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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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COLECCIÓN PENSAMIENTO DOMINICANO | Vo l u m e n <strong>VI</strong> | NOVELA<br />

Aguilar tomó a empeño cumplir el encargo <strong>de</strong> su amigo, y consiguió que el billete <strong>de</strong><br />

Grijalva fuera el mismo día a su <strong>de</strong>stino, por ministerio <strong>de</strong> una anciana que servía en la casa<br />

<strong>de</strong> Cuéllar.<br />

XXI. La víctima<br />

La pobre María estuvo a punto <strong>de</strong> per<strong>de</strong>r la razón, cuando leyó la <strong>de</strong>spedida <strong>de</strong> su amante.<br />

No bien se repuso <strong>de</strong> la primera impresión, corrió a echarse a los pies <strong>de</strong> su padre, y le<br />

refirió toda la verdad, haciendo patentes las heridas <strong>de</strong> su corazón.<br />

—Yo moriré, padre mío –dijo la <strong>de</strong>sdichada joven al terminar su confesión–; moriré, y<br />

muy pronto, si me obligáis a dar la mano <strong>de</strong> esposa a otro que a juan <strong>de</strong> Grijalva.<br />

El viejo, abriendo un balcón que daba vista al lejano horizonte marítimo, contestó a su<br />

hija señalándole dos bajeles que a toda vela se alejaban en dirección al Sudoeste.<br />

—Ya ¿ qué remedio tiene? Ese barbilindo se fue… ; ¡Dios le dé buen viaje! Procura<br />

olvidarlo, que es cuanto está bien a tu <strong>de</strong>coro, para no pensar sino en <strong>de</strong>jar bien puesto el<br />

honor <strong>de</strong> nuestra casa, y en cumplir el compromiso contraído solemnemente con el capitán<br />

Diego Velázquez.<br />

La joven parecía no prestar atención al frío lenguaje <strong>de</strong> su padre. Inmóvil, con los ojos<br />

<strong>de</strong>smesuradamente abiertos, fija la mirada en las dos blancas velas que la distancia hacía<br />

aparecer como dos gaviotas surcando en rasante vuelo la superficie <strong>de</strong> las ondas, hubiera<br />

podido servir <strong>de</strong> mo<strong>de</strong>lo para una estatua <strong>de</strong> la ansiedad y el dolor. Por último, el llanto<br />

bañó sus pálidas mejillas, y sólo entonces comprendió el endurecido anciano el sufrimiento<br />

<strong>de</strong>sgarrador que experimentaba la doncella. Trató <strong>de</strong> consolarla como lo entien<strong>de</strong>n los seres<br />

<strong>de</strong> naturaleza ordinaria y vulgar; esto es, aumentando la aflicción <strong>de</strong>l doliente que tiene la<br />

<strong>de</strong>sgracia <strong>de</strong> escucharlos, con sus sandios discursos y exhortaciones indiscretas.<br />

Tal vez por librarse <strong>de</strong>l tormento <strong>de</strong> oír unas y otros, María se esforzó en dominar su<br />

angustia, logrando componer el semblante, y pidió a Don Cristóbal permiso para retirarse<br />

a su aposento, don<strong>de</strong> era su <strong>de</strong>seo permanecer absolutamente sola.<br />

Después <strong>de</strong> algunas reflexiones <strong>de</strong>l importuno viejo, que objetaba la conveniencia <strong>de</strong><br />

distraerse con el paseo y la conversación para combatir la hipocondría, insistiendo la doncella,<br />

obtuvo al fin que su voluntad fuera respetada, y fue a encerrarse con su dolor don<strong>de</strong><br />

nadie cohibiera sus naturales expansiones.<br />

Púsose a borronear una carta a su amante, contestando a la que él le <strong>de</strong>jara escrita en<br />

son <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida. En los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> la joven, la pluma volaba con febril agilidad, más rápida<br />

que cuando adherida al ala en que se formó, hendía los espacios etéreos. Deteníase a veces<br />

la gentil escribiente, no para meditar conceptos, sino para enjugar el llanto que nublaba su<br />

vista y hume<strong>de</strong>cía el papel. Al cabo <strong>de</strong> algunos minutos, sin volver a leer los renglones que<br />

había trazado, dio varios dobleces al escrito, y cerrándolo cuidadosamente, selló su lema<br />

sirviéndose al efecto <strong>de</strong> la cincelada cifra <strong>de</strong> un precioso relicario <strong>de</strong> oro que pendía <strong>de</strong> su<br />

cuello. Abrió <strong>de</strong>spués el expresado relicario, y sacando <strong>de</strong> él un <strong>de</strong>lgado rizo <strong>de</strong> cabellos<br />

negros como el ébano, llevólo a sus labios y lo besó apasionadamente.<br />

—¡Es todo lo que me queda <strong>de</strong> su amor! –dijo con acento <strong>de</strong> in<strong>de</strong>finible tristeza, y luego<br />

añadió:<br />

—¿A quién confiaré esta carta? No sé; pero estoy segura <strong>de</strong> que él la ha <strong>de</strong> leer algún<br />

día. Es cuanto <strong>de</strong>seo.<br />

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