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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

esos arrebatos no habían sido más que <strong>de</strong>lirios, hijos <strong>de</strong> la pasión. Sintió <strong>de</strong>spués la <strong>de</strong>bilidad<br />

<strong>de</strong>l que ha luchado inútilmente por vencer un mal que no tiene remedio, y al fin, le sucedió<br />

como a ciertos enfermos, que poco a poco se van acostumbrando al sufrimiento hasta que<br />

llegan a la resignación.<br />

—Dios mío, Dios mío, ¿será este un castigo? –se preguntaba una tar<strong>de</strong>, sentada bajo el<br />

jobo <strong>de</strong> su casa–. ¿Qué no haya solución posible para mi problema? ¿Nunca verán mis ojos<br />

los horizontes <strong>de</strong> halagüeñas esperanzas?… ¿Tan sólo para mí estarán cerradas las puertas<br />

<strong>de</strong> lo porvenir?…<br />

Y como el caprichoso y ligero pensamiento humano la llevara alguna vez por las regiones<br />

<strong>de</strong> lo difícil, y hasta <strong>de</strong> lo imposible, ella se <strong>de</strong>cía:<br />

—No, no, la esperanza nunca <strong>de</strong>be per<strong>de</strong>rse. Muchas cosas se han visto en el mundo…<br />

Es verdad que mi situación es terrible… Pero ¿quién sabe? Engracia pue<strong>de</strong> olvidarlo; casarse<br />

con otro… ¡Engracia olvidarlo! ¿qué estoy diciendo? ¿la criatura más leal, y más fiel, y más<br />

pura que existe en la tierra? Primero se muere, se muere mil veces… ¡Ah!… ¿y si se muriera<br />

por una fatalidad?… ¡Si se muriera! Y ya en este <strong>de</strong>clive, rodaron por su mente las i<strong>de</strong>as con<br />

asombrosa rapi<strong>de</strong>z, y a su imaginación se presentó el cuadro <strong>de</strong> la amiga amortajada, y al<br />

verla con su corona <strong>de</strong> flores blancas en la frente, lanzó un grito: ¡Jesús! ¡Dios mío! ¡quécriminal<br />

soy! La joven, en ese instante, horrorizada <strong>de</strong> su propio pensamiento, había dado un<br />

salto <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el tronco <strong>de</strong>l jobo en que estaba sentada. No pudo resistir la profunda impresión<br />

que le causara tan horrible i<strong>de</strong>a, y algunos segundos <strong>de</strong>spués, llorosa como una Magdalena,<br />

pedía perdón a la amiga ausente; y <strong>de</strong> rodillas ante la imagen <strong>de</strong> Regla, que tenía en su<br />

aposento, hacía el voto con todo el fervor y la sinceridad <strong>de</strong>l corazón, <strong>de</strong> resignarse con su<br />

suerte sin más esperanza que la <strong>de</strong> guardar en secreto su <strong>de</strong>sdichado amor hasta la tumba,<br />

si acaso no conseguía <strong>de</strong>sterrarlo <strong>de</strong> su pecho.<br />

III<br />

Acababa Antoñita <strong>de</strong> hacer estas promesas y ruegos a la Virgen, cuando, al ponerse en<br />

pie, limpiándose el sudor y las lágrimas <strong>de</strong>l rostro para no <strong>de</strong>jar que se vieran señales <strong>de</strong><br />

llanto, entró al aposento su madre, con una carta en la mano, diciéndole en tono cariñoso:<br />

—Antoñita, hija mía, tengo que hablarte <strong>de</strong> un asunto serio.<br />

—¿A mí, mamá? –preguntó la joven sin po<strong>de</strong>r disimular su sorpresa.<br />

—Sí, hija, a ti sola… ven acá, siéntate aquí –contestó la madre, señalándose la silla que<br />

estaba al lado <strong>de</strong> la cama <strong>de</strong> la misma Antoñita y sentándose ella a su vez en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong><br />

dicha cama.<br />

Nuestra heroína, que todavía no estaba <strong>de</strong>l todo libre <strong>de</strong> las impresiones que la habían<br />

dominado, no sabiendo a qué atribuir aquella llamada con tanta reserva, y fijándose en las<br />

palabras: tengo que hablarte <strong>de</strong> un asunto serio, no pudo evitar un temblorcito interior, y al<br />

cruzarle la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> Enrique, se preguntó: ¿Habrá <strong>de</strong>scubierto?…<br />

La señora C., que así llamaremos a la madre <strong>de</strong> Antoñita, <strong>de</strong> quien en toda esta historia<br />

no hemos hecho el retrato, por no habernos parecido necesario, <strong>de</strong>spués que ya estuvieron<br />

sentadas, sin reparar la impresión <strong>de</strong> aquella, se expresó así:<br />

—Pues bien, hija mía, hace tiempo que estaba por hablarte <strong>de</strong> un asunto que importa<br />

mucho a tu porvenir. Tú sabes que yo nunca he querido meterme en darte consejos, ni te<br />

he dicho una sola palabra referente a los enamorados que en varias ocasiones has tenido.<br />

Siempre me atuve a lo que tú hicieras, sabía que tú no eras, como esas otras muchachas, que<br />

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