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planos o ámbitos específicos: la verdad revelada a la fe y la verdad de la ciencia de la naturaleza (en tanto<br />
que esta última es obra de Dios) no pueden contradecirse, ya que proceden de la misma revelación divina,<br />
pero se mueven en campos diferentes. Se estableció entonces, paralelamente a la separación entre el sujeto y<br />
el objeto, una progresiva separación del mundo de la naturaleza y del mundo del espíritu.<br />
La ruptura de la unidad conllevó una ruptura de la jerarquía medieval. Se perdió la confianza en un<br />
fin único para el conjunto de lo creado. En consecuencia, aparecieron fines particulares que fueron<br />
delimitando esferas que adquirieron una racionalidad particular desvinculada de las demás. Así, la política<br />
postuló su propio fin: la obtención y conservación del poder, desarrollando una racionalidad (un método)<br />
propia. No interesaba ya para qué se obtiene el poder, puesto que eso supondría postular fines extrapolíticos<br />
a los que el poder estaría subordinado. Lo único que interesaba era el poder mismo. El ejemplo<br />
paradigmático en el aspecto teórico se encuentra en la obra de Nicolás Maquiavelo. También la economía se<br />
independizó de todo otro fin que no sea el propio: el lucro, la ganancia; desarrollando una racionalidad<br />
autónoma. Por último, la ciencia adquirió su propia autonomía, aunque en este caso la cuestión resulta más<br />
compleja porque, al independizarse las regiones del ser, se postularon durante mucho tiempo fines y<br />
métodos contradictorios. Sin embargo, hoy ya se puede afirmar que lo que comúnmente se llama «ciencia»<br />
tiene una finalidad propia: el dominio técnico de la naturaleza, y su racionalidad es el llamado «método<br />
científico». Un efecto colateral de la constitución de esta «esfera científica» fue la fragmentación interna de<br />
la ciencia, es decir, la especialización, que reprodujo a escala cada vez menor el mismo fenómeno: la<br />
postulación de una finalidad propia y una racionalidad o método propios independientes de todos los demás.<br />
¿Qué caracteriza a la ciencia moderna de la naturaleza? En primer lugar, la eliminación de las<br />
cualidades de las cosas, análoga a la disolución del tiempo y del espacio cualitativos del mundo medieval.<br />
Galileo distinguió en todas las cosas naturales cualidades objetivas o primarias y cualidades subjetivas o<br />
secundarias. Las primeras son geométricas, medibles, universales, para todos iguales -tales como figura,<br />
magnitud, movimiento, número-; mientras que las segundas son relativas a los sentidos y su apreciación varía de<br />
un individuo a otro -tales como el gusto, el olor, el color, etc.-. La ciencia física se limitó a las cualidades<br />
primarias, mientras que las secundarias fueron relegadas al plano «subjetivo» o a las esferas no científicas de la<br />
religión o del arte. En segundo lugar, Galileo redujo todo lo complejo a lo simple, ateniéndose a lo constante<br />
o regular, de modo que pudieran predecirse y controlarse los hechos 274 . Lo «natural» de la naturaleza es ese<br />
orden. Por eso, Galileo escribía: “La filosofía está escrita en este grandísimo libro que continuamente está<br />
abierto ante los ojos (quiero decir el universo), pero no se puede entender sin conocer la lengua y los caracteres<br />
en los cuales está escrito. Él está escrito en lengua matemática y los caracteres son triángulos, círculos y otras<br />
figuras geométricas, sin los cuales medios es imposible entender humanamente palabra. Sin éstos es un girar<br />
274<br />
La reducción de lo complejo a lo simple es una consecuencia de la geometrización de lo real, es decir, de la<br />
homogeinización del espacio/tiempo. Heidegger nos ha advertido sobre los rasgos de lo que él llama «la matematización de<br />
la ciencia de la naturaleza»: “La nueva exigencia del saber es exigencia matemática”. Pero, ¿en qué consiste y qué significa<br />
«matemática»? Las mathémata, lo matemático, es aquello de las cosas, que en verdad ya conocemos; es algo que, en cierto<br />
modo, llevamos en nosotros mismos. “Ta mathémata significa para los griegos aquello que el hombre conoce de antemano<br />
al examinar lo que es y al tratar con las cosas: de los cuerpos lo corpóreo, de las plantas lo vegetal, de los animales lo<br />
animal, del hombre lo humano. A esto ya conocido, es decir, matemático, pertenecen, además de lo citado, también los<br />
números. Cuando sobre la mesa hallamos tres manzanas, conocemos que hay tres. Pero ya conocemos el número tres, la<br />
tríada” (Heidegger, M.: La época de la imagen del mundo, en Sendas perdidas, Buenos Aires, Editorial Losada, Segunda<br />
edición, pp. 68-99.)<br />
Es decir, que cuando el científico «observa» o «percibe» las cosas ya sabe qué es lo que busca y puede encontrar: «cuerpos»<br />
[definidos por sus cualidades primarias: pesos, tamaños, figuras, medidas, cantidades] y «movimiento» [relaciones espaciotemporales<br />
homogéneas, uniformes]. El hombre medieval creía que lo creado tenía un orden, una razón, que él concebía<br />
como sentido (la salvación). El hombre moderno cree que el universo tiene una razón (causa eficiente), un orden «objetivo»,<br />
pero que no es finalístico. Tal es el orden de la razón. Y como el hombre es concebido como un ser animado racional, tiene<br />
la capacidad de comprender ese orden que hay en lo real, porque es el mismo que el de su facultad de conocer.<br />
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