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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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<strong>de</strong> costumbres y el apocamiento <strong>de</strong> ánimo en que habían caído los antes rudos y sufridos<br />

pobladores <strong>de</strong> la Española. 156 Explicación inadmisible, porque en México, en el Perú,<br />

en Castilla <strong>de</strong> Oro, en todo el continente iban a realizar épicas proezas muchos <strong>de</strong> los<br />

mismos que salían <strong>de</strong>scalabrados <strong>de</strong> la sierra <strong>de</strong>l bahoruco. Lo cierto era que Enrique, y<br />

por reflexión sus indios, habían alcanzado ya la plenitud <strong>de</strong> civilización indispensable<br />

para apreciar las fuerzas <strong>de</strong> los dominadores europeos, y medir con ellas las suyas, sin<br />

la temerosa superstición <strong>de</strong>l salvaje, tan favorable al <strong>de</strong>senvolvimiento <strong>de</strong> esa prodigiosa<br />

conquista <strong>de</strong> América, en que se entraron por mitad el valor fabuloso <strong>de</strong> los vencedores,<br />

y la fabulosa timi<strong>de</strong>z <strong>de</strong> los vencidos.<br />

Entretanto ¿cómo sobrellevaba Mencía, la noble y valerosa Mencía, los azares y<br />

privaciones <strong>de</strong> la vida <strong>de</strong>l bahoruco? Casi habíamos olvidado la interesante criatura, <strong>de</strong>s<strong>de</strong><br />

que su duro <strong>de</strong>stino y la generosa altivez <strong>de</strong> su carácter la condujeron a morar en el seno<br />

<strong>de</strong> aquella ruda y agreste serranía. Algún tiempo se mostró preocupada y triste; su soledad<br />

le parecía espantosa, mientras que Enrique, su amado compañero, estaba enteramente<br />

consagrado a la organización y <strong>de</strong>fensa <strong>de</strong> su montañoso estado. Mas, cuando por primera<br />

vez el valiente cacique se presentó a sus ojos victorioso; cuando arrojó a los pies <strong>de</strong> ella la<br />

espada inútil <strong>de</strong>l arrogante Valenzuela; cuando cubierto aún con el polvo <strong>de</strong>l combate se<br />

le mostró gran<strong>de</strong>, verda<strong>de</strong>ramente libre, con la aureola augusta <strong>de</strong>l valor heroico y <strong>de</strong> la<br />

dignidad recobrada, entonces el corazón <strong>de</strong> Mencía palpitó a impulsos <strong>de</strong> impon<strong>de</strong>rable<br />

satisfacción y <strong>de</strong> legítimo orgullo, y arrojándose en los brazos <strong>de</strong>l conmovido guerrero, besó<br />

con santo entusiasmo su rostro varonil; corrieron sus cristalinas lágrimas por el robusto y<br />

polvoroso cuello <strong>de</strong>l caudillo, y sus labios, trémulos <strong>de</strong> grata emoción, murmuraron apenas<br />

esta frase expresiva: –Gran<strong>de</strong>, libre, vengado...; ¡así te quiero!<br />

Des<strong>de</strong> entonces Mencía se sintió conforme, si no feliz, entre los sobresaltos y la aspereza<br />

<strong>de</strong> aquella vida. Familiarizándose cada vez más con los peligros, solamente la apesaraba al<br />

fin el empeño <strong>de</strong> Enriquillo en alejarla <strong>de</strong> ellos, cuando su más vehemente <strong>de</strong>seo era acompañarle<br />

en todos sus trabajos; verle combatir en la lid; alentarle con su presencia, al mismo<br />

tiempo que protegerle con sus piadosas oraciones al cielo...<br />

Ella se in<strong>de</strong>mniza practicando la caridad y el bien: los heridos y enfermos la ben<strong>de</strong>cían<br />

como a su provi<strong>de</strong>ncia visible; mientras que las tiernas vírgenes <strong>de</strong>l bahoruco aprendían <strong>de</strong><br />

ella religión, virtud, labores <strong>de</strong> mano y rudimentos literarios.<br />

Anica por su parte era casi dichosa. Curada <strong>de</strong> su pasión por Enriquillo, la rectitud y<br />

entereza <strong>de</strong> éste, las virtu<strong>de</strong>s <strong>de</strong> su esposa habían servido a la joven india <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>lo para<br />

templar su alma al calor <strong>de</strong> los buenos y generosos sentimientos. Aquella pasión se había<br />

trocado en cariño puro, sin límites, a ambos esposos; pero en su corazón halló cabida otro afecto<br />

más vehemente, que completó la curación <strong>de</strong> aquella antigua enfermedad <strong>de</strong> amor imposible,<br />

que la atormentaba como oculto aguijón. Fue otro el objeto <strong>de</strong> un sentimiento más tranquilo y<br />

razonable. Durante un mes había asistido en el lecho <strong>de</strong>l dolor a Vasa, al simpático e intrépido<br />

Vasa, cuando fue herido <strong>de</strong>fendiendo solo el puesto que abandonaron sus indios en la primera<br />

acometida <strong>de</strong> los castellanos al bahoruco. Anica aprendió entonces a estimar las bellas y nobles<br />

cualida<strong>de</strong>s <strong>de</strong>l joven cacique subalterno: aficionáronse el uno al otro con recíproca ternura, y<br />

se juraron fe y perseverancia hasta que les fuera posible unirse en santo y religioso vínculo.<br />

Enrique y Mencía dispensaban su aquiescencia a estos castos amores.<br />

156 Véase el Apéndice número 7.<br />

MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

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