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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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FRANCISCO GREGORIO bILLINI | bANí O ENGRACIA Y ANTOÑITA<br />

En otras veces, principalmente en las tar<strong>de</strong>s estivales, se pintan variadas <strong>de</strong>coraciones<br />

en sus confines; los colores <strong>de</strong>l arco iris retozan en ellos amontonándose para reproducirse<br />

en espejismos encantadores.<br />

El reflejo <strong>de</strong> esos cuadros iluminados por la parte <strong>de</strong> Occi<strong>de</strong>nte, encien<strong>de</strong> los matices <strong>de</strong><br />

las montañas por la parte <strong>de</strong>l Norte, pronunciando la corrección <strong>de</strong> sus líneas en esa otra<br />

cordillera <strong>de</strong> nubes <strong>de</strong> nieve que se <strong>de</strong>staca <strong>de</strong>trás <strong>de</strong>l azul subido <strong>de</strong> las más elevadas: prodigios<br />

<strong>de</strong> esa atmósfera que se complace en reproducir en sus volúmenes aéreos y volubles,<br />

esos otros volúmenes firmes y sólidos <strong>de</strong>l planeta.<br />

¡Oh! ¡Cuántas veces, envuelta mi alma en plácida impresión, he contemplado en esos<br />

horizontes la sonrisa <strong>de</strong> la naturaleza al levantarse las auroras, y su poética melancolía al<br />

acostarse los crepúsculos! No parece sino que para toda esa constante labor <strong>de</strong> bellezas<br />

celestiales se escogiera, en las mañanas y en las tar<strong>de</strong>s, algún ángel enamorado <strong>de</strong> esos que<br />

manda Dios a los lugares favoritos <strong>de</strong> la tierra…<br />

III<br />

¿Y a quién no <strong>de</strong>spertarán el sentir <strong>de</strong>l corazón las noches <strong>de</strong>l ameno valle, si se pasean<br />

al resplandor <strong>de</strong> la luna y a las orillas <strong>de</strong> su río?<br />

De ese río, <strong>de</strong>sprendido entre hilos <strong>de</strong> aljófares que se <strong>de</strong>slíen, don<strong>de</strong> vienen a vaciar sus<br />

cuencas rebosadas <strong>de</strong> rocío bendito las vírgenes peregrinas <strong>de</strong>l cielo. En él no se miran las<br />

aguas turbias <strong>de</strong> los que tienen su lecho en el lodo. Exento <strong>de</strong> impuras, no recibe en su seno<br />

sino los manantiales que lo fecundan y alguno que otro limpísimo arroyuelo. Nació para<br />

fertilizar sitios <strong>de</strong>liciosos; para besar enamorado las faldas <strong>de</strong> la virgen población a quien<br />

circunda. No es él <strong>de</strong> aquellos que con mangas imponentes, con esos saltos que meten miedo,<br />

con ese oleaje que <strong>de</strong>scompone, suspen<strong>de</strong> el ánimo con violenta conmoción. El encanto <strong>de</strong><br />

su poesía es sencillo y pastoril. Allí sólo se ve el gracioso juego <strong>de</strong> sus trasparentes ondas:<br />

conjunto <strong>de</strong> rizos <strong>de</strong> cristal, que plegándose los unos a los otros, corren con rapi<strong>de</strong>z <strong>de</strong>trás<br />

<strong>de</strong> los primeros, sin po<strong>de</strong>r alcanzarlos en el nítido aleteo <strong>de</strong> su marcha presurosa.<br />

Si se oye el agradable murmurio <strong>de</strong>l retozo <strong>de</strong> esas ondas, aunque ruidoso en su caída,<br />

es tan suave y tan inspirador <strong>de</strong> la ternura, que se creyera habíanse ocultado en sus cascadas<br />

las ondinas a gemir.<br />

Y quién no se finge más esa fantasía cuando se miran sus borbotones <strong>de</strong> espumas, ¡como<br />

si fueran los blancos hombros <strong>de</strong>scubiertos <strong>de</strong> esas mismas ondinas! ¡Oh! ¡recuerdos <strong>de</strong><br />

mi dichosa infancia! En esos chorros ¡cuántas veces escondido entre las ver<strong>de</strong>s cucarrachas<br />

<strong>de</strong> la isleta <strong>de</strong> algún cascajal, o encima <strong>de</strong> alguna barranca hice real esa ilusión al ver a las<br />

muchachas <strong>de</strong> mi pueblo, con el pelo tendido a la espalda, los brazos <strong>de</strong>snudos, el turgente<br />

seno medio oculto entre los encajes <strong>de</strong> sus camisas empapadas y los pies también <strong>de</strong>snudos,<br />

acostarse sobre las piedras, oponiendo los hombros y la cabeza al choque <strong>de</strong> las aguas que<br />

ahuecándose <strong>de</strong>jaban ver sus cuerpos en el vacío por <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> las bóvedas <strong>de</strong>l transparente<br />

líquido, como si fueran ninfas allí aparecidas entre nichos <strong>de</strong> cristal.<br />

IV<br />

Ese río que se llama baní y que muchos confun<strong>de</strong>n con el barrancoso arroyo <strong>de</strong> Güera, al<br />

salir <strong>de</strong>l culebreo <strong>de</strong> sus lomas, se extien<strong>de</strong>, por algunos lados entre blancos cascajales; y en<br />

la arboleda irregular <strong>de</strong> sus márgenes, como en todas las <strong>de</strong> sus cercanías, aunque no se vea<br />

el tupido <strong>de</strong> esa bruta fertilidad que enmaraña los bosques, rever<strong>de</strong>cen los arbustos, que la<br />

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