—No –aseguró Dimas–, ése no es <strong>de</strong> los míos.<br />

Desinteresado en apariencia <strong>de</strong>l que venía, se volvió a la puerta; pero Simeón le apretó<br />

el hombro <strong>de</strong> nuevo y remachó:<br />

—Po ése es <strong>de</strong> los suyos, compadre.<br />

Dimas alzó los ojos y contempló al alcal<strong>de</strong>; <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>tuvo la vista en la figura que<br />

llegaba y se le ensombreció el rostro. A esto algunos hombres miraban también hacia allá,<br />

comentando algo.<br />

—¿Ese no es el hijo <strong>de</strong> Dimas? –preguntó alguien.<br />

La figura se distinguía, aunque no <strong>de</strong>l todo. Era, a claras luces, un borracho que caminaba<br />

haciendo festones y vociferando. Poco a poco la gente fué <strong>de</strong>teniendo la atención. Ya<br />

el hombre estaba a la distancia <strong>de</strong> una piedra. Ya…<br />

—¡Es él! –gritó una voz <strong>de</strong>l grupo.<br />

Dimas miró en redondo, como los toros bravos, y pareció <strong>de</strong>safiar a todos. Avanzó dos<br />

pasos, retrocedió, clavó los ojos en el borracho.<br />

—¿Será mi hijo? –preguntó en tono can<strong>de</strong>nte–. ¿Será mi hijo?<br />

Pacientemente, uno dijo:<br />

—Es él.<br />

Unos cuantos empezaron a caminar sobre el que venía. Dimas casi gritó, volviéndose:<br />

—¿Mi hijo borracho?<br />

Y era su hijo; sí. A unos cuantos pasos se <strong>de</strong>tuvo, hosco y torpe, levantó un brazo y<br />

vociferó:<br />

—¡Viva el gobiernooo!<br />

Los hombres se le acercaban. Dimas se abrió paso, y cuando estuvo cerca, como quien<br />

se queja contra el mundo, gimió:<br />

—¡Esto es lo que me <strong>de</strong>vuelven, un borracho!<br />

Abatió la cabeza, frente al hijo que parecía no reconocerle, y volvió los <strong>de</strong>solados ojos a<br />

todos los conocidos, a todos los amigos, a todos los que le veían.<br />

—¡Un borracho…! –terminó.<br />

¡Y todavía podía dar gracias, porque el otro quizá no se lo <strong>de</strong>volverían, como no le habían<br />

<strong>de</strong>vuelto los suyos a Carmita, como no le habían <strong>de</strong>vuelto Momón a la madre que esperaba<br />

en el distante bonao, a la madre que creía que el hijo estaba “bueno y sano”!<br />

d<br />

La queja aguda <strong>de</strong> Carmita, el llanto silencioso <strong>de</strong> mamá, las lamentaciones <strong>de</strong> algunos<br />

hombres y las lágrimas mías, las lágrimas que me diluían en una ansia incontenible<br />

<strong>de</strong> seguirle, fué lo único que acompañó a Momón. No tardaría en anochecer. Diez o doce<br />

campesinos marchaban a su vera, para relevar a los que llevaban las parihuelas. Los vimos<br />

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