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(c) El objeto de la ciencia es el ser, lo real en el más pleno sentido de la palabra (equivalente al «ser»<br />
de Parménides). Lo opinable también es, pero su ser tiene un grado menor, intermedio entre el verdadero ser<br />
y el no ser, tiene menos realidad. Para Platón es más real la belleza en sí, por ejemplo, que una cosa bella.<br />
(d) Lo que es objeto de ciencia es «por sí», esto es, no necesita de otra cosa para ser lo que es, se<br />
auto-sostiene. En cambio lo que se genera y perece, lo que es objeto de opinión, necesita de algo que lo<br />
sustente, algo que lo fundamente. Por ejemplo, las cosas bellas son bellas por la belleza en sí, de no existir<br />
ésta ni siquiera podríamos hablar de algo bello. Así hay aquí dos órdenes o niveles de ser: lo fundante y lo<br />
fundado.<br />
(e) Lo que es cognoscible no se ve, no se capta por medio de los sentidos. Se piensa, se capta<br />
mediante el logos, mediante la inteligencia. En cambio, lo que es objeto de opinión, es todo lo que se puede<br />
captar por medio de los sentidos, todo lo sensible.<br />
Esta diferenciación del ámbito de lo pensable (Ideas) y del ámbito de lo sensible (opinión) ha<br />
conducido a una interpretación muy extendida de la filosofía platónica, según la cual se postularía la<br />
existencia de dos mundos: el mundo inteligible y el mundo sensible. Según ella, existe un mundo sensible en<br />
el cual las cosas son y no son, en el cual no hay algo verdadero por sí, y un mundo inteligible que es<br />
verdadero, que es real, que tiene autonomía de este mundo sensible. El verdadero mundo es el mundo de las<br />
Ideas o el mundo inteligible, éste es el mundo real. El mundo sensible, en el que vivimos, no es ni verdadero<br />
ni real en un sentido estricto porque está poblado por cosas que no son más que reflejos o copias de las<br />
Ideas; y la única realidad que esas cosas sensibles tienen, la tienen por la participación en la Idea de la cual<br />
son copias o reflejos. Nos guiaremos por esta interpretación en la medida en que nos sea útil como recurso<br />
didáctico, sin dejar de tener en cuenta que se trata de una interpretación (la que, además, ha sido cuestionada<br />
y desestimada por investigaciones serias y reconocidas 48 ).<br />
4.4. El acceso al conocimiento de las Ideas: la teoría de la reminiscencia<br />
¿De qué manera puede el hombre conocer la Ideas? Platón sostiene que el alma humana tiene la<br />
misma naturaleza que las Ideas y, por esa razón, conoce la Ideas desde siempre, aunque este conocimiento<br />
está olvidado, obstaculizado por los datos que aportan los sentidos, es decir, el cuerpo. En la medida en que<br />
el alma está encerrada o encarcelada en un cuerpo, las sensaciones y los sentidos la desvían de su<br />
conocimiento natural (las Ideas). Mientras el alma no está encerrada en el cuerpo tiene un acceso directo a la<br />
verdad de las Ideas, accede al ámbito inteligible y contempla las cosas como son en realidad. Cuando el<br />
alma se encarna en un cuerpo, olvida lo que conocía naturalmente, y sólo puede recuperarlo, desolvidando,<br />
recordando. Para Platón el alma es inmortal, pero no nace junto con el cuerpo, sino que antes de estar unida<br />
a un cuerpo, ha estado en el mundo inteligible donde contempló las Ideas. Platón adhiere a la doctrina de la<br />
reencarnación de las almas, que sostiene que el alma sufre sucesivas reencarnaciones en su camino hacia la<br />
purificación; cuando el hombre muere el alma se desprende del cuerpo y es ahí donde llega a la<br />
contemplación de las Ideas. Pero luego, cuando vuelve a reencarnarse, antes de su descenso a la tierra, pasa<br />
por el «río del olvido», y al beber de sus aguas, olvida las Ideas que ha contemplado. Por eso, Platón dice<br />
que el hombre conoce las Ideas, que las Ideas son ya conocidas por el alma, pero han sido olvidadas. Sin<br />
embargo, por olvidadas que estén estas Ideas, si encontramos el método, el camino adecuado, el alma puede<br />
llegar a recordarlas, y de esto se ocupa la filosofía, de hacer llegar al alma, en su vida terrena, a un<br />
conocimiento de las Ideas.<br />
Pero observemos que la teoría de la reminiscencia no nos habla del conocimiento directo que el<br />
alma, desprendida del cuerpo, tiene de ese mundo puramente inteligible, sino que sostiene esto para decirnos<br />
que luego, con ocasión del contacto con los objetos sensibles, el alma recuerda o desolvida (an-amnesis)<br />
aquello que ha contemplado. Por ello es que conocer es recordar.<br />
48<br />
Cf. por ejemplo, Eggers Lan, C.: El sol, la línea y la caverna, Buenos Aires, Eudeba, 1975.<br />
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