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azón humana para conocer la estructura de la naturaleza, dominar sobre la realidad y construir la sociedad<br />
sobre bases racionales.<br />
6.2. Las características del barroco<br />
El siglo XVII muestra un mundo cambiante: las estructuras feudales se fueron modificando<br />
aceleradamente, se desarrollaron conocimientos novedosos, se descubrió el «Nuevo mundo», cambió la<br />
percepción de la realidad, la Cristiandad se vio dividida por la Reforma y las guerras religiosas. Las bases del<br />
mundo anterior se derrumbaron sin que pudieran desarrollarse otras que las pudieran reemplazar.<br />
El arte creó imágenes en las que esta realidad se plasmó y expresó plásticamente. Los autores<br />
representaban el mundo como locura, desorden, sueño e ilusión: La república del revés de Teerson, o La vida es<br />
sueño de Calderón, o la expresión de Shakespeare: “La vida es un cuento contado por un idiota” son ejemplos<br />
de esta conciencia de la incertidumbre. También El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha de Cervantes:<br />
expresa un mundo en el que no se sabe quién es el loco y quién es el cuerdo. Se ha producido el choque de dos<br />
épocas que no se comprenden y el autor no dice quién tiene razón. Es un mundo caótico, en el que el hombre no<br />
puede encontrar su camino.<br />
El mismo caos e idéntica mezcla puede verse en las pinturas de Jerónimo Bosch y de Pedro Bruegel 288 .<br />
Es un mundo inseguro y terrible, en el que los demonios y la muerte están omnipresentes. Bruegel pintó un<br />
cuadro estupendo, titulado La parábola de los ciegos, en el que se puede ver a varios ciegos tomados de la<br />
mano, en fila. El que encabeza la caravana lleva un bastón para tantear el camino, pero cae en un zanja,<br />
arrastrando a los que le siguen, mientras que los últimos de la fila no saben qué ocurre ni qué les va a pasar. El<br />
lazarillo es un personaje característico y paradigmático en esta época. Es un pícaro que se vale de los ciegos para<br />
sobrevivir.<br />
El mundo era representado como caótico y desordenado y el hombre que lo habitaba era concebido<br />
como un ser malo. Así lo percibieron Gracián en España y Hobbes en Inglaterra. “El hombre es un lobo para el<br />
hombre”, dice Hobbes, pues su condición natural es la guerra generalizada, una guerra de todos contra todos.<br />
San Francisco asumía la pobreza, la enfermedad o el dolor para hacer efectiva la redención del pecado, pero<br />
concebía a todas las creaturas como naturalmente buenas, por ser obras de Dios. Para los hombres del barroco,<br />
cada momento es una encrucijada en la que se debe elegir y optar, pero en la que ya no se tienen «signos» que<br />
guíen la decisión y ya no basta la certeza de la fe. El hombre se encuentra solo ante la decisión. Ya no hay<br />
mediaciones de la comunidad de la fe o de la cultura para una decisión que es individual y que depende del<br />
sujeto autónomo y aislado. El hombre del barroco debe resolver por sí mismo las decisiones fundamentales,<br />
como Hamlet, el protagonista de la tragedia de Shakespeare, al que se enfrenta con la disyuntiva decisiva: “¿ser<br />
o no ser?” sin la ayuda un plan divino que indique el sentido de la salvación (como en la tradición judeocristiana)<br />
o un destino cósmico inexorable que determine los acontecimientos (como en la tradición grecoromana).<br />
En el barroco, el mundo comenzó a percibirse desde la absoluta libertad de la subjetividad individual.<br />
Gracián lo expresó diciendo que los ojos de cada uno tiñen el mundo, siendo todos los hombres tintoreros de la<br />
realidad. El mundo se percibe desde el sujeto, desde el yo individual. Esta conciencia de sí mismo o<br />
«autoconciencia» se expresó en los retratos y en los «autorretratos», en los que lo fundamental es la conciencia<br />
que está detrás del rostro y donde se manifiesta una tensión entre la forma y la conciencia (como en las obras de<br />
Rembrandt). De alguna manera, las pinturas y las esculturas de Miguel Angel ya expresaban esta tensión en el<br />
período inmediatamente anterior, en las figuras desproporcionadas, contrahechas y a punto de estallar. El Cristo<br />
de El Juicio final en el fresco de la capilla Sixtina expresa una profunda tensión. La armonía del Renacimiento<br />
expresada en el Cristo plácido y armonioso de un pintor como Rafael se había quebrado.<br />
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Pintores que vuelven a ser contemplados desde nuestra época como contemporáneos, precisamente por la realidad que<br />
representan.<br />
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