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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Figúrasenos que para el inexorable tirano <strong>de</strong> la Española como para todos los déspotas<br />

que, abusando <strong>de</strong> una autoridad ilimitada, han legado cien crímenes a la memoria<br />

<strong>de</strong> la posteridad, los últimos instantes <strong>de</strong> la existencia transcurrieron entre las angustias<br />

<strong>de</strong> un combate moral, librado en los profundos antros <strong>de</strong> su espíritu. –¿Por qué no pu<strong>de</strong><br />

más? –grita la soberanía humillada e impotente; ¿por qué pu<strong>de</strong> tanto? –clama sobrecogida<br />

la conciencia.<br />

sEgUNDa PaRtE<br />

I. alianza ofensiva<br />

La ambición <strong>de</strong>prava el ánimo, y como que se nutre a expensas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>más afectos que<br />

exaltan y embellecen el corazón humano. Noble o rastrera; ya la excite un objeto gran<strong>de</strong> y<br />

elevado, ya tomando el carácter vil <strong>de</strong> la avaricia sea provocada por un fin puramente sórdido<br />

y material, el primer efecto <strong>de</strong> la ambición es subordinar y avasallar a su imperio todos los<br />

sentimientos <strong>de</strong>l hombre que llega a aceptarla como el móvil <strong>de</strong> sus acciones; arrollando sin<br />

piedad o abandonando con <strong>de</strong>sdén cualquier consi<strong>de</strong>ración generosa que pueda servir <strong>de</strong><br />

obstáculo a las aspiraciones preconcebidas.<br />

No era vulgar la ambición <strong>de</strong> Diego Velázquez, <strong>de</strong> muy temprano acostumbrado a empresas<br />

arduas, a cargos <strong>de</strong> representación e importancia. Había sido Velázquez, bajo el gobierno <strong>de</strong><br />

Ovando, el verda<strong>de</strong>ro fundador <strong>de</strong> las villas y poblaciones <strong>de</strong>l Sud-Oeste <strong>de</strong> la Española; era<br />

el más rico <strong>de</strong> los conquistadores, y el que más renombre había adquirido como organizador y<br />

administrador <strong>de</strong> los territorios que su pericia y su esfuerzo habían pacificado en pocos meses.<br />

En re<strong>de</strong>dor suyo, a su vista, juan <strong>de</strong> Esquivel solicitaba <strong>de</strong>l joven Almirante el cargo <strong>de</strong> poblar<br />

y gobernar la isla <strong>de</strong> jamaica; Ponce <strong>de</strong> León, protegido <strong>de</strong>l ex gobernador Ovando, obtenía el<br />

gobierno <strong>de</strong> la bella isla <strong>de</strong> Puerto Rico; Alonso <strong>de</strong> Ojeda y Diego <strong>de</strong> Nicuesa organizaban en<br />

el puerto <strong>de</strong> Santo Domingo sus tan ruidosas cuanto <strong>de</strong>sgraciadas expediciones al Continente;<br />

mientras que otros hombres <strong>de</strong> corazón igualmente intrépido y <strong>de</strong> imaginación ardiente,<br />

un Vasco Núñez, un Hernán Cortés y muchos más, rumiaban en sus proféticos ensueños <strong>de</strong><br />

gloria y <strong>de</strong> gran<strong>de</strong>zas, proyectos inverosímiles, brillantes quimeras con que entretenían sus<br />

ocios, esperando la ocasión propicia para ejercitar su espíritu aventurero en las empresas que<br />

<strong>de</strong>bían conducirles a la muerte, o al pináculo <strong>de</strong> la fortuna.<br />

¿Había <strong>de</strong> permanecer Velázquez ajeno a este or<strong>de</strong>n <strong>de</strong> i<strong>de</strong>as, conformándose con la<br />

fama y los laureles adquiridos, y dando por terminada su carrera como conquistador? Ni<br />

lo permitían sus años, que no llegaban a la edad madura, ni mucho menos el temple <strong>de</strong> su<br />

carácter, ya avezado a las emociones <strong>de</strong> la lucha, y a los goces <strong>de</strong>l éxito, tan a propósito para<br />

<strong>de</strong>sarrollar esa hidropesía <strong>de</strong>l alma que se <strong>de</strong>nomina la ambición.<br />

Era, pues, ambicioso Diego Velázquez por más que, como acabamos <strong>de</strong> <strong>de</strong>cir, sus pensamientos<br />

se alzaran a no vulgares esferas. Pero <strong>de</strong> cualquier modo, esa pasión bastaba para <strong>de</strong>snaturalizar los<br />

buenos impulsos <strong>de</strong>l corazón <strong>de</strong> Velázquez, y el amor llegaba algo tar<strong>de</strong> a tocar a sus puertas.<br />

Fue esto una <strong>de</strong>sgracia: si ese amor se hubiera enseñoreado como soberano <strong>de</strong> aquel<br />

pecho varonil, ahogando o excluyendo todo otro afecto que pudiera oponérsele, indudablemente<br />

la abnegación habría compartido su dominio, matando al nacer cualquier proyecto<br />

encaminado a <strong>de</strong>struir la felicidad <strong>de</strong> la hermosa e inocente María <strong>de</strong> Cuéllar. Pero el egoísmo<br />

<strong>de</strong>spiadado estaba en vela, y la voz <strong>de</strong> las especulaciones positivas se <strong>de</strong>jó oír. Para eso<br />

estaba allí el odioso Pedro <strong>de</strong> Mojica, siempre astuto, siempre en acecho y a caza <strong>de</strong> favor<br />

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