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A esto hay que agregarle la aparición de nuevos invasores sobre la Europa occidental. Fueron los<br />

normandos, los eslavos y los mongoles las nuevas tribus que llegaron a Europa teniendo como principal<br />

actividad el saqueo y la depredación. Este nuevo modo de invasión estructuró un nuevo tipo de respuesta: a los<br />

ataques aislados le correspondió un sistema de defensa regional. De ello se derivó una creciente autonomía de<br />

aquellos que pudieron defender efectivamente sus territorios y las poblaciones que se ponían bajo su<br />

protección: fueron los señores los que llevaron adelante esa tarea. De este modo, los territorios recibidos del<br />

rey para que fueran protegidos y gobernados, progresivamente tomaron mayor autonomía hasta convertirse en<br />

la práctica casi en propiedad de los señores. Así se formaron poco a poco los feudos.<br />

El feudo era una unidad básica de organización comunitaria, caracterizado por su autosuficiencia<br />

económica y su casi total independencia política. Estos territorios habían sido concedidos a un noble por el rey<br />

(o por otro noble de mayor jerarquía y poder) para que el señor se beneficiara con sus productos y, al mismo<br />

tiempo, lo gobernara y defendiera. El señor feudal estaba unido al rey por un doble vínculo: el beneficio y el<br />

vasallaje. Este vínculo se establecía mediante un contrato público, no escrito, en una ceremonia en la que las<br />

partes se comprometían ante testigos. El pacto allí establecido comprometía tanto a las partes como a los<br />

testigos. Por el «beneficio» el señor se comprometía a mantener la lealtad jurada a su rey, obligándose a<br />

combatir a su lado y a tener como enemigos o aliados a los enemigos o aliados de su rey.<br />

Además de toda la red de relaciones establecida entre el rey y los señores, existían en el feudalismo<br />

sectores no privilegiados: los campesinos libres y los siervos. Sus condiciones eran similares y la única<br />

diferencia estaba dada en que los primeros podían cambiar de señor, pues mantenían la libertad de<br />

movimiento, mientras que los siervos estaban atados a la gleba. Esta estructura jerárquica de división de la<br />

tierra, inicialmente fue de carácter estrictamente personal (a la muerte del vasallo la tierra volvía al rey), pero<br />

con el afianzamiento de los señores esta condición se revirtió hasta que finalmente los vasallos, mediante<br />

alianzas entre sí, detentaron más poder que el rey. Así, la monarquía se fue volviendo, cada vez más, un poder<br />

formal y las iniciativas de la corona estuvieron supeditadas a la aceptación por parte de los señores vasallos.<br />

El feudalismo puso de manifiesto tendencias particularizantes. El rey no tenía un ejército propio como<br />

para imponerse frente a una alianza de los vasallos, no hubo administración central ni dinero para pagarla, la<br />

propiedad inmueble, que en aquel momento era el mayor elemento indicador de riqueza se dividió cada vez<br />

más (constitución de unidades locales cada vez menores) y el poder real fue cada vez más débil.<br />

8. El Sacro Imperio Romano-Germánico<br />

A mediados del 900 surgió otro intento de reconstrucción del Imperio, que llegó a tener mayor<br />

permanencia y envergadura: el Sacro Imperio Romano-Germánico. Nuevamente los conflictos entre los reyes<br />

y el papado y el auxilio de los francos fue lo que favoreció la edificación del nuevo imperio. El nombre lleva<br />

ahora el aditamento «germánico». Con ello se está colocando al lado de una identidad universal (Sacro y<br />

Romano) un elemento particularizante (Germano) que registra de ese modo el protagonismo que los pueblos<br />

germanos han ido desarrollando a lo largo del período medieval. Fue Otón I, el grande, quien estructuró esta<br />

nueva organización universalista desde la particularidad germánica a partir del 962 d. C. y que se continuó<br />

hasta el 1.001, pasando por las manos de Otón II y Otón III.<br />

En lo que se refiere a la relación entre monarcas y papado, la nueva institución mostró una novedad<br />

respecto a las anteriores: la sujeción del poder de la Iglesia al poder temporal. El Imperio se convirtió en un<br />

organismo político-religioso dentro del cual la dignidad imperial ocupó el lugar principal. Además de la corona<br />

imperial, Otón I recibió la soberanía sobre los Estados Pontificios, potestad para nombrar obispos y, si bien<br />

reconoció la legitimidad del papa, se reservó el derecho de nombrarlo. Además los emperadores impidieron<br />

que tanto los cargos como los feudos tuvieran carácter hereditario y extendieron las posesiones del Imperio<br />

más allá de lo que recibieron.<br />

9. El acrecentamiento del poder papal<br />

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