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Heráclito procedía de una antigua familia aristocrática de Éfeso. Su filosofía parte de la convicción de<br />

que el cambio es permanente e inevitable: “todas las cosas se mueven [cambian] y nada está quieto” 36.<br />

Y<br />

también: “En los mismos ríos ingresamos y no ingresamos, estamos y no estamos” 37.<br />

Y, según Aristóteles,<br />

habría sostenido la tesis de que “todo es y no es” 38;<br />

es decir, todo cambia permanentemente.<br />

“Este kosmos, el mismo para todos, no lo hizo ninguno de los dioses ni ninguno de los hombres, sino<br />

que siempre fue, es y será fuego siempre viviente, que se enciende según medida y se apaga según medida” 39.<br />

El fuego es el principio (arkhé) del kosmos único y eterno, que es la totalidad de lo que es.<br />

El cambio es concebido como un devenir de los opuestos: “las cosas frías se calientan, lo caliente se<br />

enfría, lo húmedo se seca, lo seco se vuelve húmedo” 40.<br />

Pero, si todo fluye, ¿cómo sería posible saber? ¿Cómo<br />

sería posible decir algo acerca de algo? Pareciera que el lenguaje delimita y fija las cosas, sin poder dar cuenta<br />

del movimiento. Si todo lo que es cambia permanentemente, la verdad, entendida como una coincidencia entre<br />

lo que se dice y lo que es, no sería posible. En el mismo momento en que afirmásemos algo, ya no habría<br />

correspondencia con la cosa, puesto que ésta ya se habría modificado.<br />

Es necesario inventar un lenguaje que nos permita dar cuenta del cambio real, donde “lo que se opone<br />

es concorde, y de los discordantes [se forma] la más bella armonía, y todo se engendra por pólemos [discordia,<br />

guerra]”. Todo fluye. El cambio es permanente, pero no azaroso, sino que lo hace según medida, sigue un ritmo,<br />

un movimiento, un círculo: retorno, repetición.<br />

El kosmos es una multiplicidad de cosas opuestas, que luchan entre sí; pero lo hacen «según medida»,<br />

de acuerdo a un cierto ritmo u orden. Es a esta reunión de los opuestos en un único kosmos armónico, a lo que<br />

Heráclito llama logos. “De todas las cosas brota lo uno y de lo uno, todo”. El logos, que unifica la multiplicidad,<br />

es inmanente a todas las cosas y las gobierna, así como la ley gobierna la polis.<br />

En resumen: Heráclito continúa el pensamiento abierto por Tales, Anaximandro y Anaxímenes,<br />

profundizando la explicación del kosmos a partir de un arkhé «viviente» que encierra discordia, lucha de<br />

opuestos. Pero, de igual modo que la polis se ordena por medio de la ley y la dike [justicia, medida], el kosmos<br />

se ordena por el logos.<br />

7. Los filósofos itálicos de Elea<br />

Los pensadores eleáticos han puesto el acento sobre la división dual del hombre en alma (psyqué) y<br />

cuerpo (soma), diferentes y contrapuestas, pero con la primacía de la primera. El alma como principio simple,<br />

incorruptible y ligado a lo divino, puede conocer lo que es verdaderamente, y liberarse de la sujeción al tiempo y<br />

al cambio. Los sentidos, por el contrario, no pueden librarse de su sujeción al cuerpo, y permanecen atados a la<br />

ilusión de la mera opinión (doxa), de lo que no-es en realidad.<br />

Parménides establece que pensar y ser son lo mismo; es decir, que sólo lo que-es permanente puede ser<br />

aprehendido por lo permanente que piensa y expresarlo en el lenguaje. Lo que no-es, por tanto, tampoco puede<br />

ser pensado, ni dicho.<br />

La verdadera realidad, lo que-es, es lo único pensable; y el pensamiento sólo puede pensar lo real, lo<br />

que-es. De manera, que todos los datos que nos proporcionan los sentidos, no son reales, no-son, puesto que<br />

cambian. Sólo es lo que permanece siendo, lo que no cambia, y sólo esto es lo pensable. Se desecha, de esta<br />

manera, la vía abierta por Heráclito, declarándola intransitable. Lo que cambia no es; lo que no es, no puede ser<br />

pensado; lo que no puede ser pensado, no puede ser dicho. De esta manera, Parménides explicita las<br />

36 Platón, Cratilo, 402 a.<br />

37 Heráclito, fragmento 49 a.<br />

38 Aristóteles, Metafísica, IV, VII, 1012 a, 25.<br />

39 Heráclito, fragmento 30.<br />

40 Heráclito, fragmento 126.<br />

25

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