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La novedad de esta Alianza sellada con la sangre del Dios-hombre, es un nuevo comienzo, una nueva<br />

historia, que divide en dos el acontecer: antes de Cristo y después de Cristo. Pero la novedad es de tal magnitud,<br />

que la historia no puede soportarla sin estallar: el Juicio de Dios y la vuelta de Cristo son percibidos como<br />

inminentes. De aquí, que la predicación de los Apóstoles sea tan radical y que los evangelios no sean concebidos<br />

como libros de historia, sino como un medio de difundir más rápidamente y de la manera más fiel posible la<br />

Buena Nueva. Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas fueron escritos entre el 50 y el 65 d.C., mientras que el<br />

de Juan fue escrito hacia el 95 d.C..<br />

Las comunidades de cristianos se extienden rápidamente por el Mediterráneo oriental, donde la<br />

dispersión de la diáspora ha diseminado grupos de judíos importantes reunidos alrededor de las sinagogas.<br />

Estas comunidades comparten los bienes entre todos, sin necesidad de una organización institucional, pues el fin<br />

de los tiempos es inminente. Durante aquel tiempo, apareció el nombre de «cristianos» probablemente en<br />

Antioquía 177 .<br />

No hay entonces, una institución por la cual se distingan los cristianos, como tampoco hay una doctrina<br />

fija, sino que el evangelio se sintetiza en unas pocas enseñanzas simples sobre la vida y las palabras de Jesús.<br />

“Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas anuncian al mundo una Buena Nueva. Ha nacido un hombre en<br />

circunstancias maravillosas: se llamaba Jesús; ha enseñado que era el Mesías anunciado por los profetas de<br />

Israel, e Hijo de Dios, y lo ha demostrado con sus milagros. Este Jesús ha prometido el advenimiento del reino<br />

de Dios para todos aquellos que se preparen a él con la observancia de sus mandamientos: el amor al Padre que<br />

está en los cielos; el amor mutuo de los hombres, hermanos desde ahora en Jesucristo e hijos del mismo Padre;<br />

la penitencia de los pecados, la renuncia al mundo [en el sentido de lo que se opone al cielo, es decir, al orden<br />

del Espíritu], por amor al Padre sobre todas las cosas. El mismo Jesús ha muerto en la cruz para redimir a los<br />

hombres; su resurrección ha demostrado su divinidad, y vendrá de nuevo, al fin de los tiempos, para juzgar a los<br />

vivos y a los muertos y reinar con los elegidos en su reino. Ni una palabra de filosofía en todo esto. El<br />

Cristianismo se dirige al hombre para aliviarle de su miseria, mostrándole cuál es la causa de ésta y ofreciéndole<br />

el remedio. Es una doctrina de salvación, y por ello precisamente es una religión” 178 .<br />

De manera, que en la medida en que no se opusieran radicalmente a este mensaje, las organizaciones,<br />

doctrinas, ritos, enseñanzas y mitos de las distintas comunidades y de los distintos pueblos se fueron<br />

incorporando a la forma de vida cristiana. La organización de la sinagoga, los conceptos de las enseñanzas<br />

estoicas (o de otras doctrinas «helenísticas»), como la lengua griega (que era la lengua universal, a la que había<br />

sido volcado el Antiguo Testamento en la traducción de los «Setenta», y que se utilizaba en las comunidades<br />

judías de medio oriente, a tal punto que san Pablo y san Juan toman generalmente sus citas), son ejemplos de<br />

esta “absorción” que el cristianismo hizo de la tradición. La palabra ekklesia significaba originariamente, “la<br />

asamblea de los ciudadanos de una polis”, y se transformó en la forma de organización institucional de los<br />

primeros cristianos.<br />

7. El «concilio» de Jerusalem y la evangelización universal<br />

En el año 48 o 49 se reunieron en Jerusalem los Apóstoles y también san Pablo. Discutieron allí si los<br />

cristianos debían sujetarse a la Ley judía “antes” o si podían participar de la comunidad cristiana sin<br />

circuncidarse. Pablo sostuvo que los gentiles [ = no-judíos], no necesitaban circuncidarse ni sujetarse a la Ley<br />

judía, que el evangelio debía ser anunciado a todos los pueblos y no «primero» a los judíos. Pablo mismo, contra<br />

el sectarismo de la concepción que daba prioridad al «pueblo elegido», inició la predicación de la Buena Nueva<br />

a los gentiles, valiéndose de su formación farisaica y helénica, de su manejo del griego y de su ciudadanía<br />

romana.<br />

177<br />

Cf. Hechos, 11, 26; y Jeager, W.: 1965, p. 16.<br />

178<br />

Gilson, E.: La filosofía en la edad media, Madrid, Editorial Gredos, 1965, pp. 11-12.<br />

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