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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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MANUEL DE j. GALVÁN | ENRIQUILLO<br />

su niñez un tutor codicioso como lo fue Mojica para Mencía, los ricos dominios <strong>de</strong> sus<br />

mayores en el bahoruco sólo habían servido para darle el dictado imaginario <strong>de</strong> señor o<br />

cacique; mas, en cuanto a la efectividad <strong>de</strong> sus <strong>de</strong>rechos, ni tenía terrenos asignados en<br />

propiedad, ni ejercía más jurisdicción sobre los indios <strong>de</strong> aquellas montañas que la <strong>de</strong>rivada<br />

<strong>de</strong> las or<strong>de</strong>nanzas <strong>de</strong> repartimientos; estando él mismo en condición y categoría <strong>de</strong> cacique<br />

encomendado... Y Mencía, digna por su belleza y por sus gracias <strong>de</strong>l amor y <strong>de</strong>l tálamo<br />

conyugal <strong>de</strong> un Rey, iba a <strong>de</strong>scen<strong>de</strong>r hasta venir como esposa a sus brazos, y saldría <strong>de</strong>l<br />

palacio <strong>de</strong> los Virreyes, don<strong>de</strong> era mimada y tratada como hija <strong>de</strong> la casa, don<strong>de</strong> alternaba<br />

con las más distinguidas señoras, para caer en la Maguana, cónyuge y consorte <strong>de</strong>l huérfano,<br />

<strong>de</strong>l que nada tenía suyo y vivía bajo la <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>ncia <strong>de</strong> otro… Sí, pero ese otro era<br />

el digno amigo <strong>de</strong> Las Casas, el bondadoso y benéfico Valenzuela, que lo amaba también<br />

como a un hijo; que le había dicho cien veces que su fortuna y su posición quedarían aseguradas;<br />

que manifestaba altamente su afecto y gratitud hacia él, diciendo <strong>de</strong> continuo que<br />

sin los cuidados y la inteligencia <strong>de</strong> Enrique en la dirección y vigilancia <strong>de</strong> sus haciendas<br />

y ganados, sus riquezas estarían mermadas <strong>de</strong> una mitad. Y a<strong>de</strong>más, ¿era él, por ventura,<br />

Enriquillo, capaz <strong>de</strong> oponer la menor resistencia a lo que para su bien y felicidad habían<br />

dispuesto sus protectores? ¿Renunciaría a la dicha <strong>de</strong> tener por esposa a Mencía, cediendo<br />

a una exageración <strong>de</strong> la <strong>de</strong>lica<strong>de</strong>za, cuando estaba comprometido ante Dios y los hombres,<br />

por el encargo final <strong>de</strong> su moribunda tía, y por la voluntad <strong>de</strong> sus mejores amigos, a ser el<br />

esposo <strong>de</strong> su bella prima…?<br />

Acosado por estas reflexiones contradictorias, <strong>de</strong> las que surgía una larga serie <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as<br />

análogas, Enrique saltó <strong>de</strong> su lecho, y pasó gran parte <strong>de</strong> la noche midiendo la estancia a<br />

gran<strong>de</strong>s pasos; hasta que rendido por las emociones se <strong>de</strong>jó caer en un sillón, y allí permaneció<br />

el resto <strong>de</strong> la noche, viendo llegar el nuevo día sin haber conseguido ni conciliar el<br />

sueño, ni resolver ninguna <strong>de</strong> las gran<strong>de</strong>s cuestiones que su calenturienta imaginación le<br />

iba presentando una tras otra.<br />

Cuando Tamayo entró a avisarle que el señor Valenzuela estaba <strong>de</strong>spierto y le aguardaba,<br />

ya Enriquillo se hallaba completamente vestido, con uno <strong>de</strong> sus mejores trajes.<br />

Presentóse al buen anciano, que festivamente hizo alusión a su priesa <strong>de</strong> novio, en<br />

haberse a<strong>de</strong>rezado tan temprano. Enrique le dijo la verdad; le refirió los pormenores <strong>de</strong> su<br />

mala noche, y no pasó en silencio las cavilaciones que habían sido causa <strong>de</strong> su insomnio.<br />

Pero Valenzuela, riéndose <strong>de</strong> las aprensiones <strong>de</strong>l cacique, calificó sus escrúpulos <strong>de</strong> <strong>de</strong>lirios<br />

y fantasías <strong>de</strong> enamorado; con lo que, y como en sustancia, el joven lo estaba efectivamente,<br />

se rindió sin gran trabajo a las breves reflexiones que su patrono le hizo.<br />

Después <strong>de</strong> tomar un nutritivo <strong>de</strong>sayuno salieron a visitar sus relacionados y conocidos.<br />

Valenzuela era íntimo amigo <strong>de</strong> Francisco Garay, <strong>de</strong> Rodrigo <strong>de</strong> bastidas, <strong>de</strong> Gonzalo<br />

<strong>de</strong> Guzmán y los más antiguos y connotados personajes <strong>de</strong> la colonia. Todos lo recibieron<br />

cordialísima y afectuosamente. Los frailes dominicos y franciscanos <strong>de</strong>mostraron igual<br />

expansión cariñosa a los dos bienvenidos, Valenzuela y Enrique. Eran casi las doce cuando<br />

bajaron éstos <strong>de</strong> San Francisco en dirección a la marina, a cuya inmediación estaba<br />

situado el palacio <strong>de</strong> los Virreyes. En el tránsito, al cruzar una esquina, casi tropezaron<br />

<strong>de</strong> manos a boca con su eterna pesadilla, el hidalgo Don Pedro <strong>de</strong> Mojica, el cual se turbó<br />

por <strong>de</strong> pronto a la inesperada vista <strong>de</strong> los recién llegados; repúsose enseguida, mostró<br />

agradable sorpresa, y los felicitó en los términos más melifluos que pue<strong>de</strong>n hallarse en el<br />

vocabulario <strong>de</strong> la perfidia. Enriquillo apenas contestó con un saludo equívoco y hosco a los<br />

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