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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

es que un personaje <strong>de</strong> mérito como el señor Diego Velázquez admita en su intimidad a entes<br />

<strong>de</strong> vuestra especie, y se <strong>de</strong>core con tan siniestra compañía al ir a hacer visita a su novia.<br />

—¡Paz, señores! –exclamó Velázquez sin po<strong>de</strong>r contener la risa, ante el sesgo singular<br />

<strong>de</strong> aquel altercado, y ante la facha más singular aún <strong>de</strong> Mojica, aturdido al oírse tratar tan<br />

crudamente.<br />

—A la verdad, señor –prosiguió Las Casas–, que si este hidalgo sigue pegado a vos como<br />

la sombra al cuerpo, no <strong>de</strong>beréis extrañar que yo me aleje <strong>de</strong> vuestro trato. ¿No veis que<br />

su intento es autorizarse con vuestra protección, para que el Almirante Gobernador no le<br />

obligue a dar cuenta <strong>de</strong> la administración, que tiene a su cargo, <strong>de</strong> los bienes pertenecientes<br />

a la huérfana <strong>de</strong> Guevara?<br />

—Pronto he estado siempre a dar esa cuenta –dijo con <strong>de</strong>scaro Mojica–, pero no a vos,<br />

que sólo tratáis <strong>de</strong> quitarme la administración para quedaros con ella, e inventaréis mil<br />

calumnias para lograr vuestro objeto.<br />

—¡Habrá impu<strong>de</strong>nte! –exclamó Las Casas indignado–: me atribuís vuestros propios sentimientos;<br />

pero todos me conocen y os conocen. Lo que importa es que rindáis esas cuentas.<br />

capitán Don Diego, lo habéis oído: el honrado hidalgo está pronto a rendir cuentas, como<br />

no sea a mí: mañana lo haremos saber al señor Almirante, para que me releve <strong>de</strong>l encargo,<br />

y nombre a otra persona más a<strong>de</strong>pta al administrador.<br />

—Está bien, señores –dijo Velázquez– y <strong>de</strong>jemos ya <strong>de</strong> tratar ese <strong>de</strong>sagradable asunto<br />

por ahora.<br />

—Lo dicho –repuso Las Casas– y con vuestra licencia, me retiro a San Francisco.<br />

—Id con Dios, Licenciado –dijo Velázquez.<br />

No bien se hubo ausentado Las Casas, cuando Mojica se <strong>de</strong>sató en una violenta diatriba<br />

contra él: era un insoportable soberbio –<strong>de</strong>cía–, espíritu rebel<strong>de</strong>, altanero y dominante: afectaba<br />

austeridad <strong>de</strong> costumbres para encubrir sus faltas; era envidioso y vertía el <strong>de</strong>scrédito<br />

contra todo el que parecía más favorecido <strong>de</strong> la fortuna, et coetera. En suma, el rencoroso<br />

hidalgo se <strong>de</strong>sahogaba a su gusto atribuyendo sus propios vicios al noble, al puro, al generoso<br />

Las Casas, con la esperanza <strong>de</strong> hallar accesible la credulidad <strong>de</strong> Diego Velázquez para<br />

acabar con la buena opinión <strong>de</strong>l Licenciado. Pero en esta parte las convicciones <strong>de</strong>l Capitán<br />

eran inquebrantables: sabía por experiencia cuánta era la gran<strong>de</strong>za <strong>de</strong> alma <strong>de</strong> su consejero<br />

en la guerra <strong>de</strong>l bahoruco; sentía profunda veneración hacia aquel eminente carácter, cuyo<br />

contraste moral con el <strong>de</strong> Mojica –tipo <strong>de</strong> todos los tiempos– apreciaba con exactitud y justicia.<br />

Respondió, pues, cesando <strong>de</strong> reír y con acento imponente, al procaz difamador, estas<br />

palabras, que cayeron en su corazón a manera <strong>de</strong> plomo <strong>de</strong>rretido.<br />

—Por esta sola vez, Don Pedro, os tolero la broma; pero no volváis a usarla. El Licenciado<br />

tiene el genio un poco vivo; pero es el hombre más franco, más leal y más digno <strong>de</strong> respeto<br />

que ha venido <strong>de</strong> España a estas Indias.<br />

Mojica bajó la cabeza, con el mismo aire con que agacha las orejas un perro, al recibir<br />

el puntapié <strong>de</strong> su amo. Guardó por un rato silencio, hasta que Velázquez volvió a mirarle<br />

con lástima, y le dijo:<br />

—Mojica, os reitero mi promesa <strong>de</strong> procurar que no se os quite esa administración: haré<br />

cuanto <strong>de</strong> mí <strong>de</strong>penda; estad tranquilo.<br />

—¡Ah, señor… ! –exclamó el hidalgo con alegría.<br />

—Hablemos ahora <strong>de</strong> otra cosa –prosiguió Velázquez–; ¿creéis que no nos queda por<br />

hoy más nada que hacer en el asunto <strong>de</strong> mi matrimonio?<br />

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