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la sabiduría de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el hombre<br />
culto? ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es<br />
una necedad? En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su<br />
sabiduría” (tanto en la naturaleza, que es creación de Dios, como en la historia, que es plan de salvación de<br />
Dios), “Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación. Mientras los judíos piden milagros”<br />
[que son expresión de Dios, en tanto está más allá de toda ley «natural»] “y los griegos van en busca de<br />
sabiduría” [ (= filosofía), que también es un atributo de la divinidad, en tanto conocimiento del orden absoluto<br />
del kosmos], “nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándolo para los judíos y locura para<br />
los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque<br />
la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la<br />
fortaleza de los hombres” 196 .<br />
La Novedad que irrumpe en la historia y en el universo es incomprensible desde las categorías<br />
anteriores, cualquiera sea la tradición de donde provengan (simbolizadas por san Pablo en la sabiduría griega y<br />
la ley judía). Se hace necesario reinterpretar toda la historia desde este hecho novedoso, aun valiéndose de los<br />
elementos que estas culturas hayan forjado. En el Evangelio de san Lucas se encuentra un ejemplo de esta<br />
actitud: el apóstol san Pablo visitó en uno de sus viajes el Areópago de Atenas, donde se reunían filósofos de<br />
diversas escuelas helenísticas para discutir sus doctrinas. Para que su predicación fuera comprendida por sus<br />
oyentes, se valió de un monumento que los griegos habían erigido al «dios desconocido», diciendo que quería<br />
hablarles precisamente de «ese» Dios, al que ellos no conocían, y que se había manifestado en Jesucristo. Del<br />
mismo modo los cristianos se fueron valiendo de diversos elementos, palabras, mitos, y tradiciones elaborados<br />
por las tradiciones y culturas de los lugares donde predicaban, dándoles un sentido nuevo a la luz del mensaje<br />
cristiano.<br />
9.3. Los apologistas<br />
Los primeros predicadores transmitieron su euforia al anunciar la verdad nueva, pero al comenzar el<br />
segundo siglo, las persecuciones violentas hicieron que los cristianos se defendiesen explicando esta Novedad en<br />
términos que fuesen comprensibles para sus jueces y verdugos: los gobernantes del imperio. Ante ellos debieron<br />
responder a la acusación de ateísmo, en la medida en que se negaban a reconocer y venerar a los dioses del<br />
imperio y a rendir los honores correspondientes al divino emperador. De manera que ser ateo, en la práctica,<br />
significaba ser subversivo políticamente. Además sus prácticas bárbaras, como el canibalismo (comían la carne<br />
y bebían la sangre de su propio Dios), eran de difícil comprensión para cualquier hombre civilizado.<br />
Aquellos defensores de la fe, fueron los llamados «apologistas» [que significa: el que habla delante de<br />
un tribunal]. Fueron ellos los que por su autoridad y sabiduría fueron plasmando la doctrina de la fe, fueron<br />
llamados «Padres de la Iglesia», reflejan el encuentro de las tradiciones judeo-cristiana y greco-latina, de la<br />
Buena Noticia, de la Novedad, del Evangelio, y de la filosofía helenística, de la sabiduría o episteme griega. Los<br />
«Padres» de la Iglesia tuvieron dos actitudes diversas frente a la tradición greco-latina. Algunos rechazaron toda<br />
la herencia pagana, insalvable y corruptora, creyendo que la concepción del kosmos que supone la tradición<br />
pagana no podía dar cuenta de la novedad del mensaje cristiano, centrado en la Encarnación del Hijo de Dios<br />
como medio elegido por Dios mismo para la salvación de los hombres. Otros rescataron de las tradiciones nocristianas<br />
todo lo que pudiera ser útil para la fe y la difusión del evangelio. Así, por ejemplo, san Agustín<br />
señalaba la experiencia de los judíos en el Antiguo Testamento, tal como nos es transmitida por el libro del<br />
Exodo 197 : “los hebreos antes de abandonar Egipto, recibieron de Dios la orden de robar a los egipcios los<br />
objetos de oro y plata y llevarlos consigo. Así debe hacer el pensador cristiano: tomar de los autores antiguos,<br />
196 1 Corintios, 1, 17-25.<br />
197 Exodo, 11, 2; 12, 35-6.<br />
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