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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

¿No está clara mi posición? Alguien tenía que entregarlo, y ese alguien era <strong>de</strong>finitivamente<br />

un con<strong>de</strong>nado aunque estuviese escondido en las entrañas <strong>de</strong> la tierra. jehová no tiene fallas<br />

en su palabra, sino lo creéis preguntad a los que para sustituirme en el grupo <strong>de</strong> los doce,<br />

lanzaron una moneda al aire, como si elegir un discípulo <strong>de</strong> jesús fuese jugar a los dados<br />

o escupir sobre la arena <strong>de</strong>l mar. Así se repartieron mi puesto. Así logró Matías cubrir mi<br />

posición y predicar un evangelio <strong>de</strong>l cual fui yo fundador. Pero la mano <strong>de</strong> Dios habrá un<br />

día <strong>de</strong> mirar mi muerte como un sacrificio en favor <strong>de</strong> su hijo. Mientras tanto, es bueno que<br />

sepáis que la palabra <strong>de</strong> Dios es infalible, cruza los siglos con fuerza imperturbable, sino lo<br />

creéis heme aquí pues, judas Iscariote, hijo <strong>de</strong> Simón, inocente y traidor a la vez.<br />

I. galilea<br />

Simón:<br />

De seguro no creerás lo que voy a narrarte. Siempre me consi<strong>de</strong>raste mentiroso <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que se perdieron aquellas ovejas, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que <strong>de</strong>sapareció la pequeña bolsa <strong>de</strong> dinero, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que supiste que era yo quien antes que tú me levantaba e iba al pequeño establo <strong>de</strong>jando<br />

medio vacías las ubres <strong>de</strong> las cabras. Des<strong>de</strong> que escapé <strong>de</strong> tu lado violentamente, nunca me<br />

has perdonado que heredara tu sombría manera <strong>de</strong> comportarte, tu habilidad para realizar<br />

engañifas, tu poco sentido <strong>de</strong> la responsabilidad. No soy el más inteligente <strong>de</strong> tus hijos, pero<br />

sí el menos burdo, el que más piensa, el que mejor ha tratado <strong>de</strong> borrar las malas lecciones<br />

que diste a quienes te ro<strong>de</strong>aban. Sé que estas cosas no te duelen, y te imagino al recibir estas<br />

letras con una sonrisa maliciosa en los labios; esa sonrisa <strong>de</strong> avaro con la que engañabas a<br />

los infelices cuando les prestabas algunas monedas y explotando la necesidad ajena, sabías<br />

sacarle más <strong>de</strong>l doble <strong>de</strong> su valor aprovechando la <strong>de</strong>sesperación <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más. “¿A que<br />

vienen estos insultos <strong>de</strong> mi hijo?”, dirás, y yo te digo que no son insultos, sino pequeñas<br />

verda<strong>de</strong>s que <strong>de</strong>bo echarte en cara para que puedas compren<strong>de</strong>r mejor la actitud que hacia<br />

mí ha tomado últimamente Moabad, mi hermano. A ése lo criaste con menos rigor que a mí,<br />

y sin embargo ha sabido imitarte casi a la perfección: robar sin que lo <strong>de</strong>scubran; persigue<br />

las mujeres <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más y las soborna; cuando no ve guardianes en las siembras <strong>de</strong> vi<strong>de</strong>s<br />

se introduce en ellas y las saquea. Hasta hace poco he soportado sus estupi<strong>de</strong>ces y prevaricaciones;<br />

hasta hace poco, te digo. Ya no está conmigo. Te sorpren<strong>de</strong>rás <strong>de</strong> saberlo. Se ha<br />

ido <strong>de</strong>jándome casi en la ruina, y en parte eres culpable <strong>de</strong> ello, no te puedo perdonar que<br />

le celebrases sus vagabun<strong>de</strong>rías y <strong>de</strong>sacatos. Siempre fue un claudicador, y tú aplaudías<br />

sus cojeras y fallas. “¡Éste sí que es un hombre!”, me <strong>de</strong>cías, y cuando te referías a mí, que<br />

nunca pue<strong>de</strong> aventajar a Moabad en malicia y precocidad, lo hacías diciendo que yo parecía<br />

marica porque no me ocupaba nada más que <strong>de</strong> cuidar ovejuelas y <strong>de</strong> recoger gorriones<br />

entre el trigo y los pastizales <strong>de</strong> Idumea. —¡Ese marica, míralo, parece que nació con sangre<br />

<strong>de</strong> muchachita! Y yo me sonrojaba oyendo eso, porque la vergüenza siempre me puso rojo;<br />

entonces me empeñaba en <strong>de</strong>mostrarte que Moabad no era superior a mí. Seis veces fui<br />

cogido por los dueños <strong>de</strong> cercados y haciendas, y seis veces me azotaste, no porque hacía<br />

mal <strong>de</strong>scalabrando las propieda<strong>de</strong>s <strong>de</strong> los otros, sino porque, como tú <strong>de</strong>cías, Moabad <strong>de</strong>bía<br />

ser recompensado con mi castigo. Yo era un pequeño símbolo <strong>de</strong>l fracaso en el hogar, y mi<br />

madre, que murió porque nunca supiste darle un día <strong>de</strong> <strong>de</strong>scanso, me acariciaba y me <strong>de</strong>cía<br />

que querías más a Moabad porque era hijo <strong>de</strong> tu primera mujer, <strong>de</strong> aquella que se suicidó<br />

misteriosamente <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ponerte entre las manos el dinero con el que compraste gran<br />

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