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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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TULIO M. CESTERO | LA SANGRE. UNA <strong>VI</strong>DA bAjO LA TIRANíA<br />

—No, elocuentes páginas <strong>de</strong> historia. Mira: hay en la ciudad dos ajimeces; cuantas veces<br />

pasamos frente a las casas en ruina que ellos adornan y rejuvenecen, nos complace admirarlos.<br />

Pues bien, muchas veces he sentido la curiosidad <strong>de</strong> saber quién construyó la casa, y las i<strong>de</strong>as<br />

y sentimientos <strong>de</strong>l colono que primero la vivió. ¿Quién era? ¿Lo sabes tú? Ése es un <strong>de</strong>talle;<br />

pero dime, ¿es que estudiamos nuestra historia tú y yo y los <strong>de</strong>más <strong>de</strong> nuestra generación,<br />

y los gobernantes?... ¿Entonces? Por eso caemos hoy don<strong>de</strong> ayer nos rompimos la crisma.<br />

¿Quién conoce la Primada? ¿Qué poeta dominicano ha extraído <strong>de</strong> esas piedras la intensa<br />

poesía que en ellas vibra? Por estas calles paseó Hernán Cortés, en yegua fina que compró<br />

en doscientos cincuenta castellanos... Palabras, dices tú, y, sin embargo, ella fue la cuna <strong>de</strong> la<br />

Conquista y amamantó la gente leonina que en la Costa Firme y en las islas se hizo gloriosa<br />

por medio <strong>de</strong> la espada y <strong>de</strong> las letras. En esta tierra, el español exterminó al indio, cuya<br />

rebeldía trasvertió el estrecho con Hatuey. El colono combatió con los filibusteros ingleses,<br />

con los bucaneros; venció al francés, reconquistándose para darse al Rey, primer vagido <strong>de</strong><br />

la nacionalidad, y exportó al Continente su cultura. Aquí, el negro dio a España un nuevo<br />

Cid en Suero, y a la república un prócer en Luperón y Lilís mismo, aunque nuestras pasiones<br />

lo nieguen, es un tipo representativo. De la mezcla, nos vienen el ímpetu y la resignación<br />

repentinos, la violencia enfática, la suspicacia letal y la aspirabilidad; pero no lo olvi<strong>de</strong>s,<br />

hemos engendrado a Máximo Gómez, el último <strong>de</strong> los libertadores americanos.<br />

—bueno, ¿y las revoluciones, supones tú que han terminado para siempre?<br />

—Aún no, pero las matarán los ferrocarriles, las escuelas y la riqueza.<br />

—Ilusiones... las tenemos en la sangre: genio y figura...<br />

—Pues la <strong>de</strong>puraremos. ¿Pero quieres admirar un espectáculo tónico?... ¡Cochero, al<br />

Palacio Viejo!<br />

Des<strong>de</strong> la azotea <strong>de</strong> la que fue Capitanía General, ambos amigos abarcan la ciudad que<br />

áurea lluvia inunda. En las aguas, marina y fluvial, cintila, reverbera, en el polvo; nubecillas<br />

polícromas suben <strong>de</strong> los cascos y las ruedas. Al sur, el estilete <strong>de</strong> la punta Torrecilla corta las<br />

olas; y la línea ver<strong>de</strong> <strong>de</strong> los uveros, formando abra al mar azul, remata frente a la Torre <strong>de</strong>l<br />

Homenaje, revestida <strong>de</strong> un manto <strong>de</strong> brocado. En la margen oriental <strong>de</strong>l Ozama, cocoteros y<br />

almendros, y cinco bucares abren los rubíes <strong>de</strong> sus flores; sobre el firme <strong>de</strong> la la<strong>de</strong>ra, los restos<br />

<strong>de</strong> la primera ermita edificada en la tierra <strong>de</strong> América, festonada <strong>de</strong> lianas, y las ruinosas<br />

chimeneas <strong>de</strong>l ingenio La Francia. Hacia el norte, trepando por la cuesta arcillosa, los bohíos<br />

<strong>de</strong> Pajarito, <strong>de</strong> virutas cobrizas los tejados pajizos. En la meseta, árboles próceres, soberbios<br />

caimitos <strong>de</strong> hojas bicolores, mameyes erectos, <strong>de</strong> redondas copas, y galanas palmas solitarias.<br />

En la margen occi<strong>de</strong>ntal, la Puerta <strong>de</strong> San Diego, y a su izquierda, el Alcázar <strong>de</strong> los Colón,<br />

los sillares gafados por los siglos y bronceados por la luz: tres ventanas al mediodía, tres al<br />

poniente, tres al levante, <strong>de</strong>siguales, vacías; en los agujeros anidan palomas, que revuelan en<br />

torno, las plumas suavemente irisadas. La lámina <strong>de</strong> acero bruñido <strong>de</strong>l Ozama se <strong>de</strong>scoge<br />

entre las riberas, cubiertas <strong>de</strong> árboles; <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l codo <strong>de</strong>l río, al lejos, se columbra, cabujón<br />

zafirino en mitad <strong>de</strong> ondulosa raya <strong>de</strong> azur, el Sillón <strong>de</strong> la Viuda, cima eminente <strong>de</strong> la cordillera.<br />

Hacia el oeste, se <strong>de</strong>stacan <strong>de</strong> los follajes <strong>de</strong> Galindo, la iglesia <strong>de</strong> Santa bárbara, y más<br />

cerca, entre las antorchas <strong>de</strong> los cocoteros, la espadaña <strong>de</strong> San Antón, y sobre la colina, los<br />

muros negros <strong>de</strong>l convento <strong>de</strong> San Francisco coronados por un laurel. El sol, por <strong>de</strong>trás <strong>de</strong><br />

aquellas ruinas, incendia el cielo, y las pare<strong>de</strong>s <strong>de</strong>ntadas semejan enorme parrilla. bajo las<br />

bóvedas abatidas reposa Don bartolomé Colón, mientras que en el umbral, para ser hollado<br />

por cuantos pasaren, yacía Alonso <strong>de</strong> Ojeda, el <strong>de</strong> voluntad <strong>de</strong>miúrgica. En un balcón, una<br />

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