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sujeto, pertenece al ámbito de lo subjetivo. Supone, por lo tanto, una metafísica del sujeto, la metafísica en<br />
la época moderna. Desde Aristóteles –advierte Heidegger-, la tradición occidental ha pensado el lenguaje<br />
como lo que se hace con la lengua, es decir, es lo relativo a la pronunciación vocal. La voz que procede de la<br />
lengua sería un signo de las pasiones del alma, las que a su vez serían signos de las cosas. A su vez, lo<br />
escrito es signo de la pronunciación vocal. El lenguaje sería, entonces, signos de signos. En el otro extremo<br />
de la historia de la metafísica, Nietzsche piensa el lenguaje como el resultado de una doble metaforización,<br />
por la cual, en primer lugar, un impulso nervioso es extrapolado en una imagen y, en segundo lugar, la<br />
imagen es transformada en un sonido. El lenguaje sería así metáfora de metáforas.<br />
Esto es correcto –reconoce Heidegger-, aunque todavía exterior y secundario. Para alcanzar una<br />
comprensión más originaria este autor recurre a los griegos. Éstos concibieron el lenguaje como logos. El<br />
verbo légein significaba «decir», «hablar», «relatar», «contar». Más originariamente, logos y légein<br />
significaban «reunión», «colección», «recolectar», «juntar», «cosechar», «poner», «dejar ser». En estos<br />
significados el lenguaje no hace referencia a las meras palabras sino al ser. Los griegos vivieron<br />
originariamente el lenguaje como un «dejar ser y recolectar», como un «reunir aquello que, puesto a la luz,<br />
está presente (ser)». Heidegger se vale de una reinterpretación de los fragmentos de Heráclito y Parménides<br />
para avalar su tesis.<br />
En su Carta sobre el humanismo, Heidegger dice que “el lenguaje es la casa del ser”. «Casa del ser»<br />
no es un significante que remita a un significado oculto, no es una materia en la que se exprese una forma o<br />
un pensamiento, no es una imagen o representación del lenguaje ni es un signo (en el sentido de un algo que<br />
apunta a [designa] otra cosa) que deba ser interpretado. La palabra no es un signo sino, más originariamente,<br />
una seña, un mensaje y el hombre es el mensajero, el que escucha el mensaje, lo transmite y lo conserva. El<br />
hombre es esencialmente el que responde al reclamo del ser y pone de manifiesto su mensaje en el lenguaje.<br />
La relación entre el ser y el hombre está regida por el lenguaje, cuya función es hacer lugar a la<br />
duplicidad originaria entre ser y ente. La duplicidad es originaria porque no es lo que resulta de comparar ser<br />
y entes, sino aquello que hace posible uno y otros. La esencia del lenguaje se revela como «llevar el mensaje<br />
del ser». El mensaje es mensaje si es enviado, requiere del mensajero y el mensajero es mensajero cuando<br />
lleva un mensaje. La esencia del lenguaje se oculta en el círculo hermenéutico: lo dicho se comprende<br />
siempre en una interpretación pero la interpretación se refiere siempre a lo dicho. Entre lo dicho y la<br />
interpretación (o entre el texto y la interpretación) hay una circularidad en la que es imposible decidir un<br />
fundamento que sirva como punto de partida absoluto 739 .<br />
El lenguaje es esencialmente «conversación»: una convocatoria y reunión, en la que el lenguaje<br />
habla e interpela a los mensajeros (hombres). Olasagasti comenta el texto de Heidegger: “El hombre da<br />
testimonio de su pertenencia a la intimidad de todas las cosas creando y destruyendo mundos. Es una obra<br />
que el hombre realiza desde su libertad; por tanto, como historia. Para que sea posible la historia se le ha<br />
dado al hombre el lenguaje. [...] El lenguaje es, ante todo, lo que confiere al hombre la posibilidad de<br />
mantenerse abierto a los entes. «Sólo donde hay lenguaje hay mundo, es decir, el ámbito cambiante de<br />
decisión y obra, acción y responsabilidad; pero también de capricho y barullo, ruina y confusión. Sólo donde<br />
hay mundo, hay historia». El lenguaje es un bien en el sentido más originario: hace que el hombre pueda ser<br />
histórico. [...] El ser del hombre se funda en el lenguaje, pero este tiene lugar propiamente como<br />
conversación. [...] La auténtica conversación consiste en nombrar a los dioses y hacerse palabra el mundo.<br />
(...) El poeta nombra a los dioses y nombra las cosas en su ser. Este «nombrar» consiste en poner al<br />
descubierto como ente, en su ser, aquello que es nombrado” 740 .<br />
739<br />
El preguntar heideggeriano retoma aquí el viejo problema del círculo hermenéutico el que ya fue presentado en el<br />
capítulo sobre el pensamiento de san Agustín y en la respuesta hegeliana a la cuestión de por dónde debe comenzar la<br />
ciencia.<br />
740<br />
Olasagisti, M.: 1967, pp. 229 y 234.<br />
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