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Paralelamente, hacia fines del siglo XIX, estas sociedades de científicos, laboratorios, institutos, y<br />

academias, comenzaron a ligarse cada vez más a la empresa y a la producción. Las primeras grandes empresas,<br />

en muchos casos, se ligaron a «inventores». El inventor era un ensayista, un empírico, alguien externo al mundo<br />

de la ciencia teórica. Ciencia y técnica estaban separadas y mantenían cierta autonomía. Pero, hacia fines de<br />

siglo, comenzó un progresivo acercamiento, hasta que la «producción» técnica llegó a depender del avance<br />

científico, del desarrollo de la teoría pura. Inversamente, la ciencia comenzó a depender cada vez más de la<br />

producción, pues ésta determinó las «necesidades» del saber. Se organizó, así, la búsqueda de nuevos recursos,<br />

de nuevas máquinas, de nuevas tecnologías, y nuevas fuentes de energía, ligados a la exploración teórica, a la<br />

academia, a la universidad. Comenzaron a crearse los institutos politécnicos, donde la investigación de la ciencia<br />

estaba al servicio de la producción.<br />

En tercer lugar, la ciencia del siglo XIX desarrolló una conciencia de sí misma (vinculada a la<br />

expansión universal), en la que se concebía a las distintas culturas del planeta, como diferencias en el tiempo,<br />

como etapas en la evolución del hombre cuya culminación era, por supuesto, la sociedad europea de ese siglo.<br />

Todas las teorías sociales y antropológicas de aquel siglo afirmaban que la «humanidad» había pasado por<br />

diversas etapas o estadios, cuya culminación era la civilización occidental europea moderna. Este era<br />

considerado el momento más racional, en el que el hombre había alcanzado su definitiva madurez, en el que<br />

había llegado a conocerse plenamente a sí mismo y a dominar el mundo. Desde esta cumbre, los otros pueblos y<br />

las otras culturas del planeta fueron percibidos como «antecedentes históricos», como estadios anteriores (y en<br />

consecuencia, más primitivos, más bárbaros, menos racionales), de un proceso histórico universal, cuya<br />

culminación era Europa. Se percibió el planeta como una especie de museo, donde se encuentraban las distintas<br />

fases de la evolución recorridas por la humanidad superior (Europa).<br />

Estas ideas del siglo XIX eran la continuación de las concepciones iluministas, que partían del supuesto<br />

de que la razón era capaz de conocer el universo, porque éste posee leyes que lo ordenan racionalmente. Este<br />

conocimiento racional del universo (cuyo modelo y paradigma era la Física de Newton), habría logrado la<br />

comprensión de las leyes naturales. Este tipo de pensamiento se extendió en siglo XIX a la realidad social e<br />

histórica: se trataba de descubrir científicamente, de acuerdo a un método, las leyes racionales que gobiernan la<br />

sociedad y la historia. Si fuera posible descubrir tales leyes –pensaban-, sería posible organizar al hombre y la<br />

sociedad de una manera mucho más racional que la existente. Todos los «teóricos» de las ciencias sociales que<br />

surgieron en aquel siglo (como Saint-Simon, Comte, Marx o Spencer) participaron de esta convicción. De ella<br />

se derivaba, que la sociedad debería ser organizada por aquellos [los científicos] que conozcan las leyes que la<br />

rigen. Todos ellos participaban de la convicción de que así como el hombre ha logrado dominar a la naturaleza a<br />

partir de la razón, así también puede organizar la sociedad racionalmente, a partir de principios científicos.<br />

Tanto el «positivismo» como el «materialismo histórico» partieron del mismo supuesto: hay un método<br />

racional para conocer las leyes que determinan el orden de las sociedades y de la historia. Según estos supuestos,<br />

aquellos que siguen el método científico, conocen la verdadera realidad social (pues conocen sus leyes, que no<br />

están a la vista de todos los demás) y, en consecuencia, están adelante de los demás, y deben ser «naturalmente»<br />

los que lideren la construcción de la sociedad racional. No se concibe que la sociedad se organice desde el<br />

desarrollo de todas sus partes, sino que habría un lugar, una parte, en la que residiría la verdad.<br />

Auguste Comte pensaba que deben ser los científicos los organizadores de la nueva sociedad, a partir de<br />

la nueva «religión de la humanidad», y él mismo se propuso como el «sumo sacerdote» de esta religión<br />

científica. Podemos comparar esta postura con el concepto de «vanguardia del proletariado» de Lenin 517 , la cual<br />

no encarna en el mismo proletariado sino en aquellos que conocen la teoría de la revolución 518 . En ambas<br />

517<br />

Según el desarrollo leninista de la teoría política marxista, la «vanguardia» debe estar a cargo de la dirección del «partido<br />

revolucionario».<br />

518<br />

Cf. Lenin, V. I.: ¿Qué hacer?, donde se expresa claramente esta concepción.<br />

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