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Volumen VI - Novela - Banco de Reservas

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TULIO M. CESTERO | LA SANGRE. UNA <strong>VI</strong>DA bAjO LA TIRANíA<br />

Los Minas, para comprar casabe <strong>de</strong> ajonjolí, jarto reso y conservas <strong>de</strong> coco y naranja; o por<br />

El Placer <strong>de</strong> los Estudios, más allá <strong>de</strong> la punta <strong>de</strong> La Torrecilla, con los correspondientes<br />

baños en los remansos <strong>de</strong>l río a la sombra <strong>de</strong> ceibos y copeyes o en la playita <strong>de</strong>l Retiro;<br />

y al pequeño mercado <strong>de</strong>l Ozama, haciéndoles otomías a los campesinos que allí trafican.<br />

De tales correrías regresaban algunos hinchadas las caras por la ponzoña <strong>de</strong> las avispas,<br />

heridos los pies, o el brazo en cabestrillo y con el relato, hecho entre risas y pavor, <strong>de</strong> haber<br />

tragado agua en un cantil.<br />

Pero entre todos los <strong>de</strong>l año, dos días magnos, señalábanse en el calendario <strong>de</strong>l Colegio<br />

con dos cruces: el <strong>de</strong>l patrón San Luis Gonzaga, y el <strong>de</strong>l Rector, San Francisco xavier. Al<br />

primero se le hacía el novenario, presidiendo su imagen, revestida <strong>de</strong> cándida sobrepelliz,<br />

la capillita <strong>de</strong>l estudio, y ante ella cantaban a coro –“pi<strong>de</strong> a Dios que yo te imite, santo joven<br />

Luis Gonzaga”–, intercesión que, si la hubo, jamás mereció la merced divina. El segundo<br />

sobresalía por la copia <strong>de</strong> regalos, en su mayoría golosinas –frutas, fuentes <strong>de</strong> trémulas<br />

natillas, reposado arroz con leche, espolvoreado con canela, pudines <strong>de</strong> a dos libras, blanqueados<br />

con suspiro y adornados con grajeas, confites y una ban<strong>de</strong>rita en el ápice–, que<br />

entraban majestuosas en manos <strong>de</strong> la negra azafata, vestida <strong>de</strong> limpias y sonantes sayas.<br />

Des<strong>de</strong> la víspera <strong>de</strong> ambas fiestas, suspendíase toda suerte <strong>de</strong> castigos, se indultaba a los<br />

presos y se penaba a quien fuese con chismes y quejas a los superiores, siendo lícitas todas<br />

las diversiones. A<strong>de</strong>más, y eso era lo <strong>de</strong> p p y w, se les autorizaba el asalto a las bateas <strong>de</strong><br />

las ven<strong>de</strong>doras <strong>de</strong> dulces que, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong>l mediodía, acostumbraban poner tienda bajo la<br />

propia ventana <strong>de</strong>l Rector o a la sombra <strong>de</strong> los naranjos <strong>de</strong> la Virgen. El Padre pagaba, y<br />

como esto lo sabían las interesadas, traían su venta íntegra.<br />

Antonio se ríe, y con qué ganas, recordando aquel su salto felino, para caer sobre la<br />

repleta batea <strong>de</strong> la mulata curazoleña, que a pesar <strong>de</strong> la garantía, miraba espantada cómo<br />

aquellas manos ágiles, tal un instrumento <strong>de</strong> tortura, se abrían y cerraban apuñando los<br />

piñonates melcochosos, el alfajor empolvado como presumida señoritinga, el bienmesabe, <strong>de</strong><br />

pasta tan suave como los bizcochos esponjados, los frágiles y levemente dorados merengues,<br />

<strong>de</strong> corazón fun<strong>de</strong>nte; las pastas <strong>de</strong> leche, el azucarado huevo-mejía sobre papelitos <strong>de</strong> veriles<br />

plegados; los chupa-bebis, empaladas las distintas figurillas acarameladas; las botellitas, llenas<br />

<strong>de</strong> fragantes licores, que al romperse corren por las barbillas, y los gordos canteros <strong>de</strong> pan<br />

<strong>de</strong> batata. ¡Cuánta cosa buena! Los bolsillos atestados, en cada <strong>de</strong>do un dulce, las palmas<br />

agobiadas, pegados en las orejas, corrió a encerrarse con su botín, en busca <strong>de</strong> un rincón<br />

oculto entre cepas y sarmientos para darse un atracón. El Padre en viéndole pasar, rompió<br />

a reír, exclamando en tono tanto más alegre cuanto era raro, “¡muchacho gandío, gandío!”.<br />

Dos veces, únicamente, le oyó la voz cantarina, ésa y una madrugada en que a filo <strong>de</strong> las<br />

tres, orinando por una ventana <strong>de</strong>l dormitorio que daba al claustro, surgió <strong>de</strong> las tinieblas<br />

mudas, a compás <strong>de</strong>l chorro: “¡ey, ey! ¿quién es el soldado meón?”. Era el Padre que venía<br />

a <strong>de</strong>spertar los acólitos que le ayudaban a misa.<br />

Así discurrían semanas, meses, años, cual cangilones <strong>de</strong> noria. En las primeras vacaciones<br />

<strong>de</strong> verano se hospedó en casa <strong>de</strong>l tío Tomás; pero cuando pasaron las mariposas <strong>de</strong> San<br />

juan, que los pilluelos cazan en las calles con varillas <strong>de</strong> coco, y le manearon, con prohibiciones,<br />

los pies, baqueanos <strong>de</strong> los caminos <strong>de</strong> Güibia y <strong>de</strong> La Fuente, y <strong>de</strong> los guayabales <strong>de</strong><br />

Galindo y la Fagina, se fastidió, echando <strong>de</strong> menos el bullicio <strong>de</strong>l colegio. Los primos eran<br />

tímidos, chinchosos, criados entre las faldas <strong>de</strong> la madre, y ésta, dispéptica, regañona, le<br />

tenía ojeriza. A cada paso, su voz estri<strong>de</strong>nte gritaba: “este con<strong>de</strong>nao me está perdiendo mis<br />

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