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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

—Los muchachos taban en el pueblo con una recuita <strong>de</strong> Morillo, y el gobierno los<br />

reclutó ayer.<br />

Madre se movió igual que si la hubiera picado un bicho.<br />

—¿Cómo? –preguntó azorada.<br />

Se veía que quería hacer otro comentario más vivo, que aquella noticia la había herido;<br />

pero la actitud conforme <strong>de</strong> Dimas mataba el comentario antes <strong>de</strong> que naciera.<br />

—Sí –remachó él acercándose a nosotros– Dios quiera que salgan bien <strong>de</strong> ese lío.<br />

Yo sentía su olor <strong>de</strong> tierra, <strong>de</strong> sudor, <strong>de</strong> esterilla <strong>de</strong> mulo. El se volvió:<br />

—Vea, doña, a los santos les ruego que vuelvan vivos, porque yo toy muy orgulloso <strong>de</strong><br />

esos muchachos… Ni juegan, ni beben ni jaraganean.<br />

Madre comentó, apenada:<br />

—Sí, Dimas; récele a San Antonio para que se los <strong>de</strong>vuelvan.<br />

El viejo tornó a acercarse a la puerta.<br />

—Ojalá que don Pepe viniera pronto, pa que usté se tranquilice –dijo quitándole importancia<br />

a su dolor.<br />

Madre se acercó también; sacó la cabeza y miró hacia el este, esperando.<br />

—Ojalá… –aprobó.<br />

El viejo mascó su dolor. Al rato dijo adiós y se perdió en la oscuridad, camino <strong>de</strong>l<br />

bohío.<br />

d<br />

Pocos días más tar<strong>de</strong> fué a visitarnos la vieja Carmita. Llegó muy <strong>de</strong> mañana, trajeada<br />

con ancha bata <strong>de</strong> prusiana morada.<br />

La vieja Carmita vivía en Jagüey A<strong>de</strong>ntro. Era alta, <strong>de</strong>lgada, con la cara fina y salida <strong>de</strong><br />

huesos. Nunca alzó la voz; nunca <strong>de</strong>jaron sus ojos <strong>de</strong> ser dos luces tranquilas en medio <strong>de</strong><br />

aquel rostro oscuro y afilado.<br />

Saludó en voz baja, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el portal; entró moviéndose suavemente; ya en la puerta <strong>de</strong><br />

la cocina apoyó un brazo en el marco y clavó el otro en la cintura.<br />

—Doña… –dijo en tono suplicante.<br />

Pero no quiso seguir hablando, como si temiera <strong>de</strong>satar aquella tristeza que le hacía<br />

nudos en los pómulos. Después se acercó a mí, al tiempo que murmuraba:<br />

—Dios te guar<strong>de</strong>, jijo.<br />

Mamá la observaba, la acechaba. Aquella mirada cargada <strong>de</strong> perspicacia que tenía madre<br />

no se enredaba en palabras ni simulaciones.<br />

—¿Ha sucedido algo por allá, Carmita? –preguntó.<br />

—No, naíta –sopló ella.<br />

Pero largo rato <strong>de</strong>spués, cuando habían parecido vidriarse sus ojos y cuando nadie<br />

esperaba sus palabras, dijo.<br />

—Los muchachos, que cogieron el monte.<br />

Mamá no pudo reprimir un movimiento brusco <strong>de</strong>l entrecejo. Miró en vuelo a la mujer,<br />

que se entretenía en <strong>de</strong>sensortijar mis cabellos.<br />

—¿Dice usté que cogieron el monte?<br />

La mujer movió la cabeza <strong>de</strong> arriba abajo. No podíamos precisar qué sentía; parecía<br />

indiferente.<br />

—Las malas compañías –explicó <strong>de</strong> pronto–. Se fueron cuatro o cinco.<br />

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