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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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jUAN bOSCH | LA MAÑOSA<br />

<strong>de</strong>l lugar. A su amparo empezó para nosotros la paz anhelada, o, lo que es lo mismo, podía<br />

papá echarse por esos caminos <strong>de</strong> Dios en busca <strong>de</strong>l sustento, mientras nosotros permanecíamos<br />

en casa. Padre levantó recua y con ella llegaba a los confines <strong>de</strong>l país. Se iba cargado<br />

<strong>de</strong> andullos, <strong>de</strong> tabaco, <strong>de</strong> cacao, y retornaba con lienzos, jabón, azúcar… Muy <strong>de</strong> tar<strong>de</strong> en<br />

tar<strong>de</strong> se hablaba <strong>de</strong> revueltas; pero en general se vivía dulcemente, sin que nos sacudieran<br />

malas noticias ni persecuciones.<br />

A Río Ver<strong>de</strong> llegó padre un día con una mulita nueva, incapaz todavía para la brega <strong>de</strong> la<br />

recua. Era un animalito vivo, inquieto, casi todo cabeza, que movía nerviosamente las orejas<br />

y el rabo cuando le molestaba algún ruido. El vecindario entero <strong>de</strong>sfiló por casa para verla.<br />

—Es <strong>de</strong> San juan –explicaba padre a las preguntas <strong>de</strong> los hombres.<br />

Con eso lo <strong>de</strong>cía todo. Le retozaba el orgullo en los ojos y en los labios cuando la veía,<br />

cuando le acariciaba el anca, mientras la mulita temblaba <strong>de</strong> miedo bajo su mano.<br />

Era oscura como la hoja seca <strong>de</strong>l cacao; pero recién llegada estaba todavía lanuda, y<br />

aquella lana tenía un color rojizo que la hacía feúcha aunque graciosa. Padre <strong>de</strong>cía que<br />

procedía <strong>de</strong> un hato <strong>de</strong> renombre y que había dado por ella sesenta pesos “así tan chiquita<br />

como la veían”.<br />

Como se crió entre nosotros, soportó pacientemente el primer contacto con la realidad:<br />

la aparejaron, la ensillaron luego. Estaba ya gran<strong>de</strong>cita, y a la lana había sucedido una piel<br />

parda, brillante, que reflejaba limpiamente la luz. La silla fué para ella como una caricia<br />

más; pero… ¡cómo pateó, se resistió, tiró mordiscos y corcoveó cuando la quisieron enfrenar!<br />

La asustaba el tintineo <strong>de</strong> los hierros y correteaba enloquecida entre las flores, que le<br />

<strong>de</strong>sgarraban con las espinas; entre las pilas <strong>de</strong>l cacao, cuyos granos saltaban como chispas.<br />

Se tiraba sobre las mayas que orillaban el camino y espumeaba por la boca, mientras los<br />

ojos parecían salírsele a saltos.<br />

—¡Ah mañosa! –gritaba padre–. ¡Ah mañosa!<br />

Abuelo reía estrepitosamente <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la galería; madre se sujetaba las sienes, arrimada a<br />

la ventana; Pepito se asustaba, se recogía entre una enorme mecedora don<strong>de</strong> estaba sentado.<br />

Papá volvió a medio día, sudado y rojo y fatigado.<br />

No sé cuántos días duró la lucha entre el hombre y la bestezuela. Sólo sé que cuando<br />

se acostumbró al freno ya tenía nombre: la Mañosa. Y que él fué para nosotros como el <strong>de</strong><br />

alguien <strong>de</strong> la familia.<br />

Para el tiempo en que llegamos al Pino la Mañosa era ya imprescindible. En ella hacía<br />

padre los viajes <strong>de</strong> negocios y los viajes veloces al pueblo, en busca <strong>de</strong> medicinas, <strong>de</strong> ropas<br />

o <strong>de</strong> cartas. Mero, que había <strong>de</strong>jado Río Ver<strong>de</strong> para seguirnos, la quería entrañablemente.<br />

Anduvo enamorado por el Pino Arriba, lo que lo alejaba <strong>de</strong> las tertulias en la cocina; pero<br />

confesaba que entre comprarle creolina al animal o esencia a la novia, prefería lo primero si<br />

el dinero no le alcanzaba para las dos cosas.<br />

El vaso <strong>de</strong> potrero más cercano a la casa era el suyo. Yerba lozana, joven, tierna: era<br />

bocado digno <strong>de</strong> bestia consentida.<br />

III<br />

Se <strong>de</strong>rretía la tar<strong>de</strong> en los caminos reales, casi a los pies <strong>de</strong> Mero, ultimando los <strong>de</strong>talles<br />

<strong>de</strong>l viaje.<br />

En el oscuro almacén estaba el viejo Dimas cosiendo los serones y uno <strong>de</strong> sus hijos tejía<br />

sogas <strong>de</strong> majagua. El viejo escupía y se limpiaba la barba con el dorso <strong>de</strong> la mano.<br />

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